Desde que he dejado de hacer esto en el trabajo soy más productiva y tengo más autoestima

La seguridad que tengo después de eliminar solo un hábito ha conseguido cambios increíbles en solo dos meses

"Siento llegar tarde". "Perdona, estaba en otra reunión que se ha alargado demasiado". "Disculpa, ¿puedo hacerte una pregunta?". "Lo siento mucho, no podré tener el proyecto antes de la fecha que acordamos". ¿Te suena alguna? Las decía todas, muchas a diario, en el trabajo. El motivo es que confundía pedir perdón con ser amable. Pedía perdón hasta cuando no había hecho nada malo.

Por lo general las mujeres tenemos conductas mucho más complacientes en el trabajo. Entre ellas está el pedir perdón. Las mujeres piden más veces perdón que los hombres en el entorno laboral.

Katie Tucci es doctora en Derecho, especialista en regulación de criptomonedas y tecnología financiera y asegura en su cuenta de TikTok que “te pagan por tu opinión, tu intelecto, tu investigación y lo que aportas. Parecer insegura sobre lo que aportas es la primera forma de socavarte a ti misma".

No quiero eso en mi trabajo. Quiero que se me tome en serio, que mi opinión cuente, que se valore mi trabajo, que se me tenga en cuenta. Quiero sentirme segura. Quiero confianza. Por eso he dejado de pedir perdón por todo en mi trabajo y ha sido la mejor decisión de mi vida laboral.

Más disculpas, menos autoestima

La llamada brecha de autoridad, descrita por la investigadora Mary Ann Sieghart en su libro ‘The Authority Gap’, es un sesgo, una distorsión generalizada que nos hace asumir que un hombre es competente hasta que no demuestre lo contrario, lo que en las mujeres sucede a la inversa: tenemos que demostrar constantemente nuestra competencia. Las mujeres son tomadas menos en serio que los hombres.

A priori puede que pienses que esto no tiene nada que ver, pero deja que te explique. Un exceso de “pedir perdón” es una forma de mostrarse insegura. Pedir perdón en exceso podría minar la confianza, y estar relacionado con una baja autoestima, poca asertividad y miedo al conflicto.

Maurice Schweitzer, profesor titular de gestión en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania asegura que decir “lo siento” o “perdona” en el trabajo, aunque es algo muy amable, también “puede ponernos en una posición de desventaja”, explica a CNBC. “No es autoritario, no es asertivo y, a veces, las personas parecen más poderosas cuando no se disculpan”, asegura.

Este estudio publicado en The European Journal of Social Psychology encontró posibles beneficios psicológicos al evitar las disculpas: el 95% de los participantes que se negaron a expresar remordimiento después de ofender a alguien mostraron signos de “mayor autoestima, mayores sentimientos de poder (o control) e integridad”. Hay veces en que ese perdón es “una manifestación de inseguridad y fragilidad emocional que nos impulsa a adoptar un papel de excesiva sumisión”, como afirma el psicólogo clínico y profesor de la Universidad Complutense de Madrid José Antonio Portellano.

El espectro de lo que nosotras consideramos ofensivo para el resto (y que nos invita a pedir perdón) es mucho más amplio de lo que es para los hombres a pesar de que nosotras ofendemos menos que ellos. Sin embargo, nosotras nos sentimos más culpables, hasta un 40% más. Pero disculparnos afecta a nuestra autopercepción y hace que la otra persona piense que nos sentimos mal con nosotras mismas.

Reduciendo la brecha de autoridad

Y aunque los expertos aseguran que los mejores líderes saben pedir perdón, lo cierto es que no todas las disculpas son por algo que hayamos hecho mal, y no son necesarias. Existen muchas ocasiones en que nos disculpamos sin tener que hacerlo. Este estudio publicado en Live Science ya aseguraba que ellos no se disculpan por una cuestión de imagen, y a nosotras eso de disculparnos se nos va de las manos en parte por el llamado Síndrome de la Supermujer y por la presión social que nos obliga a demostrar lo que valemos constantemente.

Con esto en mente decidí cambiar mi discurso. Volvamos a las frases que iniciaban este artículo. En lugar de decir “Siento llegar tarde”, ahora digo “Gracias por tu paciencia”. En lugar de justificarme con un “Perdona, estaba en otra reunión que se ha alargado demasiado”, evito dar explicaciones que nadie me ha pedido. He cambiado el “Disculpa, ¿puedo hacerte una pregunta?”, por la pregunta en sí y el “Lo siento mucho, no podré tener el proyecto antes de la fecha que acordamos” por un “mi trabajo estará hecho en la fecha acordada”.

Con todo esto no solo estoy reduciendo la brecha de autoridad al sonar más directa en un email, por ejemplo, sino que además estoy consiguiendo poner límites que hasta ahora no había podido. Me muestro segura, sin dudas. Y ese lenguaje hace que yo misma me sienta más confiada, que sienta que tengo pleno derecho a estar ahí.

Me ayuda a lidiar con el síndrome del impostor y a romper con lo que la experta en liderazgo femenino Carmen García Ribas describe como la "cultura de huésped", una actitud de invitadas o huéspedes que adoptamos las mujeres en los entornos laborales, en lugar de sentir que estamos ahí porque merecemos estar y tenemos derecho propio a ocupar posiciones de poder.

Como me siento más cómoda y he dejado de reescribir emails tratando de ser lo más amable posible y cambiándolo por un lenguaje directo, soy más productiva. Y como me siento más segura he ganado en calma. Disculparme se ha quedado solo para los momentos en que he hecho daño a alguien, ni siquiera lo uso cuando me equivoco en el trabajo. En lugar de decir “lo siento, me he equivocado”, ahora digo “asumo mi responsabilidad y así voy a arreglarlo”.

Sí, al principio me costó muchísimo porque está fuera de lo que consideraba normal y educado. Como lo fue aprender a poner límites, me sentía rara, pero poco a poco he ganado confianza y ahora ha pasado a formar parte de mí. Y ha sido la mejor decisión que he podido tomar en la vida.

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