Existe un concepto que parece que a día de hoy aplicamos poco y que se llama pensamiento crítico. La mayoría de los expertos lo vinculan a procesos de análisis y razonamiento, algunos al cuestionamiento, evaluación y toma de decisiones. En su definición, el pensamiento crítico es la capacidad para analizar y evaluar la información existente respecto a un tema, para esclarecer la veracidad de dicha información e ignorando así posibles sesgos externos. Es decir, intentamos distinguir la realidad de lo que otros nos dicen y percibimos a partir del análisis y usando diferentes razonamientos.
No es algo nuevo. Aunque fue el filósofo Max Black a quien se le atribuye el término en 1946, su origen se remonta a la antigua Grecia con Sócrates y su mayéutica, Platón y su dialéctica, Aristóteles y su retórica. Sin embargo, hay algo llamado “efecto Google” que va en contra de ese pensamiento crítico y que nos puede hacer caer en una trampa psicológica muy común.
El “efecto Google” y la Generación Z
A nivel psicológico, el “efecto Google” se describe como un fenómeno por el cual el rendimiento de la memoria de las personas es más pobre para la información que es fácilmente accesible que para la información que requiere más esfuerzo para obtenerla, como explicaba la Dra. Eva Krockow en Psychology Today. Como tengo acceso fácil, mi cerebro no intenta retener esa información.
Depender demasiado de Google y dar por sentado además que el primer enlace que nos parece es un axioma, sin profundizar en la credibilidad de la fuente o en la veracidad del contenido consumido, es algo que está terminando con nuestro pensamiento crítico. El primer resultado no tiene por qué ser el más preciso. De hecho Google está repleto de fake news capaces de hacernos creer en pleno 2024 que la tierra es plana o que Biden ha intentado sentarse en una silla inexistente.
La Generación Z es una generación muy online. De hecho los expertos aseguran que existe una mayor susceptibilidad de los jóvenes a la desinformación promovida por la “sobrecarga de información”. A medida que aumenta la cantidad de información disponible, puede ser también más difícil discernir la realidad de la ficción. Más de la mitad de los miembros de la Generación Z se nutren de las noticias directamente de las redes sociales, y es más probable que las generaciones más jóvenes crean en influencers por encima de otras fuentes de información.
No se trata de demonizar Google, esto no va de extremos. Google es una herramienta útil, pero cualquier herramienta queremos que nos ayude, no que nos anule. Más aún si hablamos de pensamiento. Se trata de usar esa herramienta con sentido común, ya que de no hacerlo y caer en el “efecto Google”, estaremos alimentando el sesgo de disponibilidad.
La trampa en la Google nos hace caer: el sesgo de disponibilidad
Pensar es complejo. En todos los sentidos. Por eso el cerebro usa atajos mentales, determinados procesos cognitivos que nos sirven para juzgar e interpretar la realidad de una forma rápida. Por ejemplo, según Amos Tversky y Daniel Kahneman, pioneros en la investigación del comportamiento, algunos acontecimientos parecen más frecuentes en nuestra memoria de lo que realmente son en la vida real. Esos atajos que toma el cerebro, pueden provocar que tomemos malas decisiones y nos equivoquemos.
El “efecto Google” alimenta esos atajos y puede provocar que nos equivoquemos y caigamos en sesgos cognitivos como el sesgo de disponibilidad, también llamado “heurística de la disponibilidad”. Es la tendencia a juzgar la frecuencia o la probabilidad de un acontecimiento en términos de lo fácil que es pensar en ejemplos relacionados con el mismo, es decir describe nuestra tendencia a utilizar la información que nos viene a la mente de forma rápida y sencilla al tomar decisiones sobre el futuro.
La falta de información contrastada provoca que nuestra mente se vea influenciada por este tipo de sesgos, como explica la psicóloga Cynthia Borja en The Decision Lab, un proyecto en el que diferentes expertos estudian cómo las personas toman decisiones. “Si no aplicas una lente realmente crítica y te aseguras de verificar más de una fuente, lo único que estás haciendo es obtener información sesgada desde una perspectiva”, explica, en este caso, la de Google y los primeros resultados que aparecen.
La heurística de disponibilidad nos puede llevar a tomar malas decisiones porque los recuerdos que se recuerdan fácilmente a menudo son insuficientes para determinar la probabilidad de que estas cosas vuelvan a suceder. Además, nuestra sobreestimación nos deja con información de baja calidad para formar la base de nuestras decisiones. Mientras tanto, los acontecimientos menos memorables que contienen evidencia de mejor calidad para informar nuestras predicciones permanecen intactos. Y todo eso hace que nos equivoquemos.
Cómo frenar el sesgo de disponibilidad
“Reconocer la heurística de la disponibilidad nos obliga a reexaminar lo que alguna vez consideramos cierto sobre la toma de decisiones”, explica. Para frenar ese sesgo de disponibilidad, es recomendable recuperar ese pensamiento crítico y consultar no solo una fuente de información, sino varias y de medios u organizaciones contrastadas y que nos permitan tener una imagen más ampliada.
Para conseguir detectar la información errónea puedes practicar la lectura lateral, por ejemplo, que consiste en intentar verificar la información que lee abriendo nuevas pestañas para buscar evidencia de respaldo y detalles en el sitio web donde se publicó la información original. No te quedas en la superficie, sino que buceas un poco más para contrastarlo. No te quedas con el medio que te dice que eso es así, si no lo respalda nada.
Además, si estamos hablando de temas para los que es necesario desarrollar un pensamiento crítico, como puede ser la política, no te quedes solo ahí e investiga. Todavía hay formas de encontrar información que tal vez no estén envenenadas por el algoritmo que tienes en Google. Los libros son un buen comienzo.
Fotos | Mariya Tarakhnenko en Unsplash, Moses Vega en Unsplash, Mike Von en Unsplash, Domenico Loia en Unsplash
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