No voy a ser yo la primera persona en este planeta que a veces (bueno, muchas veces) tiene la sensación de que todo le va mal. Más allá de que lo mío podría ser un simple caso de hipocondría, la sensación es la que es. La tengo. La noto. La vivo.
Y es un horror.
Hay momentos en la vida en las que suceden mil cosas desagradables. Todas. A la vez. Ahí es cuando te preguntas: ¿y qué narices le hice yo al Universo para que me lo pague de esta manera?
El famoso Karma. A mí me tiene harta. Hartísima. Seguro que me entiendes: intentas ser mejor persona; te fijas mucho en cómo hablas de los demás (soltar porquería por la boca sólo sirve para que te ensucies por dentro); procuras no joderle vida a nadie (y seguramente no lo consigues del todo porque uno no siempre es consciente de ello) y ayudas al que lo necesita (dentro de tus posibilidades). Pero el Karma- tu Karma, mi Karma, nuestro Karma- parece estar pasándolo de maravilla, jugando a veteasaberqué. A veces me da la sensación de que se trata de una partida para dos pero que juega solo: hace una jugada, se levanta, se sienta en la silla de enfrente y vuelve a jugar.
De lo contrario, no me explico.
El Karma juega en su tiempo libre, así que cuando está de vacaciones, es un sinvivir: se te rompe la nevera; tu novio te deja; tu jefe parece haber apostado a ver cuánto tiempo aguantarías bajo presión (suele ganar, el muy cabrón); caes enferma, encadenando un catarro con una apendicitis y la regla... Y, por si fuera poco, la Agencia Tributaria te exige devolverle un dinero que no tienes.
Sí, sé que contado así, puede parecer ordinario. Pero a mí no se me ocurre ser poética y literaria cuando hablo de las malas pasadas de la vida. Porque llamarlas “desgracias” es muy de primer mundo, y decir que son "unas simples circunstancias no favorables" es quitarle peso al asunto. Yo no me doblego ante las circunstancias, pero sí me afectan estas malas pasadas de la vida. Sobre todo, si llegan todas a la vez (y es como suelen llegar).
Y hay días en los que cuesta ser positiva. Esos días de “todo mal todo el rato”. Yo lo intento, de todas maneras. Por ejemplo, pienso en los que lo pasan verdaderamente mal, pero no me sirve de nada, porque en vez de tranquilizarme, sufro por ellos. O decido que no tengo motivos reales para quejarme, pero entonces me deprimo todavía más. Incluso intento buscarle cosas positivas a mi vida y… ¡No las encuentro! Cuando la nube negra se instala encima de mí, dejo de ver el horizonte.
Pero hace unos meses conocí a Nico.
Quedamos para cenar los cuatro: yo con mi chico y mi amigo con el suyo. Nico, el novio de mi amigo, resultó ser escultor, pintor, arquitecto... Hace un montón de cosas y todas las hace bien. Le va bien. Se le ve bien. Y tiene mucho trabajo, haciendo algo que le apasiona: crear. Vamos, algo increíble, teniendo en cuenta cómo están las cosas hoy en día.
Pero lo que más fascinada me tenía era su actitud ante al vida. No diría que Nico es una persona excesivamente positiva o extremadamente optimista. Qué va. Nico es lineal. Muy raro para un artista, lo sé.
Hablamos de las frustraciones, de cómo vemos la vida y la gente, del cambio, de por qué unos viven y otros parecen estar sobreviviendo rodeados de cosas.
Así que le conté mis agobios cotidianos y le hablé de esa sensación de que mi Karma me odia y ni siquiera sé por qué.
Y entonces Nico me dijo algo que me hizo ver las cosas de otra manera. Puede que te parezca demasiado simple, pero a veces las cosas más sencillas son las que nos hacen cambiar de mentalidad. O lo que llega a ser la teoría de la navaja de Ockham: "En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable."
La comparación que hizo Nico me pareció simplemente fantástica. Y quiero compartirla contigo.
“La vida es así: hoy todo va bien, mañana parece que todo va mal. Y cuando las cosas dejan de funcionar, nos dedicamos a repasarlas una y otra vez y esperar- desesperadamente- que las cosas mejoren. Pero esto es como cuando alguien te ha enviado un paquete a través de una agencia de transporte. Sabes que te va a llegar, pero te pasas el día mirando fijamente en el ordenador siguiendo el trayecto del paquete: ha salido, ha llegado a la aduana, sigue en la aduana, parece que está en reparto, no llega… Desatiendes muchas cosas cotidianas por seguir el proceso de entrega del paquete. Te pones nerviosa porque quieres recibirlo ya, aún sabiendo que, tarde o temprano, llegará. Y cuando por fin llega, te das cuenta de que tienes que hacer mil cosas que no habías hecho estos días, porque has pasado semanas pegada a la pantalla. Las cosas buenas llegarán: hoy, mañana o de aquí a una semana o un mes, y no sirve de nada estar histérica siguiendo su trayecto. Dedícate a hacer lo que toca hacer, y ya está. Porque el paquete está de camino”.
Desde entonces yo ya no espero mi “paquete”, me ocupo de mis cosas y, cuando todo va mal, me centro en lo que tengo que hacer. Y el paquete llega, tenía razón Nico. El mío, por cierto, me lo han entregado esta misma mañana, cuando ya no me acordaba de que tenía que llegar.
Y es que pasamos mucho tiempo en un “stand by” emocional, esperando que algo bueno suceda. Años de cola para acceder a la ventanilla de “Recompensas del Karma”. Pero el día que llega nuestro turno, resulta que no lo habían enviado a domicilio.
Que desperdicio de vida.
Gracias, Nico.
Fotos| No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas
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