Tradicionalmente, las mujeres han ocupado la esfera privada (la casa) y los hombres la pública (la calle, el trabajo, las instituciones y todo lo demás), convirtiéndose ellas en intrusas dentro del espacio público. Las calles o el transporte público son lugares que nos pertenecen a todos, pero no todos podemos sentirnos igual de seguros en ellos. Silbidos, pitidos desde el coche, comentarios sexuales, acercamientos intimidantes, persecuciones… Todos esos conceptos son manifestaciones de una desigualdad que marca nuestro día a día y de la que no podemos desprendernos tampoco en la calle. A nivel político y social no se reconoce el acoso callejero como otra forma de violencia contra las mujeres ni como una reafirmación de poder, sino que es percibido como una expresión irremediable de la “masculinidad”. Para concienciar sobre este problema y mejorar nuestra calidad de vida (callejera) surgen herramientas como Companion, una app que hemos probado a conciencia durante una semana.
En España, el acoso sexual es una experiencia que ha sufrido una mujer de cada dos mayor de 15 años, según datos generales de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA). Si nos metemos en el terreno del acoso callejero, es imposible cuantificar la magnitud del problema: está normalizado y es visto como una especificidad de ciertas culturas o regiones, en lugar de una problemática global que se esconde bajo términos amables. ¡Qué exageradas!
El acoso callejero, en datos
En “Stop Street Harassment. Making Public Places Safe and Welcoming for Women”, Holly Kearl arroja una serie de datos extraídos de sus años de estudio en los que afirma que el 80% de 811 mujeres entrevistadas tienen que mantenerse en una alerta constante cuando caminan por la calle. El 50% tiene que cruzar de acera y buscar rutas alternativas hasta sus destinos. El 45% siente que no puede ir sola a lugares públicos y el 26% miente sobre tener pareja para que los acosadores la dejen en paz. El 19% ha tenido que cambiar de trabajo solo para evitar la zona donde han sido acosadas. Y esto está sucediendo bajo las miradas de todos y cada uno de nosotros, cada día y sin una regulación oficial.
Según esta encuesta mundial sobre acoso callejero de Actionaid, el 80% de las mujeres afirma haber sentido miedo volviendo sola a casa. En Argentina, el 100% de las encuestadas afirma haber experienciado acoso callejero; el 87% de las mujeres australianas participantes han sido atacadas verbal o físicamente en la calle, y el 100% de las más de 600 encuestadas francesas ha sufrido acoso sexual en lugares públicos. No hace falta ir a un país al que consideramos peligroso: basta con no apartar la mirada en el día a día.
YouGov llevó a cabo el estudio más extenso sobre acoso en transporte público en 2014. Encuestaron a personas de 16 ciudades de todo el mundo e hicieron un ranking de los sistemas más seguros (Nueva York) a los menos seguros (Bogotá). En cuanto a las experiencias de acoso verbal, las cinco peores ciudades resultaron ser México, Delhi, Bogotá, Lima y Jakarta; y en cuanto a las experiencias de acoso físico, las peores fueron México, Bogotá, Lima, Tokio y Delhi.
Como dato curioso: Bélgica impone sanciones específicas para el acoso verbal desde 2014. Hasta septiembre de 2015 se contabilizaron 85 multas, y las sanciones se incorporaron tras el estreno de la película Femme de la Rue, un relato de Sofie Peeters sobre cómo se vive el acoso verbal en las calles de Bruselas.
En España no existen estadísticas que dibujen la situación: en la web del Ministerio de Igualdad solo se pueden encontrar datos sobre agresiones sexuales en su conjunto, y la última actualización es del año 2013. Ese año, en nuestro país hubo 7.057 mujeres víctimas de delitos sexuales. O mejor dicho: fueron 7.057 mujeres las que denunciaron agresiones sexuales, aunque no están todas las que son, y es imposible desmenuzar las estadísticas con el acoso callejero que no llega a cometer una agresión física tipificada por las leyes. Ningún órgano contabiliza los silbidos, los bocinazos, los acercamientos intimidantes, los mal llamados piropos, las miradas lascivas o desafiantes, las conversaciones que no quieres mantener, los “sonríe, mujer”, los manoseos, los exhibicionistas, las persecuciones, la masturbación pública, la presión de genitales sobre nuestros cuerpos en sitios concurridos… Pero están ahí. Y una vez más, las propias mujeres y sus iniciativas ciudadanas están atendiendo esas necesidades mejor que los organismos públicos o las fuerzas del orden.
Companion: por un espacio público seguro
Companion es una app gratuita ideada por cinco estudiantes de la Universidad de Michigan, pensada para que las chicas se sientan más seguras en los campus universitarios. Leí sobre ella hace tiempo y decidí probarla durante una semana en mi vuelta a casa, especialmente durante un trayecto entre polígonos que me inquieta por la ausencia de gente. Tenía claro que esta app no iba a quitarme el miedo a andar sola por la noche: esa sensación surge de un sistema, es mucho más compleja de subsanar e implica la reeducación de otros actores que escapan a mi control, pero herramientas como esta surgen para darnos una inyección de seguridad. No solventan la problemática del acoso callejero, porque ese cometido corre a cargo de los hombres y la sociedad en su conjunto, pero ayudan a la concienciación ciudadana y alivian un poco esa sensación de impunidad ante esta tipología machista.
Lo primero que hay que hacer tras descargar la app (gratuita en cualquier sistema operativo) es introducir nombre, país y número de teléfono. Con estos datos, la aplicación ya está lista. El primer día de prueba, al salir del metro, la app me geolocalizó y pude marcar mi casa como destino. Se generó una distancia y un número aproximado de minutos que tardaría en recorrerla, como con Maps o Citymapper. Después elegí un nombre de mi lista de contactos para que fuera mi acompañante virtual. Mi amiga Irina, que no tenía instalada la app, recibió una notificación en la que le preguntaban si quería acompañarme a casa. Cuando aceptó, me llegó un SMS de confirmación (que no dejó rastro en su factura ni en la mía), sus iniciales aparecieron en la pantalla dentro de una burbuja similar a las del Messenger de Facebook y empecé el recorrido. A mitad de camino, pulsé el botón “Estoy nerviosa”, y mi amiga volvió a recibir un mensaje en el que se le adjuntaba un mapa con el punto exacto en el que yo me encontraba. “Laura está nerviosa, ¿puedes contactar con ella?”. Con ese link, nuestros “companions” pueden ver en qué punto estamos. Al llegar a casa, marqué mi recorrido como finalizado y mi amiga recibió un mensaje que confirmaba que había llegado sana y salva.
Además de este seguimiento personalizado por parte de quienes nosotras decidamos, Companion incluye algunas características que refuerzan nuestro control y que pude probar en esa semana de uso: si empezaba a correr, a moverme de forma violenta o a arrancar los auriculares del teléfono de forma brusca, la app lo tomaba como una señal de que estaba teniendo algún problema y me mandaba un mensaje para saber si estaba bien. Si en 15 segundos no respondía, la app entendía que estaba sufriendo algún tipo de agresión y emitía una serie de sonidos para espantar al agresor o alertar a los ciudadanos que pudieran encontrarse cerca. También avisó a los contactos que me “vigilaban” y me ofrecía la posibilidad de llamar directamente a la policía con un solo toque vía botón directo.
Los pros de Companion son evidentes: permite que caminemos un poco más seguras por la calle, aunque nunca pueda eliminar la sensación de pánico; su simple existencia puede crear conciencia social, y el boca a oreja podría traducirse en una mayor movilización por la recuperación de nuestra seguridad en el espacio público. Nos gusta soñar.
Los contras (además de la traducción cuestionable) son más técnicos: algunas mujeres han tenido problemas con la generación de mapas, y otras han experimentado fallos en la conexión con sus acompañantes virtuales. Personalmente, desde Madrid no he tenido ningún problema con ella, aunque posiblemente en zonas más rurales o peor comunicadas resulte más complicado geolocalizarse. Si alguna la prueba: paciencia. La herramienta tiene solo un año de vida y sus funcionalidades irán mejorando. Y si lo que nos daba miedo era que pudiera convertirse en un vigilante constante en cualquier salida a la calle, tras cerrar la app no volveremos a recibir ninguna notificación suya. Solo la abriremos cuando queramos utilizarla.
Para entender mejor su utilidad, Companion podría haber servido en casos como el de Diana Quer, la chica desaparecida en A Coruña el pasado 12 de agosto, para alertar más rápido a sus familiares o amigos de que algo no iba bien. La utilización de esta app habría afectado directamente a un factor clave en su caso: el tiempo. En el momento en el que ella hubiera dejado de responder las llamadas de atención de la aplicación, ésta habría enviado mensajes a sus acompañantes virtuales, acelerando así la movilización y el proceso de búsqueda. Si la era digital y sus propuestas tecnológicas tienen algo bueno es la posibilidad de gestionar los problemas con mayor solvencia. Si no podemos acabar con la raíz del problema tan rápido como nos gustaría, al menos podemos intentar defendernos.
Nuevas respuestas a viejos problemas
Companion se une a otras herramientas relacionadas con la seguridad como la iniciativa Hollaback, puesta en marcha para que las mujeres señalen los “puntos negros” de cada ciudad, localizando de manera colectiva el acoso callejero a través de denuncias ciudadanas. Nació en Nueva York en 2005 y se ha difundido por más de 90 ciudades de todo el mundo, entre ellas Barcelona. Su eslogan: "La intimidación es la verdadera motivación del acosador. ¿Y si hubiera una forma de quitarle ese poder mediante su exposición?". Esta app permite a las víctimas y a los testigos explicar, si lo desean, en qué ha consistido la agresión e incluso subir una foto del acosador.
Hace unos meses también surgía Himmat, una app nacida en India en colaboración con la policía de la ciudad y con el objetivo de proteger a las mujeres de Delhi; y Safecity, un espacio para contar tu experiencia y generar un “mapa de acosos” en cada barrio y que se creó tras la brutal violación en grupo que sufrió una estudiante en un autobús de la misma ciudad en 2012.
En Estados Unidos, los casos de violaciones perpetradas por algunos conductores de Uber y la reacción del jefe de Policía (“deberían crear una red de amigas para evitar esto”) hicieron que Stella Mateo fundara SheTaxis, una empresa de taxis para mujeres conducidos por mujeres. En España, Blablacar ya incluye la posibilidad de organizar viajes sólo entre mujeres.
Tecnología y educación
Las consecuencias del acoso callejero en las mujeres que lo sufren, como cita Patricia Gaytan en El acoso sexual en lugares públicos: un estudio desde la Grounded Theory, son “la sensación de pérdida del control, la disminución de la autoestima, distorsiones en la valoración cognoscitiva de las experiencias mismas de acoso y un incremento en la inseguridad propia así como en la desconfianza hacia los hombres desconocidos en general”. Es necesario educar a los más jóvenes en igualdad para evitar que repliquen cualquier violencia contra la mujer.
La tecnología juega un papel fundamental en la prevención del acoso y ya empieza a implantarse en algunos centros como herramienta educativa por la igualdad. Es cierto que en este proceso de adaptación digital, los dispositivos móviles se usan cada vez más para ejercer la violencia, pero también sirven para defenderse de ella o denunciarla. Las mujeres han adoptado el uso del teléfono como forma de organización: son una gran herramienta para facilitar el trabajo en red, construir lazos, generar vínculos… Y tanto ellos como ellas, desde muy jóvenes, pueden trastear con apps como Enrédate sin machismo, donde pueden conocer los estereotipos del amor romántico y evitar situaciones de una relación dominante mientras juegan.
El pasado mes de abril se celebró la Semana Internacional contra el Acoso Callejero en 37 ciudades del mundo, entre las que no se encontraba ninguna española. Esos días se publicaron historias, análisis y actividades relacionadas con esta forma de violencia para educar, sensibilizar y erradicar la idea de que el acoso sexual en espacios públicos es parte de un folclore y típico de países concretos. Si lo más grave, como los asesinatos machistas o las violaciones, nos parecen actitudes deplorables a todos, también tenemos que saber identificar los síntomas previos y las actitudes que fomentan y promueven esa desigualdad de poder. Salir a la calle no es dar nuestros cuerpos en subasta pública.
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