Comenzar una serie con una masacre en un instituto es arriesgado. Pero lo es más si casi a continuación cambias el registro por el principio de una historia de amor adolescente. Así empieza Arenas Movedizas, la primera serie sueca de Netflix, un intento de repetir el éxito de Élite, que se queda floja en intensidad pero que nos invita a reflexionar sobre la toxicidad de las relaciones.
La serie comienza como hemos comentado: una masacre en un instituto, dentro de un aula. Maja, la protagonista, es encontrada con las manos ensangrentadas, en estado de shock y con un arma a su lado. Alrededor, muerte, sangre y silencio. La investigación comienza con ella, una joven de un instituto en el barrio más lujoso de Estocolmo. Una alumna normal y corriente que termina en la cárcel acusada de asesinato.
La serie, basada en el best seller homónimo de Malin Persson Giolito, que se publicó en 26 países y ganó el premio a la novela policiaca sueca del año en 2016, va desvelando cómo era la relación de Maja con Sebastian Fagerman, y aunque necesita pasar del ecuador de sus seis capítulos para conseguir cierta intensidad, sí es un relato que invita a la reflexión.
Un amor adolescente envuelto en oscuridad
La historia de Sebastian y Maja, los dos adolescentes acusados de la masacre, comienza con un amor de verano. De esos en los que la sonrisa te sale sola, te sientes volar y lo que más te preocupa es que el espacio físico entre vosotros sea lo más reducido posible. Todo es inocencia, novedad y diversión.
Pero en el caso de los protagonistas de la serie, es solo el comienzo de algo más oscuro. Lo más interesante de la serie es la visión de las relaciones, las influencias de los demás en nosotros y sobre la influencia que nuestra persona ejerce en otros. Una reflexión sobre el pasado, la culpa, las drogas, el racismo y la familia.
Las relaciones tóxicas en ‘Arenas Movedizas’
El punto fuerte de la serie, que consigue engancharnos y crear cierta sensación hasta de incomodidad, es la forma en que trata las relaciones tóxicas. Como si de la realidad se tratase, la serie se desprende poco a poco de capas de superficialidad que nos dejan ver cómo una relación puede intoxicarnos hasta conseguir cambiarnos.
Lo hace caminando despacio, como la trama. Buceando en la investigación de la masacre y dando pinceladas sutiles de lo que está por venir. En un juicio, en el tiempo en la cárcel, en los interrogatorios. Deshaciéndose poco a poco de lo que nos obligó a ver al principio. Un amor libre, inocente y aparentemente perfecto entre dos jóvenes.
Este punto es sin dudarlo, lo que nos mantuvo ligeramente enganchados a pesar de su ritmo lento y en ocasiones distante.
La violencia
Durante toda la serie, me repetí constantemente una pregunta. ¿Qué tiene que ocurrir en la cabeza de unos adolescentes para que decidan dar rienda suelta a su ira en forma de tiros a sus propios compañeros?
No es la primera vez que vemos este tipo de violencia reflejada en una serie. La segunda temporada de Por 13 razones es otro ejemplo, también de Netflix, de cómo abordar el tema de un ataque en un instituto, del por qué (inexcusable, eso sí) un adolescente decide presentarse en su clase armado y dispuesto a matar. ¿Es una reacción causa-efecto? ¿Es simplemente locura? ¿O quizá se trata de un una receta que ha ido cocinándose poco a poco por la falta de afecto de una familia disfuncional?
Sea como fuere es, junto con la visión de cómo es una relación tóxica, el motivo que nos ha mantenido alerta durante los seis capítulos de Arenas Movedizas. Mi consejo: no esperes mucho tiempo entre capítulos porque corres el riesgo de enfriarte. En este caso, es mejor tirar de maratón y verla sin pretensiones de que se parezca a Élite. Arenas Movedizas solo se parece a la serie española en que podríamos categorizarlas como young adult, pero esta vez la trama se centra en una relación tóxica y en una masacre en un instituto, y aunque eso no es malo, sí es diferente.
Foto | Arenas movedizas (Netflix)
