De qué discutimos cuando discutimos de fregar los platos. La verdad oculta en las peleas cotidianas con nuestra pareja

La solución para acabar con las discusiones sobre todo y nada, pasa por preguntarnos por qué estamos peleándonos en realidad

Cariño, ¿por qué no has bajado la tapa del váter si sabes que me molesta?
Ya hemos hablado de que cuando se acaba el papel, hay que reponerlo, ¿tanto te cuesta?
Estoy hasta el moño de fregar los platos todas las noches porque tú te niegas a hacerlo al terminar de cenar.
Ya estás otra vez con el teléfono en la mano…
Deja de hablarme con esa condescendencia, sabes que me hace sentir tonta y te lo he dicho mil veces.

¿Te suenan algunas de estas pequeñas discusiones del día a día? He vivido durante años en pareja y todas ellas las he tenido. Hay semanas en que todas, y una siempre se termina uno preguntando cómo es posible que mi pareja, que me quiere, haga una vez más eso que tanto nos molesta. Pues lo cierto es que esas peleas que parecen por la limpieza, en realidad esconden algo mucho más profundo.

Según explican Marion Solomon y Daniel J. Seigel en su libro ‘Healing Trauma’, “cuanto mayor es la intimidad con otra persona, más probable es que surjan ciertas emociones y algunos mecanismos de defensa que en ocasiones pueden ser incluso primitivos. Un enfoque terapéutico ayuda a la pareja a reconocer su sensación de vulnerabilidad, descubrir sus raíces, tolerar oleadas de emociones y encontrar formas de abordar el dolor subyacente”. Es decir, cuando discutes con tu pareja por fregar los platos en realidad lo haces por las necesidades, vulnerabilidades y prejuicios que se desencadenan una y otra vez.

Sobre qué discutimos cuando discutimos por cosas del día a día

Como explicaba la terapeuta de parejas Esther Perel en una entrevista en The Cut, “A veces luchamos por la justicia. A veces luchamos por la equidad. A veces luchamos para corregir un error. A veces luchamos porque nadie nos escucha. A veces luchamos porque eso genera calor. O nos da energía o nos envalentona. Luchar es una energía y también una interacción.” Discutir es algo natural y saludable. De hecho, según la psicóloga y sexóloga María Esclapez, “discutir no es malo ni es indicador de que la relación va mal, ayuda a negociar y aclarar las cosas”, como explica en su libro ‘Me quiero, te quiero’. Lo que pasa, como afirma Perel, es que carecemos de las habilidades para gestionar el conflicto porque “no sabemos cómo seguir conectados con personas que nos gustan pero con las que no estamos de acuerdo. No sabemos cómo experimentar el desacuerdo o la divergencia sin que esto lleve a la desconexión”.

Cuando discutimos por la limpieza, y en la mayoría de los casos, no estamos discutiendo en realidad por la limpieza. Según Perel, estas discusiones son “detonantes que apretamos y no podemos revertir cuando empujamos al otro a nuestros puntos débiles más vulnerables”. Algo que podemos ver perfectamente en la película 'Separados', con Jennifer Aniston y Vince Vaughn. El contenido de la discusión es, en realidad, lo de menos. Lo importante no es lo haya hecho sino que se “inscribe en un patrón que percibimos como negligencia”, como explicaba en su blog la experta.

Por ejemplo, cuando mi ex pareja no recogía en casa yo percibía que no le importaba, ni la relación ni el hogar que estábamos construyendo juntos. Terminaba diciéndome a mí misma que estaba sola y que esa persona que debía ayudarme y participar conmigo en algo compartido, en realidad no me quería y por eso no lo hacía. El drama en realidad no eran los platos, era el no sentirme valorada y querida. Por qué discutes, según Perel, es mucho más importante que por lo que discutes. No son los platos, es el sentimiento de soledad en mi caso.

Esos desencadenantes actúan como un embudo hacia nuestras sensaciones de abandono y fracaso y cuando estos desencadenantes se acumulan con el tiempo, crean una lente a través de la cual vemos cada interacción. es decir, cada cosa que haga nuestra pareja lo veremos como un ataque a eso que nos duele. No recoge porque no le importo. No hace la compra porque no le importo. No friega porque no le importo. Si pensamos que a nuestra pareja no le importamos, todo lo que haga será interpretado a través de esa lente. Lo bueno es que esa lente funciona en negativo, pero también en positivo como explica la experta. “Si pensamos que nuestra pareja quiere nuestro bienestar, interpretaremos la mayor parte de lo que dice y hace desde ese ángulo”, afirma. Ahora la pregunta es, ¿cómo lo hacemos? ¿Se puede romper esa lente?

Si somos los que repetimos la conducta lo más probable es que no entendamos el drama. Es algo insignificante para nosotros, ¿por qué se pone así?. Si somos los que vemos la ofensa, estamos cansados de explicar una y otra vez lo mismo. Pues el primer paso para romper ese círculo vicioso es parar, respirar profundamente y tratar de identificar lo que realmente está sucediendo, que según explica la experta, a menudo se reduce a tres posibilidades.

Las tres dimensiones de las peleas de pareja

Cuando discutimos por fregar los platos estamos tan centrados en los detalles (fregar los platos), que en realidad no vemos la dimensión completa de la discusión, el motivo por el que estamos discutiendo con nuestra pareja. “Identificar qué dimensión oculta está provocando que nuestras peleas en la relación se intensifiquen nos ayuda a salir del atolladero”, explica Perel. Aunque existen muchos posibles motivos, hay tres de ellos que son los más comunes: el poder, el cuidado y el reconocimiento.

Vamos a ponerte algunos ejemplos para que puedas ubicar si algunas de tus discusiones están ahí. “Me estás llevando la contraria delante de los niños y socavas mi autoridad” o “Sólo salimos/tenemos sexo cuando tú quieres”. Estos dos son ejemplos de discusiones de poder. “¿Por qué soy yo la que siempre va a buscarte para darte un beso?”, “Nunca me llamas, siempre tengo que estar pendiente de ti”, o “¿Por qué ya no salimos como antes?” son ejemplos de discusiones con una dimensión oculta de cuidado. Las peleas sobre respeto y reconocimiento pueden sonar con un “No creo que te des cuenta de lo mucho que hago en la casa”, por ponerte un ejemplo.

Evidentemente cada discusión tendrá un contexto y un por qué, pero si nos paramos a intentar averiguar qué se esconde bajo esa primera capa de la discusión, es posible que consigamos tener una conversación más productiva y romper con esa lente de la que hablaba Perel. Salir del bucle requiere crear nuevos patrones, pero primero requiere que nos demos cuenta de las emociones que llegan. Por ejemplo, ¿has cerrado los puños al hablar? ¿Estáis levantando la voz? ¿Tus hombros están elevados? Identificar tu lenguaje corporal es una forma de ver que has entrado en esa dinámica y poder pararla. Cuando más nos conozcamos y conozcamos nuestras emociones (cuanta más inteligencia emocional tengamos), más fácil será identificar esas discusiones y pasar de intentar matarnos el uno al otro a tratar de ayudarnos a superar los problemas en lugar de que nos terminen costando la relación.

La experta asegura que “salir del círculo es un proceso de desmantelamiento de dinámicas arraigadas” y que es mejor revertirlas poco a poco. Es decir, hace falta trabajo, tiempo y compromiso por ambas partes para crear nuevos patrones de autoconciencia mutua y afirmación del otro. Pero se puede lograr, y será más sencillo si empezamos por darnos cuenta de que en realidad no discutimos por fregar o no los platos.

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