Estás en casa tranquilamente tomándote un té caliente y viendo tu serie favorita cuando tus amigas te dicen que te vayas con ellas a tomar algo. Tú solo quieres acurrucarte y pasar la tarde a solas, pero terminas saliendo aunque no te apetezca nada. Otro ejemplo. Un compañero te dice que necesita ayuda con un proyecto. Tú estás desbordada, con tanto trabajo que no sabes siquiera si vas a terminarlo a tiempo. Sin embargo, cuando te quieres dar cuenta la frase “sí, claro” ha salido de tu boca. Podrías haber dicho que no, pero te daba miedo hacerlo. ¿Y si me rechazan? ¿Y si se enfadan?
Manuel J. Smith nos deja claro en su libro ‘Cuando digo NO, me siento culpable’ que “decir 'no' sin sentir culpa es uno de los derechos que todos poseemos a la hora de comunicarnos”, se nos oliva. Me incluyo. Sin embargo, vamos a demostrarte como esa sencilla palabrita de dos letras es la llave para ser más felices en cualquier ámbito de nuestra vida.
Decir que "no", te hará libre (y feliz)
Cuando hablamos de decir que no, no significa que tengamos que decirlo siempre y en bucle. Significa que tenemos que evitar decir que sí cuando en realidad queremos decir que no. Decir que no a tus amigas cuando no quieres salir. Decir que no a tu compañero cuando no puedes abarcar más trabajo.
Tal y como explica el conocido experto James Clear en su libro ‘Hábitos atómicos’, las personas inteligentes han desarrollado la habilidad de decir no porque conocen el verdadero valor del no y “son conscientes de que decir no es una decisión y que decir sí es una responsabilidad", y lo más importante, conocen el verdadero valor de su libertad. El experto afirma que "Accedemos a muchas peticiones no porque queramos hacerlas, sino porque no queremos que nos vean como groseros, arrogantes o inútiles. Muchas veces, tenemos que decir que no a alguien con quien volverás a relacionarte más tarde", y eso nos echa para atrás. Y ahí es donde entra en juego nuestra autoestima.
Walter Riso explicaba en su libro ‘El derecho a decir no’, que también forma parte de nuestra autoestima. “Además de autoconcepto, autoimagen, autoestima y autoeficacia, hay que dar espacio al autorrespeto, la ética personal que separa lo negociable de lo no negociable, el punto de no retorno”. Cuando decimos que no, estamos trabajando también en nuestra autoestima porque seremos más capaces de poner límites y respetarlos. Estamos valorando nuestro tiempo y poniéndolo por encima del del resto de gente.
En lo que al ámbito laboral se refiere, una de las secciones de nuestra vida en la que más puede costarnos el “no”, la experta en comunicación Jessica Chen explica en su libro ‘Smart, not loud’ que en el proceso de decir siempre que sí, “sacrificamos nuestro tiempo y asumimos trabajos que realmente no nos ayudan”. La única forma de tener éxito es aprender a decir que no, porque, parafraseando al economista Tim Harford “cada vez que decimos que sí a una solicitud, también estamos diciendo que no a cualquier otra cosa que podamos lograr con el tiempo”. Es decir, renunciamos a otras cosas por decir que sí. Efectivamente, si queremos progresar laboralmente hablando, tendremos que aprender a negarnos.
En el trabajo, cuando damos una negativa con asertividad y respeto, estamos mejorando nuestra productividad y evitando la sobrecarga de trabajo, el estrés y en última instancia, la ansiedad. Es más, las personas más inteligentes consiguen equilibrar productividad y felicidad solo usando esta palabra según Clear. Los síes excesivos, ese people pleasing que nos persigue, lo único que consigue es sobrecargarnos de trabajo innecesariamente.
Cómo decir que “no” si me cuesta hacerlo
Podemos usar el método TEF que propone Chen para decir que no de una forma sencilla y directa, o la técnica del sándwich de la que te hablábamos aquí. Phoebe Buffet decía que no con una coletilla que dejaba claras sus preferencias “me encantaría pero no me apetece”, pero no somos ella (ojalá).
Existe otra fórmula para decir que no sin sentirnos tan mal, según la experta Diane Solomon. Ella asegura que podemos bordear el “no” si nos da miedo usando un “me encantaría, pero me es imposible” y si nos sentimos valientes, decir que no pero escondiéndolo en la frase “me encantaría, pero no puedo”. De esta forma podemos empezar a sentirnos algo más cómodas al negarnos, aunque te aseguro que dominar el bello arte del “no”, no es un imposible y cuando lo hagas, tu bienestar y tu felicidad te darán las gracias.
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