Estamos viéndolo constantemente en redes sociales y contra los famosos y los influencers, pero hace mucho más daño a la autoestima del que imaginamos
“¿En qué momento has creído que tu opinión es lo suficientemente relevante como para que la digas en voz alta?” Es la pregunta con la que las psicólogas Alicia González y Elizabeth Clapés comienzan este reel en Instagram. Y es que aunque pensemos que dar nuestra opinión con un buen tono de voz y sin faltar al respeto (desde nuestro punto de vista) no es algo malo, lo cierto es que no es necesario.
Ese vídeo nos ha hecho pensar en si una persona emocionalmente inteligente opina siempre y de todo. La respuesta es que no. Puede opinar, sí, y hacerlo desde el respeto, pero ¿es una opinión solicitada o un simple desahogo para quien opina?
Dar tu opinión sobre todas las personas no te hace más inteligente
No todas las opiniones tienen que ser dichas en voz alta, especialmente las que empiezan con un “espero que no te moleste”. No es que no podamos tener una opinión, al contrario. Cada persona puede y tiene una opinión de todo, pero eso no significa que esté en la obligación de opinar ni que la otra persona deba escuchar esa opinión.
La experta en comunicación e imagen, Andrea Vilallonga, afirmaba que “las personas confunden dar su opinión con ser honestos”. Y es que tal vez “antes de sentenciar o de opinar, deberíamos preguntar”. Podemos pensar que nuestra opinión y nuestro juicio es una crítica constructiva, pero en casos como el de Berta Vázquez, vemos que opinar puede hacer daño aunque nuestra intención no sea esa. “Si os piden vuestra opinión y veis que realmente la quieren, tienes que darla con humildad”, aseguraba Vilallonga.
Como bien afirmaba Silvia López en El País “es sano para el individuo, para la sociedad y para el planeta que cada ser humano desarrolla sus propios criterios y tenga la absoluta libertad de expresarlos”, pero mirando las redes sociales, vemos cómo aparecen jueces hasta de debajo de las piedras, y cuando exponemos nuestro juicio puede que por el camino hagamos más daño del que imaginamos.
La psicóloga Leire Villaumbrales, afirmaba al medio citado anteriormente que “dar y elaborar nuestros argumentos no deben ser actos dolorosos”. Y por desgracia vemos esas opiniones constantemente. Nuestros artículos reciben en ocasiones comentarios insultantes solo por el hecho de que quien los lee no está de acuerdo con lo escrito, y los famosos y no tan famosos lo sufren a diario en sus redes sociales. Habrá quien se excuse en “si no quieres que opine no te expongas” pero lo cierto es que, que cualquier persona exista no te da derecho a opinar sobre ella.
“Espero que no te moleste” y otras frases para evitar sentirnos culpables al opinar
“Solo soy sincera”, "solo le he dicho la verdad", “me sabe mal, pero…”. Son frases que parecen justificar nuestra conducta y que pretenden minimizar nuestra culpa, pero que en ningún caso evitan el daño causado. Que otra persona opine sin siquiera conocernos, solo viendo una pequeña ventana de nuestro mundo como podría ser nuestro trabajo o una foto en redes sociales, es un comportamiento que rebosa ego, que es narcisista y en el que se nos escapa el sesgo de atención con el que lo decimos.
Según Rocío Fausor de Castro, miembro de la Sociedad Española para el avance de la Psicología Clínica y de la Salud (SEPCyS), es "la tendencia a prestar más atención o fijarnos antes y más ante unos estímulos frente a otros". Es decir, cuando opinamos lo hacemos desde nuestra experiencia, nuestros valores y nuestra propia forma de ver la realidad. Desde nuestro pasado y nuestro presente, y eso no es una verdad universal. Y aunque la gestión emocional de nuestra crítica u opinión no nos compita a nosotros, sí debemos ser conscientes del impacto que nuestra conducta puede tener y evitar hacer daño de forma gratuita solo porque tenemos “derecho” a opinar.
La psicóloga Valeria Sabater afirma que “hay personas así, de las que nos regalan su indiscutible opinión sin que se la pidamos, de las que proclaman su sinceridad porque con ella dicen ayudar a los demás diciéndoles aquello que supuestamente necesitan. Son perfiles con el ego encumbrado que nos venden sus opiniones como si fueran verdades absolutas, haciendo siempre uso de la crítica más mordaz o del lado más negativo”. Y lo más importante: aunque todos tengamos derecho a dar nuestra opinión, no podemos usarla para hacer daño, humillar o despreciar a otra persona, aunque empecemos la frase con un “espero que no te moleste”. Darnos cuenta de ello es tener inteligencia emocional.
El filósofo José Antonio Marina lo explicaba muy bien. “No todas las opiniones son respetables, lo que es respetable es el derecho a exponer tu opinión sin que haya una inquisición". Puede que esa opinión que dices tener todo el derecho a exponer, no sea tan respetable como crees.
Sócrates y sus tres preguntas antes de opinar
Cuando realizamos un juicio sobre la vida de alguien podemos hacerle daño aunque sea sin intención, pero aunque la gestión de las emociones no sea nuestra sino de quien recibe la opinión, si es nuestra la responsabilidad de saber que nuestro juicio puede tener un impacto en otra persona.
Como explicaba la psicóloga Laura Esquinas López en Vice “poder reflexionar y deliberar acerca de expresar nuestra opinión afrontando las consecuencias es símbolo de madurez psicológica". Si es una opinión que aporta valor, que es solicitada, que es verdaderamente honesta y que es útil, y esta se da desde el respeto, entonces será bienvenida.
Antes de emitir una opinión no solicitada, haz caso a Sócrates y su filtro de las tres verdades. Pregúntate antes de disparar la artillería si lo que vas a decir es absolutamente cierto, si es bueno y si esa opinión puede ser útil para esa persona en concreto. Si la respuesta de una de ellas es un no, mejor no decir nada y demostrar que somos más inteligentes emocionalmente que la mayoría.
Fotos | Forrest Gump
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