La vida supone un viaje revelador, duro y nada sencillo y en lo que tiene que ver con la visión del amor, el viaje se vuelve lleno de curvas pero eso sí, muy enriquecedor. En los últimos quince años y tras pasar por diferentes relaciones, son muchas las diferencias que veo ante mí cuando pienso en mi concepto del amor. Lo miro con otros ojos, unos más reales y más alejados del amor romántico que nos venden en las películas, donde todo es idílico y perfecto siempre.
Depender no es amar
De las primeras cosas que aprendí en cuanto al amor se refiere, es que dependencia nunca es igual a amor. Cuando tu felicidad y bienestar depende casi al 100% de tu pareja, es fácil que los baches existentes en cualquier relación se conviertan en un drama. Es como apostar todo al 22 rojo. Si repartes las apuestas, es más fácil que no acabes perdiendo tu dinero.
Primero me quiero a mí
Parece una obviedad, pero no siempre es algo sencillo. Aceptarme como soy, dejar a un lado las inseguridades y quererme con todos mis defectos y mis virtudes también ha cambiado mi visión del amor. Ya no dependo de una tercera persona que me diga lo maravillosa (o no) que soy. Ahora soy mi propia aduladora, y desde que aprendí a decirme no solo lo que hago mal sino también lo que hago bien, he descubierto un amor más libre, con menos presión por el qué dirán y con más seguridad.
Desde mi punto de vista, es vital aprender a quererte para después, aprender a querer a los demás.
La pasión se transforma
Cuando las relaciones comienzan se hacen sobre todo dos cosas, ya lo decía Mónica en Friends: “es todo hablar y hacer el amor”. Empleamos mucho tiempo en conocer a la otra persona, en todos los sentidos imaginables. Nos tocamos, nos gustamos, nos deseamos y nos excitamos con una facilidad pasmosa. Todo (o casi todo) es nuevo y excitante y eso dispara la libido.
Pero a medida que avanza la relación, se transforma. A veces es poco a poco. A veces es un cambio más brusco. Pero es normal. El momento en que entendí que esa transformación no es horrible, sino natural, comencé a ver mi propia relación de pareja con otros ojos. No es que termine la pasión, es que cambia. Ya no hay tanta ansiedad por tocar al otro y en cambio crece la necesidad de sentirse amado. Los abrazos sustituyen en muchas ocasiones a los besos enérgicos cargados de lenguas. La excitación con ver un trozo minúsculo de piel se cambia por el calor de unas manos entrelazadas.
Eso no significa que el amor desaparezca, sino que simplemente, ahora es diferente. Lo que era premura, ahora es calma.
Habla, habla, habla y no pares de hablar
Algo que se gana con el tiempo, es confianza. Y la confianza no es extraño que en ocasiones se confunda con un “seguro que sabe lo que pienso”. Con los años me he dado cuenta que no hablar por dar por sentado que tu pareja lo sabe lo único que puede acarrear es confusión y pérdida de tiempo.
Si te enfadas: habla. Si estás confundido: habla. Si quieres algo: habla. La comunicación es la solución para todo, aunque no lo parezca. Hablar, en cualquier circunstancia y siempre que haga desde el respeto y la sinceridad, aclarará muchos problemas.
Los celos nunca son amor
Jamás lo son. Nunca y bajo ningún concepto. La confianza es amor, tanto por tu parte como por la de tu pareja. Ser celoso no es una demostración de amor, es un sentimiento que emponzoña y carcome las relaciones más sanas. Aleja los celos de tu vida. A mí lo único que me aportaron era la vida fue dolor y sufrimiento siempre que han formado parte de mis relaciones.
No siempre habrá finales felices
No te diré que la persona con la que ahora estás no vaya a ser el amor de tu vida, la persona con la que envejezcas, con la que formes una familia o con la que compartas el resto de tus días. Pero si te diré que no siempre todos los finales son felices.
Hay relaciones que duran toda la vida, otras que pueden reformularse y otras que terminan. Aceptar que algo no tiene por qué ser para siempre es también un logro. A mí me ha ayudó a aceptar la realidad, a verlo con un prisma diferente y a darme cuenta de que de amor nadie se muere, aunque en *Romeo y Julieta* hayamos leído otra cosa.
El amor se aprende (y se cuida)
No es que haya "clases de amor", es que vas aprendiendo de tu pareja y de ti a medida que pasan los años. Cuanto mejor te conozcas, más fácil es que sepas cómo actuar en según qué circunstancias. Y cuanto más conozcas a tu pareja, más fácil será que sepas cómo tratar según qué problemas.
Dedica tiempo a conocerte y conocer a la persona con la que estás, y dedica tiempo a cuidar la relación. Pequeños gestos que rompan la rutina, recordar cuánto os queréis (y demostrarlo de mil maneras posibles) o hablar sobre lo que os preocupa, hacer cosas juntos o tener planes de futuro, es también cuidar la relación.
El sexo no es lo más importante
Me ha costado años adaptar mi mente a este concepto. Cuando era más joven, el porcentaje de importancia del sexo en mis relaciones era más alto de lo que es ahora. Mucho más. No es que la libido me haya bajado o que ya no me resulte atractiva mi pareja, es que he descubierto lo que es sustituir en algunos momentos el sexo por la intimidad.
Un abrazo largo, oler su cuello mientras duerme, compartir una carcajada sincera, una caricia sin motivos o una mirada intensa, de esas que parece que te atraviesan hasta el alma, me aportan mucho más que una sesión de sexo desenfrenado en según qué momentos. La importancia del sexo en mis relaciones ha disminuido su porcentaje y ha aumentado el de los momentos de conexión.
Fotos | Unsplash