No, no eres la única que siente un apetito tremendo y tiene un lío monumental

No, no eres la única que siente un apetito tremendo y tiene un lío monumental
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He escrito apetito porque es más correcto, pero creo que lo que padecemos la mayoría es lo vulgarmente conocido como hambre, incluso en ocasiones, la simple ansiedad de toda la vida. Hace un ratito me he tomado una torrija, sin remordimientos, con la absoluta conciencia de que debo disfrutarla porque acaba la temporada. Después, me he quedado dormida, supongo que por la satisfacción que da la propia torrija o por la sensación de serenidad que la batalla perdida me ha supuesto.

Me doy cuenta que desde hace tiempo tengo muchísimo apetito y lógicamente, cuanto más me esfuerzo por comer menos cantidad y más saludable, más desasosiego siento. Soy consciente de que parar esta sensación, aguantar y actuar con madurez es una cuestión de actitud, pero no debo estar muy motivada.

Me consuela saber que no estoy sola en esto, últimamente mis amigas y yo reconducimos todas las conversaciones a lo que hemos incorporado, eliminado o incluiríamos de buena gana en nuestra alimentación.

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¡No adelgazo!

Ayer sin ir más lejos, durante un almuerzo, mi amiga Marta me contaba que ha dejado el pan definitivamente porque se ha dado cuenta de que es la fuente de todos sus males, para a continuación decirme que había descubierto el de espelta, y en concreto, una barra tan grande que le duraba una semana.

Mi cuñada Elena, que estaba allí, sorda ante la segunda afirmación, contestó que ella también se había dado cuenta de que desde, con la intención de ahorrar, tomaba un polvorón todas las tardes para terminar los que quedaron en Navidad, había notado un aumento de peso. Todavía me pregunto cuántos kilos de polvorones compró esta familia para estar en abril y continuar con el tema.

Marta volvió al espelta y dijo que con margarina y mermelada de arándano ese tipo de pan era insuperable, a lo que Elena contestó que puestos a poner margarina, ella prefería mantequilla. Después comentaron que si les faltan tostadas por la mañana no son personas, y que con independencia del tipo de régimen que lleven a cabo siempre piden permiso al médico para incorporarlas.

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Mientras comíamos un risotto ai funghi porcini, Marta nos preguntó qué cenamos, porque es un tema que no ve claro y le preocupa. Yo comenté que una buena opción era un huevo pasado por agua y una latita de sardinitas por aquello del omega 3.

Entonces, ambas pusieron una cara entre asco, desprecio e indiferencia para pasar a la elaboración de la cena a base de “tostas”. Una propuso con tortilla, la otra dijo que para alegrarla había que añadir queso, a lo que la primera lo mejoró con atún, para terminar quitándose la palabra con la idea de que un revuelto de gambas era la mejor opción.

Lo gordo es que no se explican cómo no adelgazan comiendo tan poco. Para rematar, Elena que siempre aboga por el deporte, nos contó que ese día había caminado ya casi una hora: 20 minutos de su casa a la oficina, 10 al restaurante y los otros 10 que haría de vuelta a la ofi, sumaban 40…

Cuando llegamos a lo de los lácteos desistí, Marta dijo que los ha dejado de forma radical y ha descubierto unos de leche de cabra ecológicos deliciosos, que sólo venden en El Corte Inglés. Después de este despropósito al que yo colaboro en muchas ocasiones, lo de la torrija me parece un mal menor.

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Llegó el sosiego…

Hace poco una entrenadora me dijo que se debe aceptar el hecho de engordar porque la naturaleza es sabia y a medida que cumplimos años el metabolismo se ralentiza como respuesta y en colaboración a lo que será un nuevo periodo de vida más sedentaria y placentera en el que ya no vamos a necesitar utilizar la estrategia de supervivencia.

No sé si ese plan superior desconoce que la vida ha cambiado porque ahora corro más que nunca, me dicen que los 40 son los nuevos 20, y he tenido que familiarizarme con conceptos como ecológico, biológico, macrobiótico, probiótico, vegano, alimentos sin lactosa, desdeñar la carne y vigilar el gluten. Es lógico que mi cabeza y la de mis amigas hagan chiribitas de vez en cuando.

En la carrera, me pregunto si no estaremos desgastándonos en batallas que ni siquiera tienen enemigo, y si alguno de los que consideramos fracasos son en realidad nuestras mejores victorias. Puede que muchas de mis búsquedas estén equivocadas y sólo importen los momentos más simples de felicidad, como comer risotto con unas amigas.

Imágenes | Pixabay.com

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