Además de explicarte para qué sirven las quejas infantiles, te contamos algunos trucos para que no se conviertan en un reclamo de atención que en la adolescencia se convierta en una pesadilla
No quiere irse a la cama. No le gusta la merienda. No quiere ir con sus abuelos. No quiere dejar de ver la tele. No quiere ponerse esa camiseta. Ni las zapatillas. Digáis lo que digáis como padres, tu hijos responde con una queja. Nunca está conforme. Con nada. Parece que el chiquillo se haya instalado en la queja constante y todo es una lucha.
No es por ti, ni por tu hijo en realidad, porque a partir de los dos años y medio los niños comienzan a quejarse más como una estrategia habitual de regulación emocional. Katia Aranzabal Barrutia es psicóloga infantil y juvenil y nos explica que como padres “debemos enseñarles que pueden tener nuestra atención solicitándola y sin necesidad de estar quejándose continuamente”.
Por qué los niños no paran de quejarse
Las investigaciones han demostrado que los lloriqueos de los niños son uno de los sonidos que más distraen del planeta. Pero es una señal de que algo no está bien. La Dra. Jessica Michaelson explicaba que los adultos tienen un lenguaje más sofisticado y podemos articular nuestras necesidades de ayuda sin quejarnos, pero un niño no.
Pero hay otro motivo además de la forma de regulación emocional, que hace que se quejen más: puede ser un comportamiento aprendido diseñado para que los adultos les den lo que quieren tal y como explica la experta Jessica Michaelson. Y en otras ocasiones, puede que solo esté haciendo un juego de poder contigo, a ver quién puede más. En esos momentos recuerda esto: eres la persona adulta y la que debe mantener la calma, aunque cueste. Pueden haberlo aprendido por imitación (los adultos también nos quejamos) o porque hacerlo les ha dado lo que querían en el pasado. Lo hace porque sabe que consigue lo que quiere.
A partir de los 6 años las quejas se incrementan más porque los niños aumentan su capacidad de razonar y se comienza a cuestionar la verdad absoluta de lo que los padres le dicen. Además, algunos expertos como la psicóloga infantil y juvenil y psicopedagoga Patricia Gómez señalan que es más habitual que existan quejas "en niños que tienen demasiadas cosas y no son capaces de disfrutar, que se aburren poco y que normalmente tienen pocos hábitos y normas". Y sí, es necesario poner remedio a la situación porque en la adolescencia el sistema de recompensa es más inmediato y si no ponemos límites cuando son niños, el problema aumentará en intensidad.
Cómo poner remedio a las quejas
Como primera recomendación cualquier psicopedagogo nos diría lo mismo: predica con el ejemplo. Evitar reproducir conductas que no quieres que tu hijo imite es el primer paso. Por ejemplo, cuando estemos ante una situación ante la que nos quejaríamos, tratemos de describir lo que nos pasa con palabras y buscar una manera de hacer frente a esa incomodidad. Así los niños aprenden que cuando algo no nos gusta o no estamos cómodos, no nos quejamos y buscamos una solución.
Iria Reguera, psicóloga y redactora jefa de Trendencias, nos explicaba que “en contra de la creencia popular, no hay emociones negativas o positivas. Todas ellas son emociones, todas ellas son válidas y ninguna de ellas es evitable.” Es importante enseñar a los niños que cualquier emoción es válida y que solo hay que encontrar una manera de expresarlas para canalizarlas de una forma correcta, es decir: tenemos que enseñarles a gestionar sus emociones y evitar discutir de la queja.
El psicólogo y Doctor en Educación Rafael Guerrero explica en su libro ‘Educación emocional y apego’, que "debemos conocer las emociones, darles un nombre, reconocerlas e identificarlas, permitir que los niños las sientan y expresen, que reflexionen. Y debemos enseñar herramientas y narrativa para que las comprendan y den una respuesta adecuada a esa emoción”.
Cuando son pequeños puede parecer algo más complicado pero podemos explicarles esa emoción que sienten con un cuento, poniéndole una palabra o utilizando un dibujo y siempre con cariño, abrazándoles. Eso sí, el experto advierte que lo primero para enseñar a otros a regularse es que nosotros mismos sepamos regular nuestras emociones.
Otra manera de revertir esta situación y haciendo caso a lo que señalaba Patricia Gómez, es enseñarles a valorar lo que tienen y establecer normas con ellos, y no darles todo porque sí o solo para que se callen. La experta apunta que cuando se esfuercen en algo sin quejas, se trabaje con ellos el refuerzo positivo. “Pueden tener una consecuencia positiva como elegir una actividad que la familia puede realizar el fin de semana", explica.
Otra de las claves que también ayuda a modificar esta conducta es que los niños tengan ratos para aburrirse. Jugar es importante, pero aburrirse también, porque la idea es que el niño vea que las cosas del día a día lo pueden hacer feliz.
En su caso, Michaelson asegura que cuando sucede la queja, lo simplifica. "Inténtalo de nuevo", pide a sus hijos. El motivo es que enviamos un mensaje de que “si eres emocionalmente resiliente, te desafiaré a comunicar tus necesidades con tus palabras en lugar de con tu tono de voz”. También podemos explicarle cómo tiene que ser la petición y el tono de voz de sus demandas.
La queja puede ser un juego, una petición o una manera errónea de gestionar una emoción, por eso cada queja debe escucharse para identificarla, pero como bien afirma Michaelson, “esta escucha es difícil. Para que nuestros oídos escuchen las sutilezas, debemos estar tranquilos, ser emocionalmente resilientes y tener tiempo”.
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