Posiblemente estemos todas más que familiarizadas con el cuento del patito feo. Ese pobre patito gris, casi desplumado, del que todos sus otros hermanos patitos se reían porque era muy feúcho, no como ellos, que eran de un amarillo y esponjoso precioso.
El final de la historia también nos la sabemos: al final el patito no era un patito, sino un polluelo de cisne. Cuando crece todos los demás patos que se reían de él se quedan alucinados y boquiabiertos con la sublime belleza de ese maravilloso cisne de cuello larguísimo y plumas blancas.
El problema de los cuentos es que no sabemos lo que ocurre una vez que se alcanza el "y fueron felices". Nunca sabremos si el pobre patito feo fue capaz de superar los insultos de sus hermanitos y conocidos. No sabemos si el hermoso cisne consiguió al final reconocerse en el reflejo que le devolvía el agua o si, en cambio, sentía que aquel que le devolvía la mirada era un extraño.
Nadie le preguntó nunca al patito si, incluso después de años siendo cisne, en su interior seguía sintiéndose patito feo muy a menudo.
Cuando el patito feo eres tú
Por supuesto, la fábula del patito feo es solo un cuento, pero sirve para ilustrar una situación que es muy real para muchas personas y que se conoce, precisamente, como 'síndrome del patito feo'.
Si hay algo que se sabe de la adolescencia es que es difícil para casi todos, pero para algunos puede serlo un poquito más de lo normal. Algunas personas nos encontramos con que, en esa época de transición, donde tantos cambios se dan en nuestros cuerpos y nuestras cabezas, las personas de nuestro alrededor nos lo ponen todavía un poquito más difícil.
Basta con un detalle físico que sea diferente o que llame la atención. En mi caso, resultó que era una niña bastante velluda, lo cual fue motivo de burla en mi clase, colegio e instituto durante algunos años. Es posible que las burlas no fueran tan graves ni tan habituales como yo las recuerdo - o puede que sí - pero en mi mente de niña preadolescente y adolescente hicieron mella.
Durante mucho tiempo tuve claro que yo era fea, una niña fea, una adolescente fea, que nunca iba a gustar a nadie, que nadie iba a querer y que, por supuesto, siempre iba a ser fea. Yo me miraba al espejo y me veía cómo me describían quienes se metían conmigo.
Y, claro, tenía amigas y mis padres me querían, y ellos no me decían a la cara que era fea - por no hacerme daño, imaginaba - pero yo sabía que era así, porque aquellos que se metían conmigo me lo repetían una vez. Yo era, "la mostacho" y la mostacho no podía ser guapa ni gustarle a nadie. Eso estaba claro.
La realidad es que, una vez pasada la adolescencia, descubiertos los milagros de la depilación, encontrado el estilo que más me favorecía y desarrollado del todo, las cosas cambiaron. Ya nadie se metía conmigo. De hecho, incluso algunos chicos parecían pensar que era guapa o sentirse atraídos por mí.
Según pasaba el tiempo tuve parejas, y algunas personas incluso me decían que era guapa. Y es posible, que objetivamente, hubiera pasado de ser un patito feo a ser una joven relativamente guapa. Pero en el reflejo que me devolvía el espejo yo solo veía a la niña feúcha y me costaba creer que otros vieran algo más.
Consecuencias del síndrome del patito feo
Es posible que, leyendo esto, muchas de vosotras y vosotros también os sintáis identificados y os preguntéis si estáis pasando por una circunstancia similar o la habéis pasado. Por supuesto, la autoestima se ve dañada y, en ocasiones, hace falta mucho tiempo y trabajo personal conseguir recuperarla.
Pero, además, existen otras características comunes de las personas que han pasado por circunstancias similares:
- Los cumplidos te los dicen por compromiso: es posible que una parte de ti sepa que ya no eres ese patito feo de la adolescencia, pero también que todavía te cueste creértelo del todo y aceptarlo cuando es otra persona quien te lo dice. De hecho, cuando alguien te hace un cumplido tu tendencia es a no creértelo o a pensar que la gente te dice cosas buenas por amabilidad o porque son buenas personas.
- Tiendes a compararte con los demás y siempre sales perdiendo: no puedes evitarlo, cuando estás con otras personas sientes que no eres tan guapa, tan lista, tan divertida o tan encantadora como las demás y, lo que es peor, que todos los demás lo saben.
- No te gusta llamar la atención: cuanto más discreta e inadvertida pases menos posibilidades de que alguien se dé cuenta de que eres un patito feo.
- No haces uso de tu belleza porque no crees que la tengas: la mayor preocupación para muchas de las personas que han pasado por esto es crearse una personalidad fuerte e interesante, o ser valoradas por su inteligencia. Pero ni se les ocurre que puedan también utilizar su aspecto físico para llamar la atención, resultar interesante o ser carismáticas.
Cómo superar el síndrome del patito feo
Personalmente, durante mucho tiempo creí que no pasaba nada por sentirme así, que había conseguido tener una vida buena, amigas, incluso pareja y que la gente me valoraba por ser buena persona e inteligente. Sin embargo, no me daba cuenta de cuánto afectaba a mi vida social las inseguridades que había en mí y mis complejos.
No me daba cuenta de que, en muchos casos, evitaba ir a sitios con gente que no conocía demasiado. Ni era realmente consciente de hasta qué punto eran poco saludables los pensamientos que me acosaban cuando estaba con otras personas, sobre que era la más fea, la más tonta y la menos válida de todas.
Hasta que un día la ansiedad hizo su aparición y tuve que enfrentarme a todo esto. Acudir a un profesional de la salud mental o un psicólogo que nos ayude puede resultar muy beneficioso, para que nos enseñe a ver el cisne que a realmente hay en el espejo y a valorarlo por lo que es y no por lo que fue.
Este profesional nos ayudará a reconstruir nuestra autoimagen de una forma más saludable y objetiva, basada en elementos objetivos, dejando atrás los elementos del pasado. Además, podrás aprender a valorar a la persona que eres ahora, en la que te has convertido tanto por las cosas malas como las buenas que has vivido.
Las experiencias por las que pasamos que nos han llevado a sentirnos así también nos han ayudado a trabajar nuestra personalidad o nuestra inteligencia, y eso es algo que agradecer y de lo que estar orgullosa. Es el momento de creer que la gente que nos hace cumplidos los hacen porque los sienten, y que se puede ser guapa e inteligente al mismo tiempo sin que sean excluyentes.
Es hora de aceptar, como dice una de mis frases favoritas que "no necesitas ser guapa como ella; puede ser guapa como tú".
Imágenes | The Princess Diaries, Clueless, She's all that