¡Viva el siglo XXI! Ahora podemos salir de casa y dejar programada la lavadora, el horno, la crock-pot y ¡hasta el aspirador! para que a la vuelta del trabajo nos encontremos todo como los chorros del oro y la comida hecha. Pero me gustan tanto todos mis cacharros nuevos que ahora no puedo separarme de ellos. ¡Horror!
El otro día me prestaron un Hom Bot Square de LG, un robot aspirador que va por la casa aspirando que te aspirando sin que tú tengas que hacer nada. Ni siquiera tienes que estar. Lo programas, lo dejas trabajando y te vas. Pero… cuando estaba a punto de salir por la puerta no hubo manera. Era hipnótico verle limpiar todas las pelusas. Recorrer las esquinas buscando migas. Y me preocupaba que se merendara alguno de los Pin y Pon de mis hijas o que se despeñara en el escalón que separa en dos alturas mi salón (spoiler: no lo hizo, era más listo de lo que yo pensaba).
El caso es que me pasé media hora vigilándole y disfrutando de verle trabajar, tanto como un jubilado frente a una obra. Y, claro, llegué tarde a la oficina. Eso me hizo darme cuenta de que no es la primera vez que me pasa, no es la primera vez que me obsesiono tanto con un invento que se supone que me iba a hacer la vida más fácil.
Uno de los ejemplos más claros es mi obsesión por la Thermomix. Me compré una hace más de quince años porque me convencieron de que me iban a salir unas croquetas de rechupete con cero esfuerzo. Pero mi obsesión por el aparatejo ha llegado a tal nivel que ahora tengo otra nueva ( más moderna), me he suscrito a la revista y hasta voy a los congresos. Y hacer masa de croquetas es demasiado fácil, así que busco en internet recetas de Alta Cocina para sacarle todo el partido a ese aparato tan sofisticado.
Lo de la Crock-pot tampoco tiene nombre. Me voy a casar con ella en cuanto me lo permitan las leyes. La quiero tanto que me paso las noches en vela pensando en que la pobre está encendida todo el tiempo, guisando muy despacito esas carrilleras de cerdo para mí.
Con la lavadora también pasé un periodo de obsesión tecnológica. Me encantaba programarla y saber que en el momento del centrifugado yo estaría far, far away… Pero creo que los ingenieros han llegado a un punto de anti-evolución y desde luego, a mí ya no me conquistan hasta que no inventen una lavadora que tienda sola la ropa. El día que lo consigan tendré una relación con ella como Betty Draper con la suya.
También tengo un romance apasionado con un móvil de última generación. Hace las fotos más increíbles del mundo, tiene un millar de aplicaciones para ayudarme en cualquier cosa y me permite mandar archivos desde el último rincón del país. Por su culpa ya no tengo ninguna excusa para no contestar un mail en vacaciones. Me acuesto y lo dejo a mi lado, cuando camino por la calle compruebo con suaves toquecitos que sigue conmigo. Esto es lo que se llama una relación de pareja intensa porque me paso el tiempo controlándolo y me pongo nerviosa cuando lo toca otro.
Tengo un problemón, lo sé. Y no tiene solución. Así que de alguna manera me alegra muchísimo tener que devolver el Hom Bot Square que me prestaron. Me estaba empezando a aficionar a tener el suelo impoluto y ¡quería más! ¡Más! Y mi hija pequeña le seguía por toda la casa, llamándole "perrito" y confundiéndolo con la mascota que nunca le voy a comprar. Además, no sé si tengo hueco en el corazón para obsesionarme con toda la tecnología que está por llegar.
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