Según un artículo reciente del Wall Street Journal, algunas comunidades en Filipinas consideran que los cotilleos son tan detestables que los han prohibido por completo.
Dejando a un lado la dificultad de imponer a la gente una normativa de este tipo, ¿la mala reputación que tienen los cotilleos está justificada?
Sí. En su forma más pura, el cotilleo es una estrategia usada por personas para promover su propia reputación e intereses a expensas de los demás. Varios estudios que he realizado confirman que los cotilleos pueden ser utilizados de manera cruel con intenciones egoístas.
Al mismo tiempo, ¿cuánta gente puede enterarse de un buen cotilleo sobre alguno de sus conocidos y no contarlo? Seguramente, cada uno de nosotros sabe lo difícil que es mantener en secreto un cotilleo jugoso sobre otra persona.
Cuando menospreciamos el cotilleo, pasamos por alto el hecho de que es una parte esencial del funcionamiento del mundo social; el lado más desagradable del cotilleo eclipsa sus ventajas y beneficios.
De hecho, el cotilleo puede ser considerado no como un defecto de personalidad, sino como una destreza social muy evolucionada. Aquellos a los que no se les da bien cotillear a menudo tienen dificultades para mantener relaciones personales y pueden sentirse marginados o con dificultades para adaptarse a un grupo.
Como criaturas sociales que somos, estamos programados para cotillear
Nos guste o no, somos descendientes de cotillas. Los psicólogos expertos en evolución creen que nuestras preocupaciones por las vidas de los demás es el resultado de un cerebro prehistórico.
Según los expertos, nuestros antepasados prehistóricos vivían en grupos relativamente pequeños y se conocían íntimamente. Para protegerse de los enemigos y sobrevivir en su arduo entorno natural, nuestros antepasados necesitaban cooperar con los miembros del grupo, pero también eran conscientes de que esos mismos compañeros del grupo eran sus principales competidores en cuanto a posibles parejas y recursos limitados.
Viviendo en tales condiciones, nuestros antepasados se enfrentaron a una serie de problemas sociales de adaptación: ¿A quién confiar? ¿Quién es un tramposo? ¿Quién sería mi mejor amigo? ¿Cómo se pueden equilibrar las amistades, las alianzas y las obligaciones familiares?
En este tipo de ambiente, tener mucha curiosidad sobre los asuntos privados de otras personas hubiera sido muy útil y habría sido favorecido por la selección natural. Aquellos individuos que sabían aprovechar su inteligencia social para interpretar, predecir e influenciar el comportamiento de los demás tenían más éxito y más opciones de sobrevivir.
Los genes de esos individuos se transmitieron de una generación a otra.
Evitar las habladurías: una forma segura de acabar en aislamiento social
Hoy en día, los buenos cotillas son miembros influyentes y populares de sus grupos sociales.
Compartir secretos hace que las personas creen vínculos entre sí y cotillear es una señal de que existe confianza: estás indicando que crees que la persona no usará esta información delicada en tu contra.
De ahí que una persona a la que se le den bien las habladurías tendrá una buena relación con una gran red de personas. Al mismo tiempo, estarán discretamente informados sobre lo que ocurre en todo el grupo.
Por otro lado, cuando alguien _no_ forma parte de, por ejemplo, el grupo de cotilleo de la empresa es un extraño, alguien en quien el grupo no confía ni acepta. Presentarse a sí mismo como un alma santurrona que se niega a participar en el cotilleo terminará siendo, en última instancia, nada más que una forma de asegurarse el aislamiento social.
En el trabajo, varios estudios han demostrado que cotillear de forma inofensiva con los compañeros de trabajo puede crear cohesión en el grupo y elevar la moral.
El cotilleo también ayuda a socializar a los recién llegados a un grupo, puesto que facilita la ambigüedad sobre las normas y los valores del grupo. En otras palabras, escuchar los juicios que la gente hace sobre el comportamiento de los demás ayuda a la nueva persona a descubrir qué cosas son aceptables y cuáles no.
El miedo a los susurros nos mantiene a raya
Por otro lado, saber que _otros_ probablemente están hablando de nosotros puede mantenernos a raya.
Entre un grupo de amigos o compañeros de trabajo, la amenaza de convertirse en el blanco de los cotilleos puede ser en realidad algo positivo: puede disuadir a los "aprovechados" y a los tramposos que pueden caer en la tentación de perder el tiempo o aprovecharse de otros.!
El biólogo Robert Trivers ha argumentado la importancia evolutiva de detectar a los _tramposos brutos_ (aquellos que no responden a actos altruistas) y a los _tramposos sutiles_ (aquellos que responden pero dan mucho menos de lo que reciben). El cotilleo puede hacer que estos aprovechados de la vida se sientan avergonzados, controlándolos.
Estudios realizados en ganaderos de California, pescadores de langosta de Maine y equipos universitarios de remo confirman que el chismorreo se utiliza en una variedad de entornos para responsabilizar a los individuos. En cada uno de estos grupos, los individuos que no cumplieron las expectativas de compartir recursos o de cumplir con sus responsabilidades se convirtieron en blanco de cotilleo y ostracismo. Esto, a su vez, los presionó para que se convirtieran en mejores miembros del grupo.
Por ejemplo, los pescadores de langostas que no respetaban las normas de grupo bien establecidas sobre cuándo y cómo se podían capturar las langostas fueron expuestos rápidamente por sus compañeros y fueron rechazados temporalmente, negándose incluso a trabajar con ellos.
El mundo del corazón nos puede ayudar de muchas maneras
La psicóloga belga Charlotte de Backer distingue entre _cotilleo para aprender estrategias_ y _cotilleo de reputación_.
Cuando los comentarios se refieren a un individuo en particular, generalmente nos interesan solo si conocemos a esa persona. Sin embargo, algunos cotilleos son interesantes sin importar de quién se trate. Este tipo de habladurías pueden incluir historias sobre situaciones de vida o muerte o hazañas de renombre y les prestamos atención porque podemos aprender estrategias que podemos aplicar a nuestras propias vidas.
De hecho, de Backer descubrió que nuestro interés por la vida de los famosos puede alimentarse de esta sed de aprender estrategias para la vida. Para bien o para mal, miramos a los famosos de la misma manera que nuestros antepasados miraban a los modelos a seguir dentro de sus tribus en busca de orientación.
En el fondo, nuestra obsesión por los famosos refleja un interés innato en las vidas de otras personas.
Desde un punto de vista evolutivo, la "fama" es un fenómeno reciente causado principalmente por la explosión de los medios de comunicación de masas en el siglo XX. Sin embargo, para nuestros antepasados la importancia social estaba en los detalles íntimos de la vida privada de _todo el mundo_, puesto que todos tenían relevancia en su pequeño mundo social.
Pero el antropólogo Jerome Barkow ha señalado que la evolución no nos preparó para distinguir entre los miembros de nuestra comunidad que tienen un verdadero efecto en nosotros y entre aquellos que solamente existen en las fotos, películas y canciones que impregnan nuestra vida cotidiana.
Hay todo tipo de revistas y portales online donde los medios de comunicación alimentan los cotilleos que imitan a los de nuestros lugares de trabajo y grupos de amigos. En cierto modo, es una forma de engañar a nuestros cerebros para que sientan una intensa familiaridad con esos famosos y hace que queramos saber incluso más acerca de ellos. Después de todo, cualquier persona que veamos tan a menudo y de la que sepamos tanto, socialmente debe ser importante para nosotros.
La familiaridad que tenemos con los famosos puede tener una función social importante: pueden ser los únicos "amigos" que tengamos en común con nuestros nuevos vecinos o compañeros de trabajo. Son piedras angulares culturales compartidas que facilitan las interacciones informales que hacen que las personas se sientan más cómodas en un nuevo entorno. Mantenerse al día con las vidas de los actores, políticos y deportistas puede hacer que una persona sea más hábil socialmente a la hora de hablar con desconocidos e incluso hacer que las nuevas relaciones prosperen.
La conclusión es que necesitamos replantearnos el papel de los cotilleos en el día a día; no hay por qué rehuirlos ni de avergonzarnos de ellos.
Un buen cotilleo implica saber trabajar en equipo y compartir información clave con otros para que no sea percibido como un acto egoísta. Se trata de saber cuándo es apropiado hablar y cuándo es mejor mantener la boca cerrada.
*Autor: Frank T. McAndrew, Knox College
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.*
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