El paso del tiempo cambia costumbres y normas de conducta pero la educación simplemente se pierde: no está de moda. En el ámbito de las relaciones interpersonales cuando vamos de compras, el cliente educado se ha convertido en un humano en peligro de extinción.
El cliente educado (le llamaremos Guillermo) saluda cortésmente al entrar en la tienda (que si la dirección de personal es profesional, estará presente un empleado para darle la bienvenida) y mirándose ambos a los ojos. Ni al techo ni al suelo ni a los lados: a los ojos. Los dependientes de tiendas no son muebles expositores.
Guillermo no cae en el error de confundir la altanería con ser un señor sino todo lo contrario. Es amable sin ser familiar y equilibrado en cortesía distante. Y, por supuesto, trata de usted a todos, incluído el aprendiz que se pasa el día observando a los compañeros expertos en el arte de vender artículos de lujo. No se llama chico ni la dependienta es la chica.
El turno existe también en tiendas selectivas. Si no te atienden al medio segundo de poner un pie dentro de la boutique no es porque no te hayan visto ni estén de humor para atenderte. Simplemente hay más personas y las están atendiendo como se merecen, como quisieras que te atendieran a tí.
Mi amigo Guillermo nunca se dirigiría a la primera dependienta que se cruzara en su camino para preguntarle algo mientras está en plena conversación con otro cliente: ese tipo de personas maleducadas existen y son una plaga. Esa interrupción es desconsiderado para ambos, dependienta y clienta, y dice muy poco de quien interrumpe, normalmente sin saludar.
Puede pasar que justo lo que tú quieres esté en ruptura de stock o falte precisamente tu talla: maldita Ley de Murphy. Aplacar tu disgusto con el personal de la tienda no va a hacer aparecer ese artículo de debajo de la alfombra, tomártelo airadamente no sirve de nada. ¡Qué más quisiera el dependiente poder vendértelo!. Sólo consigues ponerte en ridículo.
Y en cuanto a salir del establecimiento, me sigo preguntando día tras día qué cuesta decir adiós. Sé que es un establecimiento público, que tienes derecho a entrar, pasearte por él y salir cuando te plazca sin decir ni mú pero insisto en que los que trabajan ahí son personas y no perchas.
Tampoco hay que exagerar y saludar con la mano, gesticular o alzar la voz con un adiós generalizado tipo colegas. Una simple inclinación de cabeza a modo de saludo o media sonrisa es suficiente, elegante y correcto. En España deberíamos subir el nivel de educación como clientes cuando vamos de shopping: menos soberbia y más educación, que se traduce en humanidad.
Foto | CamelCrusher1978, JohnBurke, bowbrick
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