Probablemente hasta hoy no hayais oído nunca hablar de Lino Carbosiero. Pues resulta que este peluquero de nombre italiano es uno de los mejores estilistas del Reino Unido. Su talento, habilidad y atención por los detalles han sido reconocidos por muchas celebrities (actores, músicos, modelos).
Hasta aquí todo normal. El motivo por el que Lino Carbosiero esta siendo el trending toppic del día es que hasta el salón de Daniel Galvin, donde trabaja, suele acudir regularmente David Cameron, el primer ministro inglés. Quien se ha mostrado tan satisfecho con los servicios de Lino que ha considerado oportuno premiarle con la Orden del Imperio Británico.
Su Graciosa Majestad, la reina Isabel II es quien otorga estas distinciones, siguiendo las propuestas del Ejecutivo. Sin embargo, la oposición laborista considera que el reconocimiento devalúa la Orden del Imperio británico y es un ejemplo de la cultura tory del amiguismo.
Existe un dicho en Inglaterra que asegura que es imposible que un calvo gane las elecciones. No es extraño por tanto que los políticos británicos y los royalties concedan tanta importancia al aspecto de sus cabelleras. Recordad sino la que se lío cuando Kate Middleton tuvo que cambiar de peluquero por culpa de las indiscreciones de su primer estilista.
También me ha venido a la memoria aquello que hizo correr ríos de tinta en su día cuando se supo que un futbolista alemán que jugaba en un equipo español era capaz de pagarle el viaje en avión a su peluquero, para que le viniera a cortar su preciosa melena rubia, pues no se fiaba de nadie más.
The Express se ha referido a Lino Carbosiero como "Who to call to be cool". Quien se escandalice ante la idea de pagar más de setecientos euros por un corte de pelo, que se plantee que la gente no va a un peluquero en concreto porque haga unos cortes y unos peinados fantásticos, sino porque es quien mejor entiende su cabellera.
Y el que Carbosiero sea capaz de hacer desaparecer la calvicie de David Cameron es algo que no tiene precio. Imaginamos también que gracias a sus citas semanales con el discreto estilista, el primer ministro se ahorre también la consulta de un psiquiatra, porque ya se sabe que los peluqueros han visto y oído mucho, y son la mar de sabios.
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