Siempre me han parecido inquietantes los contratos extraoficiales que tiene la gente sobre: «si a los treinta y cinco no tengo novio, me das un poquito de semen». Así, como el que pide sal al vecino. Dos “amigos” que en un momento dado firman (¿sobrios?) un pacto que dice que si a cierta edad no hay nada que rascar, la parte fecundadora ayudará a la parte fecundable. Divertido, ¿no? Pues no. No lo es. ¡No habrá sexo! O al menos eso piensa ella.
Él mantendrá las esperanzas hasta que ella entre en la habitación y se lo encuentre en calzoncillos y calcetines de raquetas. Realmente este pacto consta de una mujer que agarra del paquete (nunca mejor dicho) a su pagafantas favorito y le pide (por favor) que le preste un poco de leche para hacer el postre de su vida. Él se ríe porque (insisto) piensa que va a tener sexo pero es un error, ella no lo contempla así. Sólo le ha elegido como proveedor oficial de esperma por el buen rollo que tienen pero sobre todo, porque sabe que tiene ritmo musical, pelazo y de momento, todos los dientes bien puestos. Y sobre todas las cosas, porque ningún otro pringado aceptaría.
Él es la mejor de las peores opciones
Señoras. Señores. Señoris. Amigos de sus amigos: Esto es un drama. Y no porque no vayan a follar. Es un juego muy cruel. Un amigo no dice que no porque piensa que no le supone ningún esfuerzo hacer este favor (sexo-sexo-sexo). Ella mientras le mira a los ojos y piensa: «No tengo nada contigo, ni tuve ni tendré ni lo tendría ni aconsejaría a nadie que lo tuviese ni lo contemplaría pero quiero tus semillas del amor».
Pactar cosas está bien pero siempre pero amigos, esto es muy serio. Yo me imagino siempre que la historia es así: Tú cumples 35 y tu colega te llama para felicitarte (y para ver cuándo quedáis para tomar un café y lo que surja) y tú con cara de no olvidar le dices: bueno…¿quedamos en mi casa y luego ya vemos?
La amistad es esto: exprimirse y darlo todo por el otro
Le recibes en la puerta con el bolso y una sonrisa de oreja a oreja. ¿Estás listo?, le preguntas. Él te contesta con una simpática erección. Y tú le miras el paquete como quien mira la canastilla más bonita de Prenatal. Él llama al ascensor preguntándose si será en el ascensor, en el coche o en un hotel y mira al techo pidiendo que sea donde sea pero que sea ya. Tú le das un abrazo (notando alegría) y le dices que gracias con los ojos brillantes. «Está cachondísima», piensa él.
Treinta y cinco años. El gran momento de tu vida gira alrededor de un bote de plástico vacío y una sala fría llena de Interviús manoseadas de los 90. Una sala de espera y mucha, mucha desesperación. ¿Hay algo que pueda unir más a dos personas y que las separe tanto al mismo tiempo? ¿Hay algo que dé menos pereza que follar con la mente? ¿Habrá kleenex de sobra? Una cosa queda clara, que el pobre se ha ganado que le hagan una cucharita después no hay duda.
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