Así que has decidido vivir en un pueblo. Bien por ti: más aire puro, románticos paseos los fines de semana, alimentos saludables y mucha tranquilidad. Lo malo es que muchas veces tu trabajo está en la gran ciudad y los trayectos se hacen eternos, como si estuvieras peregrinando a Santiago. Y más si eliges (¡bien por ti!) hacerlo en transporte público. Que sí, que es lo mejor para el medio ambiente y para todos, pero también tiene sus inconvenientes. Y hay que estar preparada para enfrentarse a ellos.
1.- Los mortales madrugones.
No tendrás más remedio que levantarte cuando todavía no han puesto las calles si quieres llegar al centro de la ciudad. Nada que ver con tus afortunados compañeros de oficina que viven a un tiro de piedra y que se tienen que dejar rodar calle abajo para llegar a su hora.
2.- En consecuencia, te tienes que acostar con las gallinas.
Sí, se acabó lo de quedarse hasta las tantas viendo tu serie favorita o lo de tomar algo un juernes con tus compañeros. Te sentirás como la Cenicienta… o como una pobre pringada que tiene que pillar el último tren que sale a las once.
3.- Los largos trayectos son la oportunidad perfecta para recuperar el sueño perdido.
Eres como una vieja colándose en la cola del supermercado. Has perdido toda vergüenza y no te importa si roncas, refunfuñas, babeas… Esos minutos de sueño son demasiado preciosos como para desperdiciarlos con preocupaciones.
4.- Nada te pone más furiosa que una subida general de las tarifas.
A no ser que te estén cobrando el ejercicio que haces por cada escalera mecánica rota (como una cuota del gimnasio) y por las muchas toxinas que pierdes a través del sudor cada vez que no hay aire acondicionado.
5.- Cuando algo falla, el servicio alternativo de autobuses es la peor de tus pesadillas.
Porque es lento. Leeento. Leeeeeennntísimo. Y todo el mundo está de mal humor porque llega tarde al trabajo. Pero si están de buen humor, puede ser mucho peor. Puede que empiecen a cantar Carrascal, Carrascal.
6.- En ocasiones, te sientes como La chica del tren.
Te conoces las caras de todo el mundo, de los conductores, del revisor, de los otros pasajeros… Y empiezas a montarte historias en tu cabeza sobre las vidas que llevan. De ahí a investigar un misterio hay nada.
7.- Tienes un asiento favorito.
Y te sientes fatal cuando alguien tiene la osadía de sentarse en tu sitio. Sagrado. Eres capaz de no sentarte justo en el de enfrente y quedártele mirando con cara de pena hasta que se dé cuenta del terrible error que está cometiendo.
8.- Es el lugar perfecto para perderte en un buen libro.
O en el último capítulo de tu serie favorita. Y también la mejor manera para olvidarte de la jornada de trabajo que se te viene encima o de ese olor tan raro que flota en el ambiente.
9.- Y lo mejor de todo, cuando llegas a casa puedes disfrutar de la tranquilidad de vivir en las afueras. Sin ruidos. Sin contaminación.
En Trendencias|Propósito de año nuevo: aprovechar el tiempo en el transporte público