A todos nos pasan cosas malas, pero quedarse en el bucle de la negatividad siempre tiene un coste y empieza por la autoestima y las relaciones sociales
Hace muchos años trabajé con una persona que podría definir como un vampiro emocional. Siempre le pasaba algo (y siempre malo) y siempre era una víctima de las circunstancias porque fuera el que fue su drama, nunca era por culpa suya. Seguro que en algún momento de tu vida te has cruzado con alguien así. Una persona que parece atrapada en el papel de víctima.
No decimos que todo lo que nos pasa sea culpa nuestra, pero tampoco es real que seamos una víctima de todo lo que nos ocurre, y hay personas que, en ese papel de víctimas, se sienten cómodas aunque no sea el mejor patrón para ellas ni para quien le rodea. Estas 11 señales te ayudarán a detectar a esa persona que siempre se hace la víctima.
Siempre es culpa de otros
Es la señal más clara. Nunca se hacen responsables de absolutamente nada. En el trabajo, por ejemplo, si algo iba mal mi compañera decía que había sido culpa de los compañeros/clientes/jefes/ y hasta del tiempo. Y no es broma. De su boca nunca salía la frase “me he equivocado”.
Todos, en mayor o menor medida, cometemos errores. Nadie se libra. Todos nos equivocamos, metemos la pata y la cagamos. Iria Reguera, psicóloga y directora de Trendencias, nos explica que cometer errores no mide tu valor como persona y “aprender que ninguna equivocación nos define nos ayudará a empezar a ser capaces de aceptar la culpa, asumirla y aprender de ella”. Alguien que siempre se hace la víctima nunca se hace responsable de sus errores ni los admite.
El drama es su mejor amigo
No recuerdo un solo día en que algo malo no le pasase a la compañera de la que te hablo. Era tan llamativo que en algunos momentos llegué a pensar que si ese día no tenía un drama que compartir se lo inventaría o buscaría uno de forma consciente para tener algo malo que contar. Su vida era una intensa telenovela con ella como protagonista. La mentalidad de víctima se hace fuerte gracias a un drama constante que mantiene la atención en ellos y refuerza su visión de que la vida está constantemente en su contra.
Necesita atención constante y ser “rescatada”
Desde Mundo Psicólogos nos explican que alguien que sufre de victimismo siempre quiere llamar la atención y ser, de alguna manera, rescatada. “En lugar de buscar ayuda efectiva o empatía legítima, la víctima busca despertar la pena de los demás y, hasta ese punto, confirmar que no puede resolver los problemas por sí misma”, afirman los psicólogos expertos.
Llevan la negatividad por bandera
No queremos que creas que es necesario un positivismo tóxico para no parecer una víctima, pero el extremo contrario, una negatividad exacerbada y poco realista, es una señal de que podríamos estar ante alguien que sufre de victimismo. Si pensamos en que las investigaciones han demostrado que el pensamiento negativo puede conducir a un mayor riesgo de problemas de salud mental, como depresión y ansiedad, lo más normal es que en la medida de lo posible tratemos de ver la parte positiva de la vida y si hay que minimizar algo que sea lo negativo y no al revés. Alguien que se hace la víctima tiende a erradicar cualquier pensamiento que no sea negativo en cuanto a su vida y a lo que le ocurre.
Son rencorosos
Si pensamos en que alguien que se hace la víctima solo tiene espacio para lo malo que le ocurre, ¿qué te hace pensar que se olvidará de aquella vez que le hiciste daño? Una persona que sufre victimismo recuerda cada pequeño daño que les hicieron y lo mencionan siempre que tienen la oportunidad.
Buscan la validación externa constantemente
Como tienen una falta de asertividad, esa capacidad de expresar los propios intereses y defenderlos frente a los de los demás, es posible que eso provoque una necesidad constante de validación. Las personas que siempre se hacen las víctimas buscan una confirmación externa de su narrativa interna de ser la víctima. Es decir, se trata de un intento de que la gente valide su condición de "víctima". No necesitan que un “el proyecto no ha salido bien pero tú has hecho un gran trabajo”, sino un “tienes razón, el jefe está en tu contra”.
No son empáticos
Si pensamos en que una persona está obsesionada con ser el centro del desastre absoluto que la persigue cada día de su vida, pensar que pueda mostrar algo de empatía sería ser demasiado optimistas. En mi caso, cuando llegaba al trabajo y le contaba algo malo o que me preocupaba, su respuesta siempre empezaba con un “pues yo…” seguido de un drama. No había espacio para mi dolor o mis problemas, solo para los suyos.
Saben manipular
En la misma línea, cuando hablamos de alguien que se hace la víctima no es de extrañar que tengan muchos rasgos manipuladores, Hacerse la víctima constantemente requiere de una gran habilidad para manipular, casi como si tuvieran un don. Consiguen distorsionar las situaciones y manipular los hechos para que encajen en su narrativa y que te sientas culpable o sientas pena ante su situación constantemente, por lo que si tienes una relación estrecha con esa persona, puede llegar a afectar a tu autoestima.
Desconfían de la gente
La falta de confianza, como nos explican en Mundo Psicólogos, es fruto de pensar que todo el mundo está en su contra. “El victimismo hace que las personas que lo padecen sufran de una falta de confianza”, explican.
Están estancados en el pasado
Es más que probable que una persona que vive pensando que es una víctima se obsesione con heridas, fracasos e injusticias pasadas, como si esa fuese su zona de confort que justifica aún más esa mentalidad de víctima que luego les ahoga.
Tienen problemas con los límites
Pensemos en la importancia de los límites en cualquier tipo de relación. Pero no solo en la importancia de saber poner límites, sino también en la de saber respetar los de otra persona. Establecer límites saludables es un crucial para mantener relaciones equilibradas y fomentar la autoestima, pero si estamos ante una persona que tiende a hacerse la víctima, no será un concepto muy definido en su caso.
El motivo es que tienden a ignorar por completo los límites de otros (y los suyos) e incluso a no tenerlos. Pueden compartir demasiados detalles, invadir el espacio personal de los demás o permitir que otros crucen sus límites con frecuencia, lo que refuerza aún más su condición de víctimas.
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