Hay que admitirlo. Está de moda. Y punto. Pero no todo lo que está de moda es bueno, es algo que ya hemos hablado centenares de veces. No todo lo que está de moda es algo que uno pueda ponerse día a día para ir a trabajar.
¿De qué hablamos hoy? Nada más y nada menos que de los pendientes. Los futbolistas, perdón, algunos determinados futbolistas han terminado de poner de moda algo con lo que otros venían amenazando desde hace tiempo. Hoy en día es raro ver una rueda de prensa post-partido y no ver esas cositas cuadradas tan horteras brillando en sus orejas.
Sí. Horteras.
Está claro que cada uno es libre de ponerse lo que quiera, es lo primero que hemos empezado diciendo: que la moda es subjetiva. Sin embargo, no puedo dejar de ver estos pendientitos cuadrados como una falta de clase y de elegancia natural que tira de espaldas. O dicho de otro modo: el Síndrome del Nuevo Rico.
Ver a un hombre con pendientes me hace pensar inmediatamente que se trata de un niñato, un fashion victim de tres al cuarto que acaba de salir de la barriada y se ha montado en un Rolls Royce. Y no sabe ni cómo lo ha hecho. Y es que no todo lo que dicen las grandes casas de la moda hay que créerselo a pies juntillas, y en saber diferenciar radica el verdadero estilo del Hombre.
No me imagino a los paladines de la elegancia masculina luciendo pendientes. Es algo que me horroriza. Imaginad: el ahora impecable George Clooney, por poner un ejemplo bien popular, llevando dos diamantitos blancos en las orejas. ¡El antimorbo!
En un tiempo en el que los límites entre los sexos se difuminan y salimos de la oscuridad de los tabúes para entrar en la luz de la tolerancia, se tienden a confundir los prototípicos roles sexuales con sus manifestaciones externas.
Faldas, pendientes, maquillaje, volantes... Todo está en el aire y se busca la forma de innovar con los elementos. Sin embargo, dios mío, los pendientes no.
Un hombre con pendientes pierde automáticamente, por mucho Cristiano Ronaldo y su cuerpo diez que uno sea, la esencia de su masculinidad. Nada que ver con las preferencias sexuales, ojo.
Lejos quedan atrás los tiempos en los que el marinero de a bordo que llevaba un pendiente en la oreja era el sustituto de la mujer cuya presencia estaba casi maldita en la nave. Ahora es una cuestión de buen gusto.
Como siempre, mis queridos lectores, abiertos quedan los comentarios para que compartáis impresiones con nosotros. Mi voto ya veis que es un rotundo no, un no como un castillo de grande. Porque huele a falta de clase, a falta de luces, a falta de originalidad. Muerte a los pendientes.