Los huevos revueltos no son las versión rota de una tortilla francesa, ni tampoco necesitan de otros ingredientes añadidos (como gambas, jamón...) para ser un plato completo y contundente en sí mismo. Sin embargo, aunque su elaboración parezca no tener truco, sí que lo tiene... Y te lo vamos a contar para que nunca te vuelvan a quedar demasiado secos, sosos, quemados o con trocitos de clara cuajada sin integrar.
En cuestión de gustos, los huevos son como los colores, te pueden gustar más melosos, con mayor o menos sabor a huevo, más húmedos o más secos, con más o menos grasa, etc... No obstante, si los prefieres esponjosos como pedazos de nube, puede que estés cometiendo un error garrafal al echarle un chorrito de leche a la mezcla de huevos al batirlos.
Añadir un poco de leche o nata líquida en los huevos en crudo antes de cocinarlos o justo al final es muy acertado cuando quieres que te queden cremosos. Sin embargo, para lograr la esponjosidad que parece que solo exista en algunos desayunos de hotel de categoría, la leche consigue el efecto contrario: hace la mezcla más pesada e impide obtener esa textura esponjosa.
De este modo, eliminando la leche de la lista de ingredientes de esta receta, podríamos no utilizar nada más que sal, pimienta y alguna hierba o especia (opcional) que ya ganaríamos en textura. Sin embargo, todavía hay algo más que podemos hacer.
En lugar de leche, el ingrediente que habría que echarle a los huevos antes de cocinarlos es agua. Una simple cucharada de agua de unos 15 ml por cada dos huevos. Esto se debe a que el agua potencia la evaporación durante la cocción y permite obtener una mayor mayor esponjosidad, dando más estructura a los huevos mientras se cuajan. Además, quedan tiernos si no nos pasamos con el tiempo en la sartén.
Foto de portada | BP
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