Tengo entendido que cuando una va a hablar de sí misma lo primero que tiene que hacer es presentarse. Yo, como voy a hablar de mi ansiedad, os la presentaré a ella. Se trata de un trastorno de ansiedad generalizado, acompañado, en este caso, por pensamientos obsesivos sobre la muerte. Este trastorno me acompaña desde hace dos años y, aunque llegó pegando fuerte, hace un tiempo que nos llevamos más o menos bien.
No os voy a engañar, a veces se pone rebelde y me da más guerra, pero por lo general hemos llegado a una especie de entendimiento mutuo. Gracias a esta suerte de tregua entre nosotras, ahora soy consciente de todo lo que me ha enseñado la ansiedad. A aquellas de vosotras que estéis leyendo esto en el peor momento de la ansiedad seguro que la idea os parece imposible. ¿Cómo va a pasar enseñar algo un trastorno que genera tanto sufrimiento? Solo puedo deciros que en mi caso así ha sido.
Ni puedo ni debo controlarlo todo
A mí me gusta tenerlo todo controlado y medido hasta el extremo. Analizo a diario todas las posibles consecuencias de mis actos, de los actos de los demás, de los eventos del día e incluso de la situación meteorológica. Este análisis me ayuda a adelantar los posibles respuestas antes cualquier evento. Así siento que controlo la situación y que tendré herramientas para enfrentarme a lo que ocurre.
Por desgracia, lo que yo creo y lo que luego ocurre no siempre van de la mano. Por más que yo intente controlar todo lo que ocurre a mí alrededor, a veces pasan cosas no solo inesperadas, sino que incontrolables para mí. Y entonces la que se descontrola es mi salud mental.
Además, en mi anticipación de los eventos a ocurrir solo anticipo desgracias y dejo de lado las posibles bondades que podrían ocurrir en mi vida. Esto me lleva a tres cosas: no disfrutar de las cosas buenas que ocurren, vivir siempre en tensión y desequilibrarme cuando algo malo ocurra.
Tener ansiedad me ha hecho darme cuenta de que no importa cuánto controle yo mi vida, porque las cosas malas e inesperadas pueden pasar igual. Y, mientras tanto, estoy viviendo una vida rígida, llena de tensiones y con cero disfrute. He aprendido que es hora de soltar el control un poco.
A veces la desgana era cobardía
No siempre, ni en todos los casos, pero la ansiedad me ha enseñado que muchas de las veces que decía no tener ganas de ir a un sitio, hacer planes con gente, formar parte de un grupo o meterme en un proyecto, lo que tenía no era desgana sino mucho miedo. Esto ocurría especialmente cuando esos planes incluían a mucha gente, a poca gente pero no demasiado conocida o a mí siendo objeto de atención.
Durante muchos años, ante esas situaciones me he convencido a mí misma de que en realidad no me apetecía. A veces decía que sí, y en el último momento acababa declinando el plan con cualquier excusa. Y lo peor es que, realmente, yo creía que era porque me daba pereza. Es verdad que, a veces, me arrepentía de haber dicho que no, pero ya estaba hecho. Ahora he comprendido que muchas de esas veces lo que no quería era exponerme.
Me daba miedo, y me hacía sentir insegura, la idea de pasar tiempo con gente que pudiera juzgarme, que se diera cuenta de que era menos simpática, menos guapa y menos inteligente que el resto. Vamos, que dejaba de hacer cosas por miedo a lo que los demás pudieran pensar de mí. Ahora sigo teniendo miedo pero soy más consciente y me obligo a hacer el esfuerzo. A veces estoy incómoda, pero ha resultado que la mayoría de las veces lo he disfrutado más de lo que esperaba.
Yo soy capaz
Uno de los motivos para mi necesidad de control, y mi ansiedad hacia lo que no puedo controlar, es el miedo que me da no ser capaz de manejar las cosas imprevistas. Que ocurra algo que no tenía previsto ni calculado y no tener las herramientas ni las capacidades para sobrellevarlo. Ahora, sin embargo, sé que soy capaz. Estoy aprendiendo poco a poco a confiar en mis habilidades. A saber que tendré la capacidad de sobrellevar lo que se me ponga por delante y si no, sabré dónde y cómo buscar la información que me falte o tendré la capacidad de pedir ayuda a quien sí sepa.
El conflicto no siempre es malo
Durante mucho tiempo en mi vida he temido al conflicto. Siempre he sido de las que no querían entrar en discusiones o evitaban dar su opinión. En parte por miedo a molestar a otras persona, pero también por miedo a que alguien me confrontara y tener que entrar en un debate.
He sido de las que daba su brazo a torcer, de las que cuando se hace un plan siempre dice “yo lo que todos queráis” o “lo que os parezca mejor”. De las que prefiere quedarse sin hacer algo que le gusta si hay otra persona que tiene muchas ganas de hacer algo diferente. Podría decir que es por generosidad o bondad, pero en gran parte he evitado el conflicto por miedo a caer mal, a hacer que dejen de quererme o de gustar.
No discuto ni llevo la contraria ni exijo ni echo en cara los desplantes por miedo a que los demás dejen de quererme y quedarme sola. Y así, aguanto carros y carretas. O aguantaba. Porque ahora sé que el conflicto no siempre es malo y que, depende de cómo se exponga puede ser constructivo. Ahora sé que tengo derecho a quejarme, a exponer mi opinión o a informar de que algo que se me ha hecho me ha afectado. Ahora sé que valgo lo suficiente como para que si me dejan de querer por eso, la perdida sea de los demás.
La ansiedad solo es una enfermedad
Cuando estás en el punto más alto del trastorno sientes que te supera, pero ahora yo sé que es solo un enfermedad que se cura. Como tal tiene una serie de síntomas, algunos de los cuales pueden ser especialmente molestos, pero con el tiempo se van y vuelves a la normalidad.
Antes luchaba contra ellos y les daba una importancia inusitada. Ahora sé que debo tratarlos como a los síntomas de cualquier otra enfermedad. Los estornudos de la gripe, o los vómitos y el dolor de estómago de la gastroenteritis son molestos, pero no centro toda mi vida en ellos y sé que se acabarán yendo.
Ahora intento tomar igual los síntomas de la ansiedad. Y, en el peor de los casos, si yo sola no puedo controlarlos sé que puedo acudir a mi médico o mi psicóloga para que me ayuden y la situación no irá a más. La ansiedad ya me ha hecho sentir lo peor que podía hacerme sentir y me ha enseñado que incluso eso soy capaz de superarlo.
Imágenes | Las ventajas de ser un marginado, It's kind of a funny story, Giphy
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