La vida de «María» cambió una noche de julio durante la celebración de los sanfermines. Tenía dieciocho años cuando fue presuntamente violada por cinco jóvenes que se hacían llamar «la manada» en su propio grupo de WhatsApp. Los jueces determinarán en los próximos días si fue sexo consentido, como alegan ellos, o una violación grupal, como mantiene la acusación. Nosotros no podemos juzgarlo, pero sí imaginar lo que ha sido la vida de María en los más de dieciséis meses que han transcurrido desde los hechos. Y no, no creemos que haya recuperado la normalidad.
Un reportaje en El español hablaba hace unos días sobre la nueva vida normal de María. Como si algo en estos más de dieciséis meses hubiera permitido que la joven recuperara algo parecido a la normalidad. El artículo da datos sobre su vida privada, sobre sus aficiones y lo que se ve en sus redes sociales.
Por otra parte, el juez ha admitido como prueba el informe de un detective privado que investigó, a petición de la defensa de uno de los acusados, la vida que ha llevado María desde que se produjeron los hechos hasta hoy.
A las personas con un mínimo de empatía no nos parece que a detectives y periodistas investigando sobre su vida se le pueda llamar normalidad. Que eso ayude a que la víctima de una presunta violación múltiple pueda tener algún día una vida normal, en la que los hechos sean solo un mal recuerdo superado a base de terapia y fuerza interior. No será fácil. Todos sabemos que las consecuencias de una violación pueden perseguir a la víctima toda su vida. Ojalá no sea su caso.
Pero hay muchas más violaciones que la que (presuntamente) se produjo en aquella calle de Pamplona. Ha habido constantes violaciones a la intimidad y a la dignidad de una chica de dieciocho años que, si no ha mentido, tuvo que sufrir una de las peores pesadillas que cualquier mujer puede imaginar: ser forzada a mantener relaciones sexuales por cinco hombres. Pero, por si eso no fuera suficiente...
- Ha tenido que soportar ver esos mensajes infames entre los miembros de la manada (que, por cierto, eran muchos más que cinco, y ninguno se planteó que hablar de violaciones no era motivo de broma). Esos mensajes que el juez no ha admitido como prueba y que la identificaban como a esa «una» a la que se estaban «follando entre cinco».
Ha tenido que soportar que lo ocurrido entre cinco individuos y su vagina fuera objeto de debate en programas de televisión. Que periodistas comenzaran encuestas en Twitter para que el público, no los jueces, decidieran si fue una violación o sexo consentido.
Ha tenido que soportar que unas fotos en redes sociales hagan presuponer a alguna prensa que su vida ya es normal. Sin conocer la realidad de cuánto le pudo costar dar los pasos, cuántas lágrimas hubo detrás de cada paso adelante, cuánta fuerza, cuántos recuerdos, cuánto dolor.
Este párrafo me provoca tantas cosas que me quedo sin palabras #LaManada pic.twitter.com/o8wnUDQiQt
— Elena Medina (@emedinarove) 14 de noviembre de 2017
Ha tenido que soportar, ahora lo sabemos, que un detective contratado por sus supuestos agresores la siguiera para comprobar cuánto de normal era su vida. Estremece imaginar lo que podría haber sentido María si alguna vez se dio cuenta de que la seguían. O lo contrario, lo que sentirá ahora, al saber que la siguieron sin que se diera cuenta. ¿Vivirá tranquila a partir de ahora, sabiendo que en cualquier momento la pueden estar vigilando?
Ha tenido que soportar, incluso, que en el reportaje que mencionábamos se nombre hasta la zona de Madrid en la que vive, en la que se la ve «sonriente y relajada». Frases, comentarios y deducciones que parecen incitar a ese pensamiento tan maligno de «pues no estará tan traumatizada como dice».
Son muchas las cosas que ha tenido que soportar María y solo una la que no se le ha permitido: el olvido. Ni contribuimos a él ni estamos cerca de conseguirlo. Ojalá después del juicio. Ojalá se le conceda la intimidad suficiente para superar el trauma en privado, y para no crearle, además, un trauma público.
Las mujeres, por suerte, llevamos toda la vida escuchando que debemos denunciar una agresión sexual. Y es así. Pero ¿qué garantías damos a quienes denuncian? ¿La de saberse juzgada en los medios de comunicación, la de saber que su versión será puesta en duda de forma constante, aunque en un lado de la balanza haya una chica de dieciocho años que afirma haber sido violada y en el otro cinco hombres que alardean de violaciones, burundangas y reinoles en su grupo de WhatsApp? ¿La de saber que sus vecinos hablarán a los medios de comunicación sobre aquel día que la vieron reírse en una terraza o que, antes de subir una foto a Instagram puede haber mucha gente presuponiendo que es la prueba de que no hubo violación o, si la hubo, no le causó tanto trauma?
Ojalá el juicio sea justo. Ojalá los hechos que se demuestren en sede judicial correspondan con lo que ocurrió aquella noche. Ojalá, si los jueces determinan que la violación existió, los acusados paguen sus penas de cárcel. Y ojalá María tenga alguna vez una vida lo más parecida posible a la normalidad. Y que le permitamos tenerla.
Para que no se olvide...
Estos son algunos de los síntomas que puede presentar una víctima de violación:
Sentimiento de culpa, vergüenza, falta de autoestima y desconfianza, en una misma y en los demás.
Dificultad para establecer relaciones de pareja o mantener la que tuviera.
Estados de alerta e hipervigilancia.
Miedo, en ocasiones paralizante, a realizar actividades cotidianas.
Contagio de enfermedades de transmisión sexual.
Desgarros vaginales, anales y otras lesiones físicas dependiendo de la fuerza que hayan empleado los asaltantes.
Alteraciones en la percepción que se tiene del propio cuerpo.
Daños psicológicos a largo plazo, siendo las manifestaciones más comunes el síndrome de estrés postraumático, la depresión y la ansiedad.
Mayor propensión a las adicciones o al suicidio que mujeres que no han sido violadas.
Embarazo.
Pesadillas e insomnio.
Dificultad en las relaciones con la familia y los amigos.
Imágenes | Gtresonline.
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