Cada día. O dos veces al día. O una vez por la mañana, otra al mediodía y la última antes de dormir. Si crees que llamas demasiado a tu madre y no te has planteado hasta ahora por qué lo haces hemos consultado a un grupo de expertos para nos den su opinión. O nos expliquen si estás muy enmadrada, si simplemente te aburres o si necesitas de su apoyo para todo, absolutamente todo lo que haces a diario.
Recuerdo los primeros años fuera de casa. La independencia, la libertad y lo mucho que me costaba recordar que tenía que llamar a casa y hablar un ratito con mis padres.
Mi madre siempre presumió de que su hija era una despegada, no teniendo yo muy claro por qué había que presumir de algo así, pero creo que se enorgullecía de que hubiera salido a la vida y no les necesitara en absoluto para salir adelante. Me da la impresión de que para ellos era un signo de que me habían educado bien.
Pero un buen día todo eso cambio. El día que tuve a mi primera hija.
De repente me sentí perdida, desubicada y sí, por qué no reconocerlo, bastante inútil. Lo peor: el médico me diagnosticó depresión post-parto y me recomendó que no me pasara el día sola, que por mi profesión estaba acostumbrada a moverme mucho y a estar con mucha gente diferente y que pasar a estar todo el día en casa con un bebé estaba perjudicándome. Que acudiera a alguien.
Y acudí a ella. A mi madre. Y me salvó. Y pasé de no llamar en absoluto a llamar cada día, a primera hora de la mañana para hacerle un resumen de cómo me había ido la noche con el bebé, de lo que sentía o me preocupaba.
Y cuando los meses pasaron y mi hija empezó a crecer, todo se volvió mucho más fácil, pero yo seguí llamando a mi madre continuamente. A veces ni siquiera tenía nada nuevo que contarle. Pero con ese nada podíamos estar pegando la hebra media hora larga.
"Ya he hecho las camas". "¿Cómo cocinarías tú el pollo?". "Ayer vi a mi amiga Bea". "No, nunca me haría rastras".
Nuestras conversaciones son así de trascendentales. O más. Podemos hablar de la vida, de la muerte, de a cuánto está la merluza. De lo mucho que nos aburre la última serie de moda y que no entendemos por qué ha triunfado.
No soy la única. Muchas de las mujeres que conozco llaman a su madre a diario. Algunas varias veces. Aunque se hayan visto ese mismo día. No hace falta vivir en otra punta del país o de una gran ciudad para necesitar oír su voz. No hace falta ni siquiera hablar o informar de algo importante. Simplemente necesitan oír sus voces, compartir un pensamiento difuso, sentir su compañía mientras van camino del trabajo o antes de acostarse.
No hace falta ser madre para sentir la necesidad de hablar con la tuya. También les pasa a mis amigas sin niños, también les pasa a las solteras. Y a muchos amigos de todo tipo, independientemente de su estado civil, edad o sexo.
¿Una costumbre o pura necesidad?
Para intentar encontrar una explicación a estas llamadas hemos consultado a dos expertos: Maribel Moreno, psicóloga clínica y psicoterapeuta sistémica y Francisco Herrera, médico y psicoterapeuta sistémico del centro Mapa Sistémico, expertos en psicoterapia individual, familiar y de pareja.
Para ambos expertos existen distintas motivaciones que influyen en determinar la frecuencia y el contenido en la comunicación madre-hija, elementos que definen la funcionalidad o disfuncionalidad en esta comunicación.
"No debemos olvidar nunca que las relaciones humanas son bidireccionales, es decir, ambos sujetos son corresponsables a la hora de definir dicha relación", nos advierten. "Por tanto, no podemos “cargar las tintas” en una de las partes, pues la otra también está aceptando ese modelo relacional".
Hay muchas razones por las que llamar demasiado a tu madre
Maribel Moreno y Francisco Herrera hacen hincapié en una serie de elementos disfuncionales que deberíamos tener presentes:
1) La rigidez de un modelo cultural aprendido que no se cuestiona: “es así como debe ser”.
2) Por otro lado, la dificultad en la autonomía: sin la validación de la otra persona no estoy segura de lo acertado de mi criterio
3) La interferencia en otras relaciones familiares: el contenido de los mensajes va dirigido a determinar cómo debo comportarme con otros miembros de la familia o cómo debes posicionarte ante un conflicto familiar. :”Deberías llamar más a tu hermano”, “Lo que tú tienes que decirle es...”
4) No existe un respeto por los límites jerárquicos: cuando nos olvidamos de que somos madre e hija y nos contamos cosas que son más de amigas: ligues, vida sexual...
5) Y por último pero no menos importante, la sobreprotección: cuando las llamadas se deben a un exceso de preocupación por la salud de la otra persona, por su cumplimiento de tareas... “¿Te has tomado la pastilla?”. Esto tiene un punto de lógica pero falla por el exceso.
Tu experto de confianza al otro lado de la línea
Sí, porque nuestros expertos de Mapa Sistémico también incluyen un listado de elementos funcionales a tener en cuenta. Por un lado, la importancia del ciclo vital. En algunas etapas del ciclo, como durante la adolescencia, necesitaremos más independencia que en otras en las que se refuerza de nuevo el vínculo, como cuando aparecen los nietos y sentimos un deseo de hacer partícipes a los abuelos de sus progresos.
Por otro lado, que exista de por sí un buen vínculo afectivo. Según Francisco Herrera y Maribel Moreno si hablamos con amigos muy a menudo, ¿por qué no hacerlo con nuestras madres, a la que queremos tanto?
También hacen especial hincapié en la cuestión cultural: "cada familia tiene sus propios modelos de comunicación y dónde está el parámetro de lo normal y lo disfuncional", apuntan. "Siempre que sintamos que no hay demasiados elementos disfuncionales de los enumerados previamente, relajémonos y disfrutemos de una buena relación familiar".
Para muchos de nosotros llamar muchas veces a lo largo del día a nuestra madre es cuestión de pedir consejo a alguien que ya ha pasado anteriormente por lo mismo que nosotros. "Se trata de un elemento funcional conocido como Identificación de rol", nos explican nuestros expertos, "al independizarnos, convertirnos en padres, etc. vamos tomando a nuestras propias madres como modelo válido al que consultar nuestras decisiones y comunicar los avances".
Cuando llamas para evitar el conflicto
También puede que te pase como a mi amiga Alba, una mujer joven y locamente independiente, parte de una familia un poco loca y desarraigada en la que las reuniones familiares no se fomentan mucho, pero en la que te puedes jugar la herencia si no llamas a diario. "La última vez que le saqué a mi madre el tema «Estoy harta de llamarte a diario, capítulo 2390310», me soltó la siguiente perla: Un día voy a morir y, como no me llames, me van a encontrar los vecinos devorada por tu hermano". Con "tu hermano" mi amiga Alba se estaba refiriendo a su perro.
Precisamente entre los elementos disfuncionales que nos comentaban anteriormente nuestros expertos también está el del reproche, el que nos encontramos en casos como el de Alba.
- "El no cumplimiento de un modelo cultural aprendido va cargado de mensajes culpabilizadores por la otra parte que generan emociones negativas hacia mí misma"*, señalan refiriéndose al reproche Francisco Herrera y Maribel Moreno.
Cuando sólo necesitas una oreja amiga
Para mí muchas veces llamar a mi madre es una especie de diálogo interior pero verbalmente sonoro, donde expongo mis problemas, dudas o reflexiones en voz alta, sin esperar a que la persona que me escucha haga otra cosa distinta a escucharme. En el fondo no la estoy pidiendo consejo ni opinión. ¡Y ay de ella cómo me diga lo que opina...! Necesito que esté ahí aunque no saque nada del asunto. Voy a tener que preguntar a los expertos si lo mío es funcional o disfuncional.
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