La Generación Z tiene dos problemas enormes: la crisis de vivienda y que no están dispuestos a trabajar a cualquier precio

Seguimos señalando con el dedo la forma de trabajar de los zetas sin pararnos a pensar en que sus cambios en las dinámicas son una forma de conservar sus derechos laborales

Tengo cinco sobrinos. Cuatro de ellos generación Z y uno más alpha. De los cuatro zetas, tres ya han trabajado o están trabajando para ganarse algo de dinero. Saben que cuanto antes empiecen a ahorrar mejor, porque si en algún momento quieren irse de casa de sus padres les hará falta mucho, mucho dinero. Las cifras son claras: los alquileres son más caros que nunca y los sueldos, menores.

Según una investigación que comparó los ingresos de personas de 22 a 24 años con el de los millennials cuantos estos tenían su edad, es decir, hace 10 años. La agencia de informes crediticios TransUnion encontró que las personas de veintitantos años ganan menos, tienen más deudas y se enfrentan a tasas de morosidad más altas que los millennials cuando tenían su edad. En Estados Unidos y a día de hoy, los veinteañeros se llevan a casa alrededor de 45.500 dólares, mientras que los millennials de su edad (y si se ajusta a la inflación) ganaban 51.852 dólares. La tendencia global se asemeja y en países tan diferentes como los asiáticos, la juventud está viviendo problemas muy similares a los de los jóvenes norteamericanos y los europeos.

El problema con la vivienda

Además de los sueldos, estamos viviendo una crisis de la vivienda en la que los precios de alquiler y venta no dejan de subir, especialmente en las ciudades. Los periódicos abren sus noticias con titulares como que "alquilar una habitación de un piso compartido en Madrid y Barcelona ya cuesta más de la mitad que arrendar la casa entera". Piensa en la de amigos tuyos que hace más de una década compartían pisos para ahorrar dinero y así después, poder comprarse una casa por ejemplo. Los zetas ya no pueden hacerlo.

La crisis de la vivienda está llegando a un punto inaudito. Los datos de Idealista, reflejaban que el precio por metro cuadrado en septiembre de 2024 asciende a los 13 euros, lo que supone un 80% más que en 2014, algo que dificulta el acceso a la vivienda a las personas más jóvenes cuyos sueldos crecen por debajo de los alquileres. Es más, según este análisis realizado por El País en base a alquileres en vigor en 2022, el 38% de los hogares españoles en alquiler hace un esfuerzo alto y tiene que invertir más del 30% de sus ingresos en la renta.

La Ministra de Vivienda ha pedido a los arrendadores solidaridad para que bajen los precios, pero como dato curioso, las generaciones más mayores que no paran de criticar a los zeta por quejarse por el dinero, a pesar de que la realidad es que lo único que pretenden es vivir bien con su sueldo, son también aquellos que venden y alquilan sus viviendas a precios altísimos. Esto provoca un conflicto intergeneracional en el que algunos hablan incluso de "rencor intergeneracional". La Encuesta Financiera a las Familias (EFF) del Banco de  España asegura que los jóvenes ya no tienen capacidad ni para hipotecarse, mientras que las generaciones más mayores no paran de aumentar su riqueza neta.

Según la gran consultora Ernst & Young ,una mirada amplia del conflicto intergeneracional nos permite “visualizar hasta qué punto es importante aplicar políticas para jóvenes hoy en aras de mejorar el  bienestar de la población adulta mañana. Si conseguimos mejorar el  acceso a la vivienda y reducir significativamente el porcentaje de inquilinos que realizan un sobreesfuerzo para pagar el alquiler, no solo estaremos atajando uno de los principales motivos de preocupación de la  población joven, sino que evitaremos la emergencia de una nueva fuente de desigualdad". También recuerda que "una de las causas por las que el riesgo de pobreza es más bajo entre los mayores radica, precisamente, en que el grueso dispone de una vivienda en propiedad o paga un alquiler asequible", algo que la gente joven ya no puede afirmar.

El problema de no aceptar todo en el trabajo

Por si eso fuera poco, la Generación Z no solo se enfrenta a la desesperanzadora noticia de que no podrán comprarse una vivienda nunca de seguir las cosas como están ahora, también se enfrentan a un juicio constante por parte de algunos jefes que aseguran que es un problema “llevar” a esta nueva generación, como bien nos explicaban los compañeros de Genbeta. Quizá se debe a que esta generación ha puesto en jaque las dinámicas empresariales existentes y ha decidido no aceptar como normales cosas que los millennials siempre hemos dado por sentado. Los zetas no quieren trabajar a cualquier precio.

El hecho de que se blanquee la precariedad usando términos como renuncia silenciosa es un problema más que se suma al de la vivienda. La renuncia silenciosa no es activismo aunque lo pinten como tal, es poner límites y replantearnos la relación que mantenemos con el trabajo, pero al hablar de “renuncia silenciosa” ponemos el foco y la culpa en aquellos que deciden hacer aquello por lo que le pagan. Algo bueno, buenísimo si me preguntan, es que a pesar de la desesperación que la juventud puede tener por llevar una vida que les permita un techo y comida en el plato, no se traduce en que la gente joven acepte cualquier trabajo con condiciones laborales inaceptables.

Que las generaciones más mayores pasaran penurias en la postguerra o tras el fin de la dictadura, no significa que nuestros jóvenes deban sufrir. Ellos han crecido conociendo y entendiendo que existen derechos laborales y derechos humanos que como bien dice su palabra, son derechos y no opciones. No hace falta trabajar hasta la extenuación para que otros se lo lleven muerto porque no estamos en 1800 cuando los patrones explotaban a sus trabajadores. A los millennial nos hicieron creer que tenemos que trabajar sin descanso para acceder a ascensos que nunca llegan, pero los zetas saben marcar límites saludables para evitar el burnout y alejarnos de la cultura tóxica del overworking.

Estamos en un punto diferente de la historia, y ahora la Generación Z, según afirmaba el psicólogo Adam Grant en su libro ‘Piénsalo otra vez’, por fin “entienden el valor de su tiempo y ya no están dispuestos a intercambiarlo solo por un salario”. Aprecian más los entornos laborables saludables, flexibles y que permiten la conciliación. Quieren sentirse cómodos y sentir que se respeta su contrato psicológico. Quieren espacios de trabajo en el que prime la comunicación respetuosa y no los gritos, donde puedan sentirse cómodos quejándose abiertamente de lo que no les gusta o compartiendo cómo se sienten.

Lo malo es que si juntamos ese deseo de no querer trabajar a cualquier precio y el hecho de que tenemos una crisis de vivienda, lo que le va a tocar vivir a la Generación Z no parece fácil. Ojalá el presente nos permita cambiar un futuro que, para los más jóvenes, se presenta oscuro y complicado.

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