Lo ha vuelto a hacer. Se ha entregado a su propio futurismo. Con las mismas premisas que este invierno y looks practicamente calcados, pero muy distintos, Nicolas Ghesquière vuelve por sus fueros y se reinterpreta, que no reinventa, a sí mismo. Y quiénes somos nosotros para contradecirlo. Si por algo ocupa el cargo de director creativo de una maison legendaria que lleva el nombre del maestro de la forma y el volumen por excelencia es porque cualidades le sobran para continuar su legado.
Hace tiempo que rompió con la estética sosegada de la casa y se hizo con las riendas de un universo estético muy particular; Ghesquière es arriesgado, osado y controvertido, o se le ama o se le odia; le pierden las siluetas transgresoras, los tejidos tecnológicos y se acerca más a lo andrógino que a lo femenino, pero su talento, es indiscutible.
No es nada nostálgico ni mitómano, menos de sí mismo, y aunque sus colecciones borren practicamente el recuerdo del glamour exquisito de Cristóbal Balenciaga, hay mucho de chic en su visión del mundo.
Para el próximo verano apuesta por pantalones y tops que parecen uniformes interalácticos, y lo hace con tejidos plastificados y holográficos pero también con materiales delicados y muy finos,
sus vestidos, muy cortos, de lycra o algodón, de una sobriedad casi religiosa parecen hacer de las modelos un ejército de androides en tonos irisados y empolvados.
Pero los tops desetructurados y los pantalones tobilleros y pitillos que ya habíamos visto en sus colecciones resort y de invierno, se suman a las propuestas de verano encajando a la perfección.
Lo mismo que una nueva versión de sus vestidos de amazona del medievo, que esta vez son brillantes y metalizados.
Eso sí, los zapatos, integrados en las medias, son bastante difíciles de asimilar.
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