Hablando de islas privadas, parece que esta semana me persiguen. Si de pequeña hubiera sabido de la existencia de Necker Island, cuando me hubieran preguntado qué querría ser de mayor hubiera respondido: quiero ser como Richard Branson.
Y, tras ser un empresario de élite y fundar Virgin, compraría una isla privada de 30 hectáreas en las Islas Vírgenes del Caribe el año 1.979. Me pondría una camiseta estampada: ‘vivo en Necker Island’ y pasaría más de los tres meses al año de los que vive en ella su propietario.
Llegar hasta ella significa volar hasta Saint Martin (mi hermana pasó ahí su luna de miel), una hora más hasta llegar a la isla más próxima, Tortola, y ya con 40 minutos de barco te plantas en tu isla: eres el rey.
Claro que para que Forbes me clasificara en el número 236 (datos del 2008) de su famosa lista de ricos más ricos del mundo, tendría mucho camino que andar. Aunque, en cuanto a la isla, el precio que pagó al lord inglés en bancarrota tampoco fué excesivo: 650.000 de euros actuales.
Allí vive feliz Sir Branson cuando está en ella: vive, trabaja y descansa. Pero, atención: si quiero ir a Necker Island, puedo. El resto del tiempo se alquila a clientes VIP por 16.000 euros a la semana para dos personas, servicios de lujo incluídos.
La isla dispone de dos pistas de tenis, tres playas de arena blanca, cuatro piscinas y seis pabellones fabricados con maderas exóticas. Un chef reputado se ocupa de que no falte nada a la mesa de sus clientes.
El gran proyecto personal que motiva desde hace tiempo a Richard Branson es la ecología y las energías alternativas como la solar o la eólica. En la isla se pueden ver especies de animales exóticos en peligro de extinción, muy felices en su isla privada, como flamencos rosas o tortugas de patas rojas. Un plus vacacional fantástico, al menos para mí.
Fotos | Eirh.com
Vía | Capital.fr nº 202
Sitio oficial | Necker Island
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