Dicen los estudiosos en Psicolingüística que un humano medio puede llegar a cometer hasta 22 lapsus lingüísticos por día y que ninguno de nosotros (insistimos, NINGUNO) estamos libre de pecado. Aunque a veces uno empieza a plantearse, y que esto quede entre nosotros, que nuestros políticos son auténticos expertos en pifiarla cada vez que hablan.
Recordemos ese famoso viral que protagonizó el expresidente Zapatero allá por el 2009 y que nos proporcionó momentos de mucha risa con los amigos:
“Por lo tanto hemos hecho un acuerdo para estimular, para favorecer, para follar…”. OH. MY. GOD. ¡Imposible de olvidar! En fin… todos comemos cometemos algún tropezón al hablar. La cuestión es si estos patinazos verbales son meros accidentes lingüísticos no intencionados o esconden un mensaje oculto difícil (o no) de descifrar.
Lapsus freudianos: “Soy muy aficionado a la pornografía, ¡perdón!, a la fotografía"
El primero en analizar dichos deslices verbales fue Sigmund Freud (1856-1939). Para el padre del psicoanálisis resultaba evidente que los errores de la lengua no eran fortuitos; al contrario, desvelaban la verdad que escondían sus pacientes en la mente. Para que lo entiendas mejor, decía algo así como que el inconsciente, algo canalla, derribaba las barreras de la autocensura para burlar al estado consciente y poner de manifiesto con la palabra equivocada nuestros deseos más profundos y reprimidos.
Posteriormente al psicoanálisis, psicólogos y neurólogos especializados en el procesamiento del Lenguaje han ofrecido teorías que dejaban en entredicho la supuesta intencionalidad freudiana de los lapsus lingüísticos. Un siglo después, vuelven a la palestra sus teorías con un nuevo estudio experimental realizado por los psicólogos Motley y Baars del Instituto Neurocientífico en California.
Sexo, electroshock y una experimentadora cañón
El objetivo de Motley y Baars era estudiar los efectos cognitivos del lapsus linguae freudiano en laboratorio. Para conseguirlo, formaron tres grupos experimentales de hombres heterosexuales: dos de ellos dirigidos por un profesor de mediana edad y un tercero, por una ayudante muy atractiva enfundada en una minifalda provocativa y una blusa trasparente.
A los participantes se les pidió leer rápidamente pares de palabras, todas ellas muy parecidas fonéticamente y propicias para cometer errores de pronunciación (back-mud, bat-much y mad-bug).
¿Qué descubrieron? (Freud sonreiría de orgullo). Como ya supones, los sujetos experimentales dirigidos por la ayudante sexy cometieron más errores semánticos de carácter sexual que los tutelados por el profesor mayor. Por poner un ejemplo, confundieron el binomio past fashion con fast passion. (Glups).
Mientras tanto, a los miembros del tercer grupo experimental les colocaron electrodos en los dedos y el profesor les explicó previamente que si cometían errores al reproducir la lista recibirían una descarga eléctrica. Por supuesto, esto no sucedería ni sucedió en ningún caso. Los deslices lingüísticos cometidos por estos individuos reflejaban claramente su miedo a ser electrocutados: por ejemplo, interpretaron shad-bock como bad-shock.
Conclusión: aquellos que sufrían mayor estrés sexual cometían errores lingüísticos relacionados con este campo semántico, al igual que los deslices verbales del tercer grupo estaban relacionados con el pánico a ser electrocutados.
¿Cuáles son las verdaderas causas de los lapsus verbales cotidianos?
Según Motley, mientras hablamos nuestro cerebro a su vez prepara las palabras relevantes que podríamos necesitar en el discurso. En un momento de estrés, como en el caso de los hombres de el estudio, estás podrían aflorar de manera automática y reveladora. En resumen: sufriríamos algo parecido a** un cortocircuito o interferencia** en el procesamiento del lenguaje que nos induciría directamente a cometer un error.
Paloma Tejeda Navalón, Psicóloga y Logoterapeuta del centro clínico CINTECO asegura que “gran parte de los enunciados verbales en los que se comete un lapsus o error de habla se deben a que el emisor habla con rapidez y sin prestar demasiada atención a lo que dice en la conversación; también influyen aspectos psicológicos y ambientales, dependiendo de la situación en la que se encuentra la persona, si le causa tensión, estrés o miedo a equivocarse o a ser observado y los interlocutores con los que interactúa”.
En el caso del estudio anteriormente mencionado, todas estas variables estaban presentes en el aula de laboratorio, así que lo raro hubiera sido la ausencia de patinazos verbales.
¿Por qué la lengua nos patina a todos? (¡Atentos, políticos!)
Las dificultades con la atención, la fatiga, el estrés y la motivación son algunas de las razones que explicarían por qué tenemos días que somos incapaces de pronunciar un discurso sin meter la pata (¿cierto, políticos del mundo?).
“El factor de edad también es relevante”, añade la especialista en Psicología del Lenguaje. “Las personas mayores tienden a cometer más lapsus lingüísticos como consecuencia de la falta de evocación y de pérdida de memoria y de falta de inhibición, dentro de parámetros evolutivos normales”.
También nuestro dominio de la lengua es un factor determinante a la hora de cometer más o menos tropiezos lingüísticos. “Aquellas con menor dominio suelen tener más lapsus o errores espontáneos en el habla, menor facilidad para encontrar las palabras y recuperarlas en la memoria o dificultad para inhibir todas aquellas otras palabras que afloran de forma automática y que no paramos a pensar si son correctas o no”, nos explica Tejada.
Soluciones para evitar tropiezos verbales
¿Qué recomiendan los profesores a sus alumnos para que mejoren su expresión oral y escrita y gocen de mayor vocabulario? Efectivamente, leer a diario. Pues bien, este consejo también se aplica a todos los adultos y, en concreto, a aquellos con un manejo precario del idioma.
También, el entrenamiento cerebral resulta fundamental para estimular los centros del lenguaje. Véase, tratar de memorizar palabras para luego evocarlas, inventar nuestras propias reglas mnemotécnicas o crear listas de familias de palabras y derivadas favorecen el desarrollo de nuestras capacidades lingüísticas.
Si la causa habitual de los lapsus verbales es el estrés o la aparición de pensamientos intensivos, puede resultar de gran ayuda imponerse a uno mismo hablar más despacio: realizar las debidas pausas permite a nuestro cerebro elegir las palabras relevantes y en su orden correcto.
También, a la hora de hablar en público nos ayudará a mejorar nuestra oratoria y controlar la ansiedad:
-los ensayos anticipados frente al espejo.
-grabarse en video o audio para después autoevaluarse y corregir posibles errores.
-y utilizar como apoyo las tarjetas de discurso (nunca folios). Al pasar de tarjeta a tarjeta nos obligamos a hacer una pequeña pausa que nos evita hablar a la carrera (error típico inducido por la tensión generada por la situación) y permitir que nuestro cerebro reorganice los pensamientos.
Como ves, la función cerebral del lenguaje y, en especial, los lapsus verbales no siempre responden a un mensaje encubierto. De todos modos, si no queremos cumplir el dicho famoso de por la boca muere el pez trataremos de pensar antes de hablar. Y si metemos la lengua pata hasta el fondo, no nos queda otra que asumir que el que tiene boca, se equivoca.
Fotos: pixabay
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