Lo he visto innumerables veces, entre mis amigas, entre compañeros de trabajo, en mis círculos cercanos e, incluso, en mi propia vida: dos personas que se quieren, que llevan muchos años juntos, pero que ya no están en el mismo punto.
No solo eso, sino que tampoco quieren las mismas cosas. A veces por miedo a las consecuencias, por no abrir esa conversación o por comodidad fingimos no verlo y seguimos aguantando, pero la realidad es que algún momento los diferentes deseos tienen que hablarse.
Crecer en direcciones opuestas
Iniciar una relación en la adolescencia es una de las cosas más emocionantes que se puede vivir. Por mucho que lo intentemos, nunca vivimos las cosas con la misma intensidad que cuando tenemos 15 años y nos estamos enamorando por primera vez.
Es una época en la que ni una misma sabe lo que quiere o va a querer en el futuro y, además, tampoco piensa mucho en ello. ¿Para qué hablar en ese momento de vuestras expectativas a largo plazo si no tenéis nada claro y lo que estáis viviendo es maravilloso?
Con los años, el paso del tiempo y las experiencias vividas, vamos creciendo y cambiando. Algunas parejas con suerte crecen en la misma dirección y en todo momento crean las mismas expectativas de futuro y se ven en el mismo sitio a cinco o 10 años vista. Sin embargo, esto no es así para todo el mundo.
En ocasiones, y aunque no lo queramos, crecemos en direcciones opuestas y cada uno de nosotros tiene unas metas, unos intereses y unos deseos diferentes que no siempre coinciden. En la veintena nos encontramos dejando pasar esas diferencias, porque todavía es pronto, nada es firme, os queréis y uno de los dos todavía puede cambiar.
Pero el tiempo pasa y a pesar de que os seguís queriendo, y de que lleváis tanto tiempo el uno en la vida del otro que no imagináis una vida en la que no os tengáis, la realidad es que ya no podéis seguir negando y posponiendo el hecho de que no estáis en el mismo punto, no queréis las mismas cosas y, probablemente, nunca las querréis. ¿Qué hacer cuando, tras quince años queriéndoos, uno de los dos quiere casarse, tener hijos, comprar un piso, meterse en una hipoteca o mudarse a otra ciudad y el otro no?
Cómo afrontar que ya no estamos en el mismo punto
Este tipo de situación es una de las más difíciles de afrontar para cualquier pareja y saber qué decisión tomar puede ser muy complicado.
Sé honesta contigo misma
A veces, por evitar esta situación, por no tener que tomar una decisión y por no precipitar las consecuencias, no somos honestas con nuestros deseos. Decir que estás segura de que quieres o no quieres tener hijos, si tu pareja quiere lo contrario, puede ser algo sin retorno. Por eso decimos que no estamos seguras, que tal vez más adelante...
El primer paso es ser honestas de verdad con lo que queremos de una vez por todas. Dedica tiempo real a pensar en lo que tú quieres, en las cosas sin las que puedes vivir, en las cosas en las que podrías ceder, en las cosas que sabes seguro que no quieres, etc. Mentirte a ti misma puede provocar que acabes viviendo cosas que te harán sentir insatisfecha.
Sé honesta con tu pareja
En estos casos lo mejor que podemos hacer es hablar claramente, y sin tapujos, sobre lo que realmente queremos y que nuestra pareja haga lo mismo. Si quieres irte a vivir a otra ciudad, si no quieres tener hijos, si siempre te has visto casada en cierto momento y no quieres renunciar a ello, dilo.
Solo de esta manera podréis saber lo que piensa el otro de verdad. Las cosas en las que podéis ceder, cuáles son vuestras líneas rojas y lo que podéis o no superar. Alargar esta conversación solo va a acabar generando conflicto, dolor e insatisfacción.
Toma una decisión que mantenga la coherencia con tus planes de vida y tus deseos
Ante una situación tan difícil es posible que acabemos aceptando y cediendo ante los planes y los proyectos de la otra persona solo por no perderla. A largo plazo, no es la mejor opción. Lo más importante ante una situación de este estilo es que la decisión que tomes sea coherente con los proyectos de vida que tienes, pero también con las cosas que no quieres perderte, las vivencias que quieres tener, o las cosas que realmente no son tan importantes y puedes vivir sin ellas.
En mi caso, me gustaría casarme y quiero tener hijos. En un mundo ideal, también me gustaría poder vivir cerca de mi familia. Sin embargo, he trabajado en mis líneas rojas y en las cosas que podría ceder y ahora sé que podría renunciar a casarme, si mi pareja no quisiera hacerlo, y no me supone tanta dificultad vivir lejos de mis padres. Sin embargo, no podría renunciar a tener hijos y esa es mi línea roja. Y las decisiones que he tomado, y que tomaré en el futuro, han sido coherentes con estos hechos.
Si, por el contrario, aceptamos ceder en nuestras líneas rojas - por no perder a la otra persona - lo más posible es que a largo plazo sea motivo de conflicto en la pareja y de insatisfacción para nosotros.
Imágenes | La La Land