Yo creo que todo empieza cuando oímos el primer villancico en un centro comercial. Hasta entonces estábamos alegrándonos de que llegarán las fiestas, los regalos, los reencuentros, las luces, pero esa musiquilla estridente, ese coro de niños con la voz demasiado aguda, y ese ritmo acelerado que nos incita a comprar, comprar y comprar nos ha estresado y ya estamos convirtiéndonos en el Grinch de las Navidades. Éste es el estrés que nos deparan las Navidades.
Los regalos
Tenemos que encontrar el regalo perfecto, para nuestros padres, suegros, pareja, amigos, hijos, y en el colmo del "regalar por regalar" hasta para alguien invisible o algo así. Y por supuesto, acertar y quedar bien con todos ellos.
Pero entonces es cuando descubres que en noviembre ya se estaban agotando las existencias de la Patrulla Canina, y que el regalo que tu hijo ha puesto primero en la carta de los Reyes Magos cotiza a 150 euros en la reventa cuando su precio original es de 70 euros. Como la colección de Balmain para H&M, pero en versión perruna.
No solo el regalo es importante. Como todo tiene que salir bien bonito en Instagram y en Pinterest, envolver el regalo y que quede precioso es fundamental. Los tutoriales son para morirte, y te puedes llegar a gastar más en la decoración del regalo que en el propio regalo. Y yo que suspendía en plástica y que en lugar de manos tengo manazas, no me veo perdiendo todo un día de mi vida con tanto cordel y tanto papel reciclado.
La comida
El jamón, el marisco, el turrón, los polvorones, el cochinillo, y el besugo, y todo ellos regado con una cantidad ingente de alcohol. Llenamos la despensa como si la próxima apocalipsis zombie estuviera a punto de producirse. Nos hemos pasado todo el año a dieta, con comida healhty y machacándonos en el gimnasio para que en un mes ingiramos más calorías que en tres meses. Como bien nos recuerda Ikea, tiramos hasta la cuarta parte de lo que compramos para Navidad.
Todo empieza con las cenas de Navidad de la empresa, con su barra libre, seguido por Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo, por supuesto, las sobras de todas esas comidas familiares, porque nunca llegamos a comerlo todo, y para rematarlo, el roscón de Reyes. Nos cebamos como un pavo, y sólo pensar en cuantas clases de zumba voy a tener que sufrir para quemar esas calorías extras me estresa profundamente. Hasta cinco kilos podemos llegar engordar estos días.
Los reencuentros
Todos queremos a nuestra familia, pero la queremos más cuando la tenemos lejos. La vuelta al hogar de la Navidad significa encontrarte con tu cuñado el pesado, con la tía lejana que no tragas y que sólo sabe hablar de gente que se ha muerto o de sus enfermedades, con todas esas pullas continuas de tu madre acerca de cómo debes arreglarte mejor el pelo, cómo debes ser más amable y sonreír más para gustarle a algún chico, y todos esos comentarios de tu abuela acerca de que se te pasa el arroz. En Navidad debería ser más fácil conseguir Órdenes de Alejamiento.
Pero tú no eres la única que está incómoda. Entorno a la mesa de Navidad suelen aparecer viejas rencillas, antiguos rencores por cosas ocurridas hace años, y a veces la tensión y los puñales por la espalda que se lanzan entre algunos familiares son más envenenados que los vistos en el debate entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. La Navidad nos trae turrón, confetti y muchas sonrisas falsas.
Las compras
Las luces de Navidad de las ciudades deben emitir algún tipo de gas que nos trastorna el sentido y que nos vuelve unos obsesos del consumo. La cosa es comprar y comprar como si en las colas regalaran algo: la lotería donde Doña Manolita, las gulas al triple de su precio habitual en la pescadería, o los perfumes como si se fueran a escapar corriendo de El Corte Inglés.
Todo el mundo está igual y las principales calles del comercio se vuelven de un solo sentido, siempre hacia donde hay tiendas, como si fuéramos un rebaño de corderitos destinados a consumir y consumir. Recorrer la calle en sentido contrario es una tarea totalmente imposible.
Y mucho ojito si vas al mercado, porque este año, como si no tuviéramos ya sufrimiento suficiente con la Navidad, estamos en plena campaña electoral, y en el puesto de verduras te pueden encontrar al político de turno repartiendo besos y abrazos a diestro y siniestro. Aunque, bueno, si estamos hablando de Alberto Garzón hasta nos dejaríamos dar un achuchón.
La logística
Encajar tu agenda en Navidades es más complicado que organizar una Conferencia Internacional de la ONU. Nos faltan días para quedar con las amigas, los del curro, la familia, los del insti, los de la Uni, etc. Yo básicamente estoy quedando ya para enero con todo el mundo. Enero de 2017, quiero decir.
Por no hablar de la guerra de fuerzas que se producen en una pareja para negociar con quién te comes las uvas y con quién pasas la Nochebuena. ¿Gana el que más familia tiene? ¿El que más expatriados aporta y que solo vienen a casa por Navidad? Y si en la familia hay un divorcio el tema se complica aún más. En el reparto de los hijos y las fechas, Salomón acabaría efectivamente partiendo a los pequeños en dos trozos para cumplir todos los compromisos.
Básicamente, lo peor de las Navidades se resume en que hay que ser felices porque sí, porque toca, cuando tu serías mucho más feliz en Las Bahamas, y que tenemos que comer y comprar como si se terminara el mundo, cuando lo que más te apetece es que, efectivamente, se acabe de una vez. Empezamos la Navidad con mucha ilusión, pero llegados a determinado punto, acabamos tan estresados con estas "fechas mágicas" que lo único que queremos es que terminen cuanto antes.