La ciencia desvela que los optimistas toman peores decisiones y son menos inteligentes. La dictadura del positivismo, a juicio

Además se ha demostrado que puede provocar que no tomemos buenas decisiones en cuanto a dinero y que nos arriesguemos más de lo aceptable

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¡Querer es poder! Si está en tu mente puedes convertirlo en real. Todo va a salir bien. Puede que todas estas frases te suenen porque las hayas visto una taza, una agenda o hayan salido de tu boca. Son frases que representan el positivismo.

Pero ¿es tan bueno ser positivo como lo pintan? Un poco sí y un poco no. Especialmente si hacemos caso a un reciente estudio realizado por la Universidad de Bath que asegura que el optimismo está relacionado con una mala toma de decisiones y menores habilidades cognitivas.

El estudio que desmonta el positivismo y lo vincula con una menor capacidad cognitiva

Al parecer, y según hemos podido leer en el propio estudio publicado por la revista científica Personality and Social Psychology Bulletin, el optimismo excesivo se relaciona con una mala toma de decisiones y menores habilidades cognitivas. Es decir, la ciencia ha demostrado que el optimismo puede ser el resultado de que tengamos una baja capacidad cognitiva especialmente en cuestiones financieras.

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Para realizarlo, se analizaron los datos de 36.312 individuos de la encuesta longitudinal anual Understanding Society en Reino Unido en la que se preguntaban sobre diversos temas como el mercado laboral, actitudes, opiniones o personalidad. Para la capacidad cognitiva se utilizaron mediciones de fluidez verbal, memoria, razonamiento numérico y razonamiento fluido. Usando todo esto como base, “los resultados son claros: la baja capacidad cognitiva conduce a más prejuicios hacia uno mismo”, explicaba el Dr. Chris Dawson de la Escuela de Administración de la Universidad.

El estudio extrajo que las personas con mayor capacidad cognitiva experimentaron un aumento del 22% en la probabilidad de “realismo” y una disminución del 35% en la probabilidad de “optimismo extremo” en la planificación financiera. Las personas optimistas anticipaban resultados más positivos de lo razonable especialmente en momentos de incertidumbre y tanto en la planificación de negocios, como en las inversiones y otras actividades financieras, lo que terminaba desembocando en más deudas, pérdidas de fondos y fracasos empresariales.

El Dr. Dawson añadía que la evolución puede preparar a los humanos para esperar lo mejor, pero “aquellos con una gran capacidad cognitiva son más capaces de anular esta respuesta automática cuando se trata de decisiones importantes. Los planes basados ​​en creencias demasiado optimistas generan malas decisiones y seguramente producirán peores resultados que las creencias realistas”. Los investigadores aseguran que una alta capacidad cognitiva, aquellas personas más inteligentes, tienden a ser más realistas e incluso pesimistas sobre sus expectativas de futuro. Son personas con los pies en la tierra, más pragmáticas y analíticas.

Es importante matizar aquí que hablamos del optimismo extremo, no de un optimismo saludable. Tal y como explica el Dr. Dawson “el problema de que estemos programados para pensar positivamente es que puede afectar negativamente nuestra calidad de toma de decisiones, particularmente cuando tenemos que tomar decisiones serias. Necesitamos ser capaces de superar eso y esta investigación muestra que las personas con alta capacidad cognitiva lo manejan mejor que aquellas con baja capacidad cognitiva”.

La dictadura del positivismo, a juicio

Desde hace unos años parece que estamos obligadas a ser positivas por encima de todo y nos pase lo que nos pase. Nada tiene que ver con la resiliencia, sino con que hay personas, que parecen vivir exclusivamente en una realidad optimista, donde lo negativo no existe (o se oculta) y solo hay hueco para los buenos pensamientos. Según una psicóloga de Harvard, las personas resilientes tienen en su diálogo interno muchas frases que abogan por el optimismo, pero eso dista mucho de la dictadura de positivismo que nos vende Mr. Wonderful, por ejemplo.

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Las investigaciones han demostrado que las personas subestiman constantemente lo negativo y acentúan lo positivo. Es más, el concepto de “pensamiento positivo” está casi incuestionablemente arraigado en nuestra cultura, pero visto este último estudio, tal vez sería recomendable revisar esa creencia.

Tal y como nos explicaba Giulia de Benito, responsable de la unidad de psicología general del Instituto Centta, esta “subcultura del libro de autoayuda” tiene una parte buena porque "una predisposición positiva y disfrutar de fantasías optimistas genera ciertos estímulos que nos ponen en marcha". Pero eso no significa que sea la panacea. Como bien nos explica “puede que en algunos casos sea el input perfecto para sobrepasar un obstáculo, pero no es un recurso para todos".

Es importante entender siempre que existen obstáculos y que las emociones mal llamadas negativas son también parte intrínseca de nosotros como seres humanos. Y es que como bien nos explicaba Iria Reguera, psicóloga y redactora jefa de Trendencias “las emociones no son negativas o positivas: lo que realmente importa es cómo las gestionas y lo que haces con ellas”. Debemos aprender de todas nuestras emociones porque negarlas o reprimirlas puede hacernos más daño.

Ser positivo no es malo ni bueno, de hecho un optimismo saludable nos puede beneficiar por ejemplo en el trabajo, en nuestra salud física y hasta existen estudios que afirman  que el optimismo se relaciona con una menor incidencia de síntomas de depresión, ansiedad y estrés. Pero no ocurre lo mismo si hablamos de la positividad tóxica, esa dictadura del positivismo que se aleja peligrosamente de la realidad.

El peligro de la positividad tóxica

Un exceso de optimismo puede potenciar las ideas irracionales y que nos veamos sumidos en una distorsión cognitiva que nos impida ver la realidad y con ella, los riesgos y los peligros que existen. Tomamos decisiones precipitadas, poco meditadas y alentados por una sobreconfianza en las posibilidades que existen.

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Además, este sesgo optimista nos impide fracasar y que aprendamos de ello. Evita que nos frustremos, que las derrotas nos enseñen, porque cuando no conseguimos lo que buscábamos, nuestro optimismo extremo nos impulsa a ser indulgentes con nosotros mismos. María Caballero explicaba en su libro “Neuroeducación de profesores y para profesores” que la frustración es imprescindible para un correcto desarrollo de las emociones y para que los niños aprendan el proceso de autorregulación emocional.

El pensamiento positivo puede ser, en ocasiones, un engaño. Esto mismo explora la bióloga y ensayista Barbara Ehrenreich en su libro “Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo” que ya en 2012 nos avisaba de los peligros de un positivismo tóxico en el que no hay espacio para nada más.

Eso no significa que no tengamos que ser positivos y optimistas, significa que debemos serlo pero con los pies en la tierra, de una forma realista y sin olvidarnos de que lo negativo está y también debe ser parte de nosotros. Encontrar un equilibrio es la clave para que nos impulse pero no nos aleje demasiado del suelo que pisamos.

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