Hablamos con Muriel Barbery sobre la soledad y su nueva novela: "Ser capaces de salir de nosotros mismos es la gran aventura de nuestras vidas"

una rosa sola
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Muriel Barbery fue profesora de filosofía hasta que publicó su segunda novela y vendió más de un millón de ejemplares. Era 2006 y el mundo estaba deseoso de encontrar más espacios en la ficción que ampliaran ese universo creado por Jean-Pierre Jeunet en El fabuloso destino de Amélie Poulain. Aunque fuera a fuerza de hacerlo encajar con calzador. La portada española de La elegancia del erizo recogía ese testigo: colores saturados y París como concepto mágico y hervidero de Manic pixie dream girls cuya única razón de existir es sacarte del sopor de tu vida cotidiana. No obstante, el contenido era algo más oscuro, con una niña de 12 años que planeaba su suicidio para evitar la mediocridad del mundo adulto. Ahora la escritora francesa publica su quinta novela: Una rosa sola.

Puede que la pandemia nos haya quitado en la vida real esos viajes que, en un momento de crisis, nos acaban dando el empujón que nos faltaba para salir del pozo. No obstante, todavía nos quedan los libros. En la nueva novela de esta autora esencial de las letras francesas, Rose viaja por primera vez a Japón para conocer el testamento de un padre al que nunca conoció. Con el paso de los años, se ha cerrado a la vida y es una persona solitaria y distante. Sin embargo, la belleza de los jardines y templos de Kioto consiguen que se reconcilie con el pasado y le abra la puerta al futuro. Muriel Barbery nos recibe en su casa en el campo vía Zoom para hablar de ello.

¿Cómo estás? ¿Cómo estás llevando la pandemia?

Bien porque yo vivo en el campo, tengo un jardín grande y el bosque al lado. El río tampoco está demasiado lejos, así que es mucho más fácil pasarla aquí que en la ciudad.

En Una rosa sola no hay Covid pero su protagonista lleva una vida solitaria y aislada. ¿Qué podemos aprender de ella para sobrellevar los efectos de la distancia social?

Es cierto que Rose, como suele sucederle a muchos personajes de mis novelas, comienza inmersa en la soledad y tiene que conseguir abrirse a los demás. No sé lo que se puede aprender de ella pero sí sé lo que el personaje ha aprendido. Son los encuentros inesperados en su deambular solitario por la ciudad lo que la ayudan. A veces es eso lo que nos hace falta: simplemente abrirnos a otra cosa que no sean nuestro dolor, sufrimiento o frustración. Es algo que se hace con mucha reticencia al principio y después, cada vez, con un poco más de deseo.

A veces simplemente nos hace falta abrirnos a otra cosa que no sea nuestro dolor y sufrimiento propio.

¿Crees que en un mundo tan digital eso es algo que nos aterra cada vez más?

El encuentro siempre ha dado miedo, ¿no? En la condición humana hay una forma de soledad primera que es difícil de trascender. Hay soledades deseadas y otras impuestas pero, en general, el otro da miedo. Ser capaces de salir de nosotros mismos es la gran aventura de nuestras vidas. Poder, no solo estar en contacto con los demás a través de Internet y las redes sociales, sino de compartir y enriquecerse de ese contacto. Yo, que soy escritora y me gusta la soledad intento, a través de mis textos, explorar tanto las dificultades como los grandes momentos del encuentro con los otros. Pero, sí, es una tarea difícil.

Viajar a Japón le cambia la vida por completo a Rose. Obtiene todo lo que alguien podría desear: amor, dinero, paz... Tú misma viviste dos años en Kioto, además de la inspiración para la novela, ¿qué te trajo aquella experiencia?

Un viaje siempre es un vector de apertura. Aquella fue una experiencia fuerte e íntima de transformación personal por motivos que, diez años después, todavía no he acabado de entender. No tengo la sensación de conocer Japón. Es un país que sigue siendo misterioso incluso para aquellos que se quedan mucho tiempo. Yo solo estuve dos años y no hablo japonés pero, desde el mismo momento en el que llegué, sentí que se producía en mí una transformación radical de la mirada.

¿En qué sentido?

Enfrentarme a una cultura tan radicalmente distinta a la mía fue un choque intenso. Primero estéticamente, porque la estética japonesa supone realmente un cambio. Sobre todo para mí que me encantan las artes. Pero también respecto a la mirada existencial. Yo ya no tengo la misma mirada ni para con el mundo ni para conmigo misma. Eso es lo que yo he querido contar con este personaje de unos cuarenta años que descubre, como yo descubrí, la ciudad de Kioto.

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Sabemos que también has viajado por España. Incluso los protagonistas de tu novela Un país extraño eran españoles. ¿Cómo ha influido en tu mirada nuestro país?

España es algo muy fuerte para mí. De una forma distinta a Japón pero con la misma impresión poética. Descubrí España cuando era pequeña porque en verano recorría la península con mis padres hasta Gibraltar. Lo hacíamos para cruzar el Estrecho y pasar un mes en Marruecos, así que mis recuerdos de infancia están marcados de forma muy potente por esa travesía. Ya de niña me emocionaba la belleza de los paisajes tan distintos al campo verde en el que yo vivía. Sobre todo de Burgos para abajo. Me parecían de una poesía radical. Sin nada bonito ni amable pero poético. Eso, cuarenta años después, se transformó en el libro que mencionabas.

En los últimos años, la conversación sobre el amor romántico parece tirar más hacia cuestionarlo que hacia la novela de amor. Sin embargo, tú has apostado en este libro por una historia tradicional.

Yo no creo para nada que hayamos dejado de interesarnos por el amor romántico. Me parece imposible. Sin embargo, de lo que me he dado cuenta es de que hago las cosas a destiempo. Tu pregunta me hace pensar en cuando publiqué La elegancia del erizo y todo el mundo me decía que no iba a interesarle a nadie con tantas referencias literarias y una conserje de cincuenta años como protagonista. Al final lo que queda, sea cual sea la época, son las partes de humanidad: el duelo, la soledad, el amor, el sufrimiento... Lo demás es cambiante. La actualidad me interesa como persona pero no como novelista porque escribir una es, precisamente, tomar un punto de vista distinto del momento presente en el que estamos atrapados. Una manera de explorar de forma más universal esos temas que atraviesan el tiempo.

La actualidad me interesa como persona pero no como novelista porque escribir es tomar un punto de vista distinto del presente

Ahora que mencionas La elegancia del erizo, ¿cómo es tu relación con él 15 años después de su publicación?

Lo volví a leer hace poco por una traducción y lo miré con mucha ternura, como una obra de juventud. No es fácil hacerlo porque me daban ganas de corregir muchas cosas pero, al mismo tiempo, he dejado de considerar el trabajo de escritura como algo fragmentado. Cuando era más joven, cada libro era lo único que contaba para mí en ese momento. En cambio, ahora los veo como partes de una evolución y, por consiguiente, acepto que mis obras anteriores no sean exactamente lo que quiero ahora.

Solo consiguiendo un éxito como aquel puede un escritor vivir de su obra pero, ¿conlleva también algo negativo?

No, no hay un aspecto negativo propiamente dicho. Transformó mi vida de una forma sumamente positiva. Ahora puedo escoger lo que hago con mi vida y en el día a día, conozco a gente que jamás habría conocido sin ese éxito... Es una de las cosas más preciosas y preciadas de mi vida. Al principio tenía mucho miedo de la exposición pública y del aspecto mediático pero, al final, no ha sido para tanto así que no veo aspectos negativos a poder formar parte del pequeño grupo de autores que pueden vivir de su escritura.

La naturaleza juega un papel muy importante en Una rosa sola y en La vida secreta de los Elfos, donde criticaste que la humanidad se piense que le pertenece. ¿Cuánto te preocupa el cambio climático?

Tiemblo al pensar que los hombres van a ir más lentos que la naturaleza y, aunque veo que las generaciones más jóvenes que la mía se interesan más por la ecología, la evidencia de la catástrofe también va cada vez más rápida. Todo se está acelerando como nadie hubiera podido anticipar. Mis abuelos, por ejemplo, no tenían ni idea de lo que era la ecología y mis padres tenían una conciencia muy leve, les interesaba más la política social. En cambio, es cierto que ahora los jóvenes son mucho más conscientes de los grandes desafíos climático pero es que va tan rápido el tema...

Volviendo a Una rosa sola, algunos lectores comentan en Goodreads que sienten que el Japón representado peca, a veces, de parecerse demasiado al cliché turístico. ¿Buscabas plasmar cómo es Japón o recrear tu propio Kioto?

No, no, Japón no es así. Lo representado es una parte muy pequeña de Kioto. Yo quería ceñirme a esos espacios que a mí me me alucinaron. Es un poco como ir a Francia y que te interesen solo los castillos del Loira. Japón es mucho más amplio que ese pequeño perímetro en el que evoluciona Rose. De hecho, hay momentos en los que ella se da cuenta de que hay otro Japón que no le gusta demasiado. Aunque te diré que, hasta ahora, no he conocido a nadie que haya ido a Kioto y no haya quedado deslumbrado. De hecho, ahora que hablábamos del cambio climático, tiemblo al pensar que esos vestigios de una antigua belleza puedan desaparecer. Temo que un día puedan ser realmente tragados por el mundo.

Una rosa sola (Biblioteca Formentor)

Fotos | Boyan Topaloff y Seix Barral.

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