Hace poco leí una entrevista al filósofo y ensayista Jorge Freire en la que aseguraba que los estoicos dieron con la fórmula de la felicidad. En La Vanguardia, reivindicaba “la vigencia del estoicismo”. También llegué de rebote a un artículo de El País en el que el periodista Jaime Rubio Hancock aseguraba que “el éxito de los libros sobre estoicisimo responde a la búsqueda de valores en un contexto en el que sentimos que no tenemos control sobre nuestras vidas”. Está claro que el estoicismo está de moda.
El estoicismo es, para quien aún no lo sepa, una escuela filosófica a principios del siglo III a. C. en la Antigua Grecia y que se basa en la racionalidad. Ahora es una filosofía con más de 2.000 años que ha vuelto a la palestra como un antídoto contra las dificultades de la vida contemporánea. Y es que como nos pasaba con los espartanos, hay mucho que podemos usar a día de hoy si lo adaptamos bien, y que la psicología avala.
En las enseñanzas de Marco Aurelio, Séneca y Epicteto, los tres estoicos más conocidos, hay algunas herramientas prácticas para gestionar las emociones, encontrar un propósito o desarrollar la resiliencia. El estoicismo bien entendido puede desarrollar la inteligencia emocional. Por ejemplo, entender y poner en práctica la esencia misma de esta filosofía es algo que puede aportarnos mucho: acepta aquello que no puedes cambiar y céntrate en lo que sí está en tus manos.
Enfócate en aquello que está bajo tu control
A nivel psicológico, esta afirmación clave en el estoicismo se basa en varios conceptos. El primero de ellos es el locus de control. El psicólogo Julian Rotter expuso en ‘Social Learning and Clinical Psychology’ el locus de control como un rasgo de personalidad que hace referencia al lugar o situación en el que un sujeto se encuentra en función de obtener una recompensa o reforzador. Es decir, la creencia nuestra capacidad de ejercer control sobre una situación. Con el locus interno creemos que tenemos un control absoluto sobre lo que nos pasa, y con el locus externo creemos que aquello que domina nuestra vida está fuera, en las circunstancias o en otras personas. Lo normal es tener una oscilación entre ambas, pero los estoicos promueven un mayor desarrollo de un locus de control interno al enfocarse en lo que podemos controlar: nuestros pensamientos, emociones y acciones.

La aceptación es el segundo concepto en el que se basaría. Carl G. Jung afirmaba que ”Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”. La aceptación es la capacidad para asumir la vida. Con todo. Es aceptar la realidad con sus experiencias buenas y malas sin intentar cambiar o luchar contra aquello que no podemos controlar. “Es un proceso de tolerancia y de adaptación y no de lucha”, como afirman los expertos. Nos ayuda a ser más resilientes y nos permite una mejor gestión emocional porque a nivel psicológico la aceptación implica también reconocer y experimentar las emociones sin juzgarlas ni intentar cambiarlas. Si volvemos al estoicismo, aceptar aquellas situaciones que no podemos cambiar puede reducir el estrés y la ansiedad asociados con la resistencia a la realidad.
Cuando nos centramos en aquello que está en nuestras manos, prestamos atención al presente sin juzgarlo lo que reduce nuestra ansiedad y preocupación por el futuro y nos da la oportunidad de disminuir también el arrepentimiento por el pasado. Esto, psicológicamente hablando, tiene numerosos beneficios que van desde una reducción del estrés y la ansiedad, un aumento de nuestra resiliencia, una mejora de las relaciones o un aumento de la felicidad y el bienestar. ¿Es la panacea? No, ni mucho menos. Pero es una ayudita que no viene nada mal. Ni el pasado, ni el tiempo, ni las acciones ni decisiones de los demás son controlables. Dejar de intentar hacerlo es un primer paso estupendo para empezar a sentirte más feliz y desarrollar tu inteligencia emocional, seas o no estoico.
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