En este momento que os escribo he cumplido 32 años hace un par de días. Eso quiere decir que crecí en la época de los 90. Mis primeros referentes románticos fueron, por supuesto, las películas de Disney. Ariel renunciaba a su voz por el príncipe azul, Bella se enamoraba de su captor y Cenicienta necesitaba que un príncipe que conocía de cinco minutos la salvara de su propia vida.
Crecí en la época en las que la que Leonardo Dicaprio se sacrificaba por Rose y ella jamás volvía a amar a nadie, vi a Julia Roberts enamorarse y ser salvada por su cliente y escuché a los Backstreet Boys repetir una y otra vez que "no importa quién seas, lo que hayas hecho, de dónde vengas, mientras me quieras".
El resumen es que, durante mucho tiempo, todo mi conocimiento sobre el amor y el romance estaba basado en esa sabiduría popular. Así que, cuando tuve edad de enamorarme, de comenzar a tener sentimientos por otras personas y de empezar relaciones, el desastre estaba asegurado.
Y es que yo me creía todo eso de que el amor duele. Creía que por amor hay que luchar y esforzarse constantemente, a pesar de que siempre haya problemas, solo con el fin de que funcione. Estaba convencida de que si quieres a alguien lo pones por delante de ti, pero siempre me olvidaba de que, según esa teoría, la otra persona debería hacer lo mismo por ti.
El resultado, por supuesto, fueron relaciones completamente desequilibradas, en las que yo siempre ofrecía mucho más del 100% de mí misma y me conformaba con cualquier migaja que me dieran, porque por amor se debía sufrir. O eso creía yo. Relaciones en las que durante todo el tiempo pensaba que estaba en mi mano cambiar a la otra persona y que debía esforzarme constantemente para que me quisieran y se dieran cuenta de que era merecedora de su amor.
Las consecuencias en nuestro autoestima
Por supuesto, ninguna de esas relaciones funcionó. No solo no funcionaron, sino que las consecuencias para mi persona y mi autoestima fueron, en algunos casos, devastadoras.
Y es que, si te pasas mucho tiempo dedicando todos tus esfuerzos a ser merecedora de amor, a luchar por una relación con todo lo que tienes, por muy mala que sea esa relación o por muy poco que se preocupe la otra persona por ti, el resultado es que tu autoestima se va a ver muy dañada.
Si aun dándolo todo de ti, y esforzándote por amor tanto como te dijeron que debías esforzarte, esa persona no te quiere debe ser porque hay algo malo en ti, ¿no? Ahora sé que la respuesta es que no, pero en aquel momento estaba convencida de que sí.
Las únicas relaciones que merecen la pena son las que no te hacen sufrir
Llegó un punto en el que casi parecía que solo me enamoraba locamente -como se supone que una debe enamorarse - si la relación me hacía sufrir. Hasta que, en cierto momento, algo cambió en mi interior. Coincidieron varias cosas en el tiempo: cada vez estaba más involucrada e informada sobre feminismo, una última ruptura me tuvo destrozada durante meses y me acerqué a mi treinta cumpleaños.
Nunca sabré si fue la edad, todo lo aprendido o la experiencia que había ido adquiriendo en ese tiempo, pero mi forma de ver el amor, las relaciones y, sobre todo, a mí misma. No fue de un día para otro, y el cambio se comenzó a dar en pequeños pasos, pero con gran fuerza.
Poco a poco comencé a comprender que la persona más importante de mi vida era yo misma y por muchas veces que me enamorara eso no debía cambiar. Comencé a comprender que soy válida y valiosa, que merezco que me traten bien, me cuiden y se preocupen por mí.
Entendí que todos nos merecemos a alguien que quiera estar con nosotros y lo demuestre sin necesidad de que nosotros tengamos que rogárselo. Alguien que esté para nosotros como nosotros para ellos, porque quieren. Aprendí que las únicas relaciones que realmente merecen la pena - tanto en el amor, como en la amistad y en otras relaciones - son las que te hacen la vida más fácil y no más difícil. Las que te hacen sentir bien y no te hacen sufrir.
Eso no quiere decir que nunca os vayáis a enfadar o pelear o tener opiniones diferentes, pero sí quiere decir que las ocasiones serán las mínimas, que la otra persona estará tan preocupada por no hacerte daño como tú no por no hacerle daño a ella. Que ambos pondréis de vuestra parte por igual para arreglar el problema y los dos pediréis perdón.
Las relaciones que realmente merecen la pena son aquellas en las que la otra persona se preocupa por ti al mismo nivel en que tú te preocupas por ella. Relaciones en las que sabes a ciencia cierta que la otra persona lo último que quiere es hacerte daño y se esfuerza por no hacerlo. A diferencia de relaciones en las que te encuentras justificando una y otra vez que la otra persona te haga daño "porque no lo hace a propósito y luego se arrepiente".
Ahora sé que las relaciones que merecen la pena no duelen, sino que curan. Hay que esforzarse porque todas las relaciones llevan trabajo, pero no hay nada contra lo que luchar porque son mucho más sencillas y descomplicadas que eso. En las relaciones que merecen la pena, no solo no necesitarás poner a la otra persona por delante de ti, sino que esa persona se asegurará de que te pongas a ti primera siempre.
Imágenes | How I Meet Your Mother
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