Me duele en el alma decirlo porque tengo que reconocer que siento verdadera debilidad por Beyoncé Knowles, antes y después de Destiny's Child. Con ella me pasa como con Carrie Bradshaw, aunque no exista, que no puedo ni quiero ser objetiva.
Pero si la única persona en la tierra a la que le gustó el tocado de Philip Treacy que se puso el otro día Sarah Jessica Parker en el estreno de la película de Sex and the city en Londres, debía ser yo, esta vez no me pasa lo mismo con la voz de las voces: Beyoncé, ese estilismo no.
No sé ni por donde empezar a descuartizar el modelito de mi diva predilecta, y es que literalmente no hay por donde cogerlo, de esta guisa salía el martes la intérprete de B-Day del concierto que ofrecieron Kanye West y Rihanna en el Madison Square Garden.
Gorro de lana con brillantina, pendientes y collar descomunales, chaqueta verde militar de cuadro vichy, camisa blanca con chorreras, mini falda abullonada bastante deslucida pero al menos del mismo color, medias de red, nadie le dijo que ya no se llevan, y maxi bolso de piel de pitón. Un despropósito de los graves.
Vale, nunca destacó por ser la más elegante, de hecho, su marca de ropa, House of Déreon, es el vivo reflejo de su más que probado pésimo gusto, pero con lo guapa que está ella en las red carpets vestida por Valentino, Givenchy, o Versace, no sé porqué no hace que su estilista se ocupe también de su vestuario cuando va de calle.
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