El invierno pasado acabé siendo una clienta de Naturhouse de la manera más tonta e inesperada. Como apoyo a mi madre, le prometí acompañarla si empezaba a ponerse a dieta y, ya puesta a ir a cada visita, me apunté yo también. Seguí sus instrucciones al pie de la letra y aquí estoy para dar un testimonio positivo a su sistema.
Como toda dieta, no es la fe la que mueve montañas porque si funciona, funciona. Pero como no estés motivado a poner de tu parte y cambiar esos hábitos que van a marcar la diferencia, malo.
No tengo más idea que cualquier otra persona que se interesa sobre nutrición y dietética. Me propuse eliminar unos 5 kilos que tenía de más y que, para más INRI, estaban mal repartidos y lo logré. Sin pasar hambre y no los he vuelto a pillar.
Primera visita
En la primera visita, todo tipo de preguntas y cálculos de rigor sobre mis hábitos alimenticios y alergias. Una vez calculado tu peso, altura y edad, calculan el peso que te sobra y una maquinita algo bruja informa en qué están metidos los kilos: agua o grasa.
Debo ser el ejemplo perfecto porque la cosa estaba fifty-fifty: 50% retención de agua, 50% bollería extra (que me chifla). Bien, no es lo mismo perder agua que perder calorías. Es importante ponerte en manos de profesionales para adelgazar.
A partir de ahí, te dan una dieta a seguir para la siguiente semana. Por supuesto, las consabidas ampollitas y sobres de lo que más te conviene: diuréticos, quemagrasas, saciantes, etc. Ahí es donde se cobran el servicio (las visitas son gratuitas). Gastar entre 30 y 50 euros de media cada semana, productos incluídos, para un seguimiento de dietética me parece más que justo.
El seguimiento
Cada semana te cambian la dieta o, si lo prefieres, sigues con la misma. Existen una mini-dietas de choque de un par de días a la semana si estás muy motivado y tienes prisa por perder kilos. Son variadas y muy flexibles. Se suele perder entre 700 gramos y 1,5 kilos a la semana con este sistema.
La cuestión del hambre está descartadísima: no pasé hambre ni un segundo. Eso sí, comí las veces que me dijeron, evité lo que no debía comer ni mezclar (e incluso hice alguna excepción).
El hecho de ir cada semana te ayuda a controlarte: el contacto con la dietista y ver los resultados. Te da la oportunidad de preguntar decenas de mini informaciones que se te pasan por la cabeza y ajustar tu dieta para la siguiente semana.
Una vez consigues adaptarte a la dieta, las visitas son quincenales y, cuando ganaste la partida y perdiste los kilos que te propusiste perder, puedes optar por un seguimiento mensual si así lo prefieres.
Mi experiencia
Fue la primera vez en mi vida que me ponía a dieta y no tiene nada de divertido: se acabaron los dulces, las salsas y mojar el pan bendito (por Dios, qué bueno está). ¿Quieres saber un secreto? Si vences el mono del dulce, desaparece el ansia de azúcar.
Lo mismo con las salsas y comidas muy elaboradas: al cabo de pocas semanas ya no las echas de menos ni te apetecen. Puedes pasar de ello con pasotismo incluído. Tu paladar se muere por otros alimentos, aunque parezca increible. Redescubrí los sabores simples.
Lo mejor que me llevé de esta experiencia es que ahora sé qué es lo que me engorda cuando la balanza sube: lo aprendí. Y, más importante todavía, cómo volver a controlar la maldita balanza. Su mensaje publicitario de reeducación alimentaria es lo mejor que me han aportado.
Porque parece que sabemos comer bien y no es cierto. Con tanta oferta, tanta salida al restaurante y bar de copas, y las comidas deliciosas de tu madre a la que no puedes decir que no, cualquiera se lía. Ahora sé más sobre qué comer y en qué orden. Y he perdido uno más por mi cuenta.
Foto | biensimple.com
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