Qué poco falta para que nos vuelvan a oler los deditos a gambas, para que la tartaleta que lleva la ensaladilla de marisco se quede blanda, para que tu cuñado le dé duro al matasuegras y tu primo acerque peligrosamente el collar hawaino a las velas. Para que tu abuela te ponga un sombrerito de cartón y purpurina y tu abuelo se duerma en la silla antes de que llegue el postre. Y todo eso no es lo peor. Lo peor viene después. O antes, ya no sé.
El día 31 de diciembre empieza con mi madre regalándome un tanga rojo especialmente feo. Mira que yo le digo «mamá, tranquila, si hoy no tenía pensado ligar… Hazme el favor de no ponerme más impedimentos». Un tanga de hilillo pero del que tira, ¿sabes? Con algún dibujito con brillantes en el centro del microtriángulo. En ese momento pienso que o no me quiere o que me quiere mal, pero después de sacar mi tanga rojo, saca el suyo y dice «mira, las dos iguales» y sonrío. Ya lloraré después, cuando me ahorque el tanga. Con lo elegantes que estrenaríamos año con un buen encaje negro o un raso turquesa. Pero ojo, que podría ser peor. Podría ser costumbre ponerse ropa interior color visón (color carne, chicos).
Yo, que me tenso mucho con estas cosas, empiezo pelando las doce uvas sobre las nueve y media de la noche. Pelo y quito pepitas. Y me como dos o tres uvas por aquello de que no dejes para las doce lo que puedes hacer ahora mismito. Aún así, nunca llego a tiempo o nunca llego dignamente. Me pongo modo cobaya acumulando uvas en los carrillos hasta que todo termina en drama. He probado dar doce sorbitos de zumo de uva, Lacasitos, gominolas… incluso llegué a partir una uva en doce minitrocitos.
Una vez tengo preparados los doce "algos" en la mesa para engullir, llega el momento de echar a lavar las sortijas. Yo sé que en general la gente es muy limpia pero, oye, yo no puedo dejar de pensar que vuestras sortijas llevan roña o al menos, juguito de gamba de la cena. Y hala, ¡sortija va! Me da un escalofrío mientras veo como caen los oros en el fondo de la copa de champán y luego os bebéis dicho elixir.
Como en cualquier desfase, es hora de hablar y sacar el dinero. En casa empezamos a rebuscar en el bolso y el monedero a ver qué encontramos, pero lo único que acabamos teniendo entre las manos son unos céntimos resudaos. Dicen que lo ideal sería tener un billete verde en el momento justo de cambiar de año. ¿Si saco la tarjeta de El Corte Inglés hace el mismo efecto? ¿Y una hoja de lechuga?
Y por último mi favorito. Pie derecho anclado al suelo y pie izquierdo en el aire. ¿O era al revés? Siempre me pasa lo mismo. Acabo dando el espectáculo moviendo las piernas como si fuese un bailarín ruso sobre un suelo en llamas. No sé si me dará suerte, pero flexibilidad fijo.
Total, que la noche del 31 de diciembre necesito total concentración.
Un pie en el aire (ya improvisaré cuál) para entrar con suerte en el nuevo año, un tanga rojo tirante para el amor, una copa de champán en la mano derecha con una moneda de un euro en el fondo para la fortuna, en la mano izquierda un calendario chino por si acaso, doce trocitos de uva en el plato por lo que pueda pasar, un pie apoyado en una maleta abierta para que me espere un año lleno de viajes, un lápiz apoyado en la oreja para seguir escribiendo y paciencia, mucha paciencia.
Al final supongo que estas cinco costumbres o manías una vez al año no hacen daño. ¿O sí?
En Trendencias| Los Anti-propósitos de Año Nuevo.
Ver 1 comentarios