Un día de estos una conocida mía, Nazaret, compartió en Twitter sus observaciones acerca de cómo iba cambiando la imagen de Brad Pitt a la medida que él iba cambiando de novia. De hecho hizo un recopilatorio de sus looks comparándolos con los de sus parejas.
La perspicacia de Nazaret nos hizo gracia y nos hemos reído mucho. Tanto que hemos llamado “pobre pringado” a Pitt. Ya me entiendes, es fácil meterse con los famosos. Pero como bien se sabe, los famosos son personas como tú o como yo, así que no es de extrañar que muchos pudiéramos sentirnos identificados con el comportamiento de Brad. Y no me refiero a cambiar de aspecto, que también.
Júrame que tú jamás has modificado tu forma de ser para sentirte más afín a un hombre que te encanta. Sí, tú que estás leyendo esto y lo estás negando rotundamente: cierra los ojos, haz memoria y atrévete a negarlo de nuevo.
Estoy convencida de que al menos el 80% de las personas han modificado (aunque sea un poco) su forma de ser para agradarle más a alguien. Y, por si fuera poco, también han cogido prestadas sus aficiones y algunos de sus pensamientos. No me atrevería a decir que es algo del todo negativo. Yo, por ejemplo, he descubierto mi pasión por el diseño a través de uno de mis ex. Jamás me habría imaginado aficionándome a los muebles por mí misma. Otro de mis ex me descubrió a muchos de mis artistas favoritos de ahora. Ya no hablo de las buenas costumbres que he cogido prestadas a algunos de ellos. Al final, cuando pasas tanto tiempo con una persona es inevitable que te parezcas en algo a ella.
Ahora bien, también he sido testigo de cambios no tan positivos tanto en mi como en mis amigas única y exclusivamente porque sus novios las querían, pero con ciertas “mejoras”. Unos “updates” forzados, unas exigencias pseudo-impuestas.
Decían que las querían y por eso deseaban que ellas estuvieran más guapas, que fueran más inteligentes, más cultas o más educadas. Así, a priori, puede parecer una preocupación cualquiera. Pero una cosa es sugerirle a una persona que vea una película; otra, exigirle que sea cinéfila. Una cosa es preocuparte porque tu pareja no come sano, otra, insinuar que tiene muslos demasiado anchos. Una cosa es ayudarle a ser más valiente, otra, reírse de su cobardía.
Y así en todo.
Lo cierto es que la línea que separa la sugerencia de la exigencia es tan transparente que apenas se ve, es tan fina que con una pizca de egocentrismo se borra, y es tan mal pintada que no sirve de separación ante un maltrato psicológico.
Está claro que no todos los “consejeros” son maltratadores. Incluso no todos los que acaban con tu autoestima lo son. Mi amiga psicóloga siempre me ha dicho que la diferencia está en la consciencia de la maldad del acto. Es decir, cualquier persona que intenta cambiarte es manipuladora, pero no todos los manipuladores son maltratadores. Sólo un manipulador que es consciente de que lo que está haciendo está mal, lo es.
Porque fíjate tú, hay los que creen que tus anchos muslos son dañinos para tu salud y tu supuesta estrechez de mente es perjudicial para la sociedad. De psicópatas está lleno el mundo. Eso sí: un psicópata no siempre es un maltratador. En cambio un maltratador sí es un psicópata (si me viese ahora mi profe de lógica que me echó de su clase hace 15 años, estaría orgulloso de mí).
Pero sea cual sea la intención de sus comentarios (y dejando los trabalenguas aparte), hay algo que deberías de tener claro: una persona que te quiere de verdad, jamás insistirá en que seas diferente a lo que eres (por mucho que no le guste algo de ti). Una pareja que te quiere bien, nunca te querrá a cambio de algo. Porque querer a alguien es querer que esté bien.
El mundo es demasiado complejo para complicártelo más estando con una persona que no te acepta tal y como eres y malgastar tu tiempo al lado de alguien que no hace que te sientas cómodo.
No creo que Brad tuviese ese problema, pero… ¿y tú?
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