Hace unas semanas un comentario de la presentadora Cristina Pedroche desató una avalancha de críticas cuando confesó en una entrevista que cuando tuviera hijos no los querría tanto como a su pareja, el chef David Muñoz. Quitando el hecho de que es difícil hacer una declaración así cuando todavía no has sido madre y no sabes qué se siente, sí es cierto que hay muchas mujeres que sí han tenido hijos que anteponen su relación de pareja a su rol como madres. Y no tiene por qué ser algo malo. Ni algo bueno. Ni nada de nada.
Lo confieso: ya no sé qué está bien y qué está mal. Desde que soy madre, y ya va para doce años de experiencia, sigo confusa con este sentimiento tan desbordante y tan poco lógico que me provoca tener dos criaturas en mi vida.
No obstante, ser madre no ha conseguido robarle el protagonismo a otras áreas de mi vida. Intento combinarlas de la forma más lógica posible, aunque muchas veces me siento como un equilibrista caminando por la cuerda floja. Y entre esas pelotas que manejo en el aire no sólo están esas dos criaturas, también hay una profesión, una pareja, una familia, un buen puñado de amigos y algunas aficiones. E intento que todas tengan el mismo peso, para que no se vaya todo al traste.
En mi cabeza, todos llevamos una serie de pelotas en equilibrio y cada uno las sostiene como puede. Hay momentos en las que pesan más unas y momentos en que el protagonismo se las llevan otras, pero sin entrar en una feroz competición. Y sin embargo, a mí las declaraciones de Cristina Pedroche no me produjeron la indignación que han despertado en muchos. Es más: yo misma en ocasiones antepongo a mi pareja a mis hijas. Y puede que haciéndolo esté violando esa Regla Sagrada de la Maternidad que dice que tenemos que hacer lo que sea, incluso anteponer nuestra propia felicidad para conseguir la de nuestros hijos. Pero, lo siento. A mí no me convence.
Para empezar no me gustan las comparaciones. Ni las entiendo en determinados casos, cuando estamos comparando cosas que en mi opinión nada tienen que ver la una con la otra. El amor hacia los hijos es incondicional, puro y está marcado por nuestra propia biología. Queremos a nuestros hijos con todo nuestro corazón y haríamos cualquier cosa por ellos. Pero siguiendo con mi razonamiento, ¿qué tiene que ver eso con querer a nuestras parejas? ¿En qué momento esto se ha convertido en una competición? ¿O una cosa elimina a la otra?
Personalmente creo que hay momentos en mi vida en los que mis hijas se merecen toda mi atención, mi esfuerzo y que aparque otras áreas en su beneficio. Pero también es necesario que en otras ocasiones, ellas pasen a un segundo plano y sea mi relación de pareja la que cobre protagonismo. Y creo que esto es bueno para todos por muchas razones:
1.- Porque unos progenitores que se quieren y tienen una buena relación entre ellos son el mejor ejemplo que les podemos dar a nuestros hijos;
2.- Porque unos padres realizados y contentos son unos padres que transmiten felicidad;
3.- Porque nuestros hijos tienen que aprender que no pueden ser siempre el centro de atención. Es una forma de enseñarles a no ser egocéntricos
4.- Y algún día crecerán, querrán ser independientes y disfrutar de su vida y de sus propias relaciones. Y la vida también seguirá para nosotros. No es posible poner un paréntesis hasta que eso ocurra ni descuidar nuestra propia vida esperando que eso suceda.
5.- Y todos necesitamos nuestra intimidad. Los niños necesitan estar con otras personas, vivir su libertad y alejarse de nuestra eterna presencia. Los padres, estar a solas, viajar, tener la oportunidad de intercambiar un par de frases subordinadas...
Podría seguir dando argumentos sobre la necesidad de que es bueno, sano y necesario poner a nuestra pareja por delante de nuestros hijos en numerosas ocasiones, que es hasta beneficioso para los niños. Igual que también habrá momentos en que habrá que hacer todo lo contrario. Cada uno de esos momentos es personal e íntimo, sólo nosotros podemos decidir cuál es nuestra prioridad, qué es lo que nos hace felices a todos o que se adapta mejor a nuestras circunstancias.
Por eso no termino de entender que haya personas que opinen o se escandalicen por las decisiones personales que toman los demás, sin saber sus circunstancias personales o qué les lleva a hacerlo.
Además, si no me gusta que pregunten a mis hijas eso tan feo de "¿a quién prefieres, a mamá o a papá?" ¿cómo me va a gustar que a mí también me hagan decidir entre ellas y mi pareja? Cada uno de estos amores es único, especial y lidera una parcela independiente de mi vida. Y son incomparables.
Fotos: Unsplash.com
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