Mi compañera Laia ya ponía hace unas horas la puntilla al hablar sobre la portada de Lindsay Lohan para Vogue España: “Y juzgad vosotros mismos si Lindsay es la nueva Marilyn, o solo una versión con adicciones (reconocidas) de Lady Gaga…“. No hace falta añadir más. Respecto a su reciente unión con Fornarina los planteamientos no cambian.
Segunda campaña que protagoniza Lindsay Lohan para la firma italiana y segunda muestra de aburrimiento. Si en Vogue parecía una Marilyn Monroe de los chinos, aquí las semejanzas van en busca de la explosividad de gente como Megan Fox, manteniendo el toque choni que la protagonista de Transformer siempre poseerá en exclusiva.
¿Glamour? Ninguno. ¿La pose rocker con la Gibson destrozada? Para decorar cualquier garaje antes que una revista de tendencias. ¿Y las poses frente a la cámara? Dignas de un catálogo de estiramientos.
Lo siento, pero no entenderé nunca cómo habiendo modelos tan estilosas y famosas con el mismo posicionamiento que Lohan en la capacidad de atraer al público en las ventas de una marca, Fornarina apueste por esta mujer.
Para mí, la marca pierde un prestigio fundamental y hace que ni me la crea.
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