No confundamos ser complaciente con ser amable y generoso. Lo primero podría llevarnos a tener comportamientos tóxicos según los expertos
Existe una delgada línea entre ser un trabajador que ayuda al equipo y se ofrece como voluntario para las tareas que propone su jefe, y uno que dice que sí a todo y a todos, incluso cuando eso lo agota. El primero es el empleado modelo, y el segundo alguien que actúa bajo las tóxicas garras del “people pleasing” que se disfrazan de amabilidad.
El “People Pleasing” es eso que en castellano llamamos complacer a los demás. Pero en ocasiones lo hacemos de una forma tan sutil y pensando que es un gesto de buena persona, que no nos damos cuenta de lo contraproducente que es. Hailey Magee, autora del libro ‘Stop People Pleasing and Find Your Power’, explicaba en el podcast HBR IdeaCast de Harvard Business Review que el “people pleasing” es “el acto de poner las necesidades, sentimientos, deseos y sueños de los demás en primer lugar, a expensas de las propias necesidades, sentimientos, deseos y sueños”. No se trata de ser amable y generoso, “sino de sacrificarse a uno mismo en el proceso”.
No es generosidad si es tóxico para nosotros
Complacer a los demás no es malo en sí mismo. Pero si nos repetimos frases en el trabajo como "No quiero ser egoísta" o "Solo quiero ser una buena persona", como bien explicaba la psicoterapeuta Amy Morin en Psychology Today, “nunca llegaremos a nuestro máximo potencial si estamos intentando ser todo para todos”. Según explicaba en una charla el psicólogo organizacional Adam Grant, los profesionales que se identifican como “generosos” en el trabajo tienden a ser muy queridos por sus jefes y colegas, pero el riesgo es altísimo, porque ese comportamiento puede llegar a desembocar en una reducción de nuestra productividad y en una sobrecarga que nos aleja del éxito. Es ahí donde radica la diferencia entre amabilidad y complacencia.
“Cuando somos amables y le hacemos un favor a alguien, podemos ayudarlo con una tarea o apoyarlo de alguna manera y lo hacemos porque queremos, nos sentimos bien al respecto y se alinea con nuestros valores. Pero cuando damos desde la perspectiva de complacer a los demás, por fuera podemos parecer tranquilos, felices o flexibles, pero por dentro solemos sentirnos resentidos, abrumados o sobrecargados de trabajo. Y esa es la forma más clara de saber cuándo nuestra amabilidad se está desviando hacia el territorio del placer de los demás”, afirmaba Magee.
Los comportamientos más comunes de "people pleasing"
Según la experta existen tres comportamientos que son un clásico en el ambiente laboral y que demuestran que estamos en ese rango de complacencia tóxica:
- Nuestras relaciones con otras personas. Aunque estemos sobrecargados de trabajo no estamos dispuestos a expresar nuestras necesidades o hacer peticiones a nuestros compañeros ni jefes. Evitamos esa conversación difícil. También puede ser que, cuando otras personas no están haciendo su trabajo, nos hacemos cargo de lo que ellos no hacen y nos agotamos en el proceso.
- El perfeccionismo. Según la experta en ocasiones “obtenemos un sentido de valía y valor al dar demasiado, y ahí es donde la complacencia de los demás se manifiesta internamente”. Creemos que la perfección será la clave para que nos tengan en cuenta y nos valoren, así que superamos nuestros propios límites y trabajamos en exceso hasta agotarnos porque en nuestra cabeza resuena que “tengo que funcionar al 125% para ser querido y valorado”.
- Las presiones sociales. La más sutil de las formas tiene que ver con nuestra propia identidad. La experta pone el ejemplo de las mujeres que, en el trabajo “a menudo se les refuerza sutilmente que si hablan o si toman decisiones firmes y contundentes, se las considera exigentes o exageradas”.
La experta asegura que este es un patrón aprendido. “En algún momento del camino aprendimos que este patrón de poner a los demás primero a costa nuestra nos mantendría seguros de alguna manera, ya sea física, emocional, social o incluso materialmente. Pero el problema es que puede habernos mantenido seguros en el pasado, pero en el presente, como adultos con poder y capacidad de acción, generalmente nos perjudica más de lo que nos ayuda”.
Cómo romper con el “people pleasing”
Lo primero según Magee es que prestemos atención a los momentos en que te esfuerzas por los demás y a cómo te sientes física o emocionalmente después de hacerlo. “Muchos de nosotros tenemos este hábito sin ser plenamente conscientes de ello, por lo que resulta de gran ayuda poder prestar atención a cuándo estoy complaciendo a la gente, cuáles son las señales de que algo no está funcionando para mí”, explicaba en el podcast. ¿Te hace sentir bien o te abruma? ¿Sientes agotamiento después?
Una vez que estés consciente de tus tendencias, puedes crear un nuevo hábito para alejarte de las situaciones que las provocan. Melody Wilding en LinkedIn explicaba que es útil desarrollar una “política personal” en torno a las peticiones. Es tan fácil como no contestar inmediatamente sí a todo. Date un tiempo para pensarlo antes y ver si realmente, puedes o no hacerlo.
También recomienda usar el llamado “silencio estratégico” que te permite recuperar el control y huir de las explicaciones excesivas que te lleven a ese temido sí a todo. Ella recomienda respirar profundamente y esperar entre tres y cinco segundos antes de responder. Así entrenarás a tu cerebro para pensar antes de actuar y conseguirás una mayor sensación de control. Si tienes tiempo para ayudar, lo harás y ofrecerás tu ayuda, pero si no es el caso, no levantarás la mano para ofrecerte voluntariosamente.
Complacer a los demás “normalmente nos perjudica más de lo que nos ayuda”, aseguraba Magee. No es decir que no a todo por defecto, sino moderar o encontrar un equilibrio entre el todo y la nada. Un gris que nos permita seguir avanzando sin que nos cueste la salud mental ni parezcamos desagradables a nuestros compañeros.
Fotos | The Connected Narrative en Unsplash, Smartworks Coworking en Unsplash, Jason Goodman en Unsplash
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