Oh, sí, chicas. Aquí tenemos un nuevo término que hay que aprenderse. Qué añoranza de aquella época en que el género masculino disponible se denominaba, de forma genérica, tíos, ¿verdad? Tras el metrosexual, el lumbersexual y hasta el fofisano, llega (espero que no para quedarse)... ¡el narcisexual!
¿Que qué es un narcisexual? Pues tampoco es que la etimología se haya complicado demasiado. Viene siendo un narcisista, de toda la vida. Con la diferencia de que a este narcisista en concreto, has decidido darle una oportunidad y, claro, ha llegado el -sexual.
Salir con un hombre más enamorado de sí mismo que de cualquier otra cosa no suena demasiado alentador. Que tampoco es que necesitemos que desde el primer día nos quiera más a nosotras que a nada, pero es complicado tener que competir con el reflejo de un espejo.
La culpa de todo esto la tiene Cristiano Ronaldo. El día que la metrosexualidad llegó al mundo del fútbol, los chicos recibieron la excusa perfecta para dar rienda suelta a su pasión por el cuidado físico sin ver herida su masculinidad. Y lo que es mucho peor: consideraron lícito presumir de ello.
El problema de los narcisexuales es que, como se cuidan, están de buen ver. Así que un sábado cualquiera, pim pam pum, y acabas con él en su casa. Los copazos y la emoción del momento no te permiten darte cuenta de que el chiquillo es un egocéntrico terrorífico, así que te quedas a dormir allí, tan tranquila, a escasos metros del tres-pasos de Clinique del muchacho.
El día siguiente comienza ya con un poco de sentimiento de culpa. Mientras tú refunfuñas en cama ajena, porque no entiendes qué hace un ser humano despierto un domingo a las ocho, lo estás escuchando a él en la ducha. Se ha levantado tempranísimo, para tener tiempo para el despliegue de cremas, retoques depilatorios, modelado de pelo con gomina y, si la cosa es grave, puede que hasta autobronceador.
Media hora después, cuando has logrado salir de la cama y te consideras una especie de superheroína por estar ya duchada y vestida, os encontráis frente al desayuno. Observas con un cierto pánico su tortilla de claras, el cuenco de muesli con leche desnatada, el zumo light y las tostadas integrales. Y sientes que él arruga el morrete cuando ve que la única fruta que tú ingerirías a esas horas son los arándanos de una muffin mojada en Cola-cao.
Regresas a tu casa deseando pasar un buen domingo de resaca sexual. A saber: chándal, moño despeinado, telebasura y llamadas a tus amigas para comentar la noche. Como aún no eres totalmente consciente del problema de la narcisexualidad, sonríes tontita cuando recibes un par de whatsapps suyos. Cierto que en uno te habla de cuántas dominadas ha hecho en una visita de domingo al gimnasio y en el otro te recuerda lo bien que te lo pasaste anoche. Que te lo pasaste TÚ. Porque estabas con ÉL. Ojito.
Entre unas cosas y otras, apañáis una cita para la noche. Cena y visita a su casa, no parece mal plan. Pero, ya en el restaurante, empiezas a ver que la cosa no cuaja. Te da un beso de refilón al llegar, y te parece prometedor... hasta que te das cuenta de que el refilón es debido a que está comprobando su peinado en el reflejo de un escaparate.
No te hace falta conocer la palabra 'narcisexual' para identificarlo, porque con 'imbécil' vas sobrada. Aún no te has terminado la ensalada que te viste obligada a pedir tras conocer su cruzada contra los hidratos de carbono, y ya te has enterado de lo exitosa que es su carrera profesional, los caballos que tiene su coche y lo cara que es la camisa que lleva. Y, cuando te parece que no puede ser más maleducado por estar enviando whatsapps mientras cenáis, descubres que, en realidad, tiene activada la cámara frontal y se está echando un vistacito. Madre mía.
Como inasequible al desaliento que eres, acabas en su casa. Y ahí empieza el desastre real. Empezáis por desnudaros delante del espejo de dos cuerpos de su dormitorio. Cuando detectas un brillito en sus ojos al echarse un vistazo a sus propios abdominales, te estremeces un poco. Cuando ves que los preliminares no existen, que son los padres, ya estás aterrorizada. La cosa entre sábanas no está siendo para tirar cohetes y, encima, las tres veces que le has intentado enfrentar la mirada, lo descubres con los ojos plantados en el espejo del armario. Y no, no en plan sexual. En plan «madre mía, qué bien me muevo, esto lo tengo que probar en el gimnasio». La única buena noticia es que la tortura termina pronto porque... acaba en cuanto él mismo acaba.
Hazme caso, amiga. Él se va a meter en el cuarto de baño para la ducha de rigor y una rutina de belleza que tú no cumples ni cuando te lo propones agenda mediante. Aprovecha el momento para huir. Huye sin mirar atrás. ¡La narcisexualidad no se cura!
Fotos | Cordon Press.
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