He trabajado la mayor parte de mi vida atendiendo al público y me gusta. El par de ocasiones que estuve encerrada en un despacho lo eché de menos y me alegré de volver. Creo firmemente que la atención interpersonal en el trabajo es vocacional y, si no es así, al dependiente o empleado se le hace la jornada muy muy larga con las consecuentes malas caras.
Pero eso no es un argumento válido para tener que soportar de quien está defendiendo el mostrador que te trate con desdén, autosuficiencia o altanería aunque esté vendiendo diamantes, porcelana de Limoges o un Porsche. Del mismo modo que no acepto este tipo de conducta por parte de un cliente, menos todavía del dependiente.
La mayoría del personal de una tienda de lujo está más que formado por la propia firma aunque muchas organizan cursos de formación para que no se les escape un sólo detalle de las excelencias del producto pero olvidan cuidar la atención al público, tan importante para una venta como la perfección de sus artículos.
En el fondo, volvemos a lo mismo que comentamos en el post del cliente educado: interactuar con la gente de modo eficiente no es sólo una cuestión profesional sino de educación, esa materia que ya no se da en las escuelas y que no hay suficientes créditos que la valoren.
El dependiente profesional sabe muy bien equilibrar cordialidad y distancia, no reacciona bruscamente ante cualquier reacción sorprendente del cliente y siempre intenta hacerle sentir bien sin caer en el peloteo, pasado ya de moda y de siglo.
También se debe evitar hacerle sentir mal aunque haya roto algo, no siga las instrucciones de los letreros de la tienda o entre con una bebida o comida (que ya le vale). Hay muchas maneras de llamar la atención al públicoque entra en la boutique pero debe ir siempre acompañada con una sonrisa y un usted.
Y en ocasiones es difícil … qué digo, tremendamente difícil aguantarse de soltarle una frase airada porque a fe que muchos se merecen hasta un castigo por insoportables (como adjetivo más diplomático). Pero nunca jamás hay que tomarse una situación incómoda o inapropiada en el trabajo como algo personal. Hay que aceptar a los pesados, a las exigentes, a la indecisa, al charlatán, a la lianta y al gruñón. No va contigo: son así y el dependiente no es quien para juzgar, al menos dentro del local. Además, se ahorrará muchos quebraderos de cabeza si mantiene esa regla porque rebelarse cuesta mucha energía y aspirinas.
En ese lado del mostrador, es parte de la imagen de la firma para la que trabaja. Una presencia impecable de da ya por supuesto y, si por mí fuera, prohibiría todo tipo de piercings y tatuajes visibles, por muy actual que sea. Nada de escotes de vértigo ni minifaldas tipo cinturón ancho, lo mismo que manicuras trogloditas (vale para ambos sexos) o pelo grasiento. Por cierto que es tan de agradecer un maquillaje adecuado a las ñujeres como una piel sin brillos ni puntos negros a los hombres.
Y da lo mismo si entran sin saludar y se marchan sin un simple adiós (y casi te pisan el pie de lo cerca que pasan de ti): tú saluda cuando entran y cuando salen porque tienes que dar ejemplo y por no caer en su mismo error. Si existen ya pocos profesionales de la venta es porque es un oficio infravalorado, nada fácil de ejecutar y con condiciones cada vez peores.
Por otro lado, y en defensa de la figura del dependiente profesional, no está ahí para soportar las órdenes de clientes con poca autoestima que van de shopping para sentirse alguien sino para ayudarles, guiarles y servirles con dignidad. Es una profesión mucho más complicada y dura de lo que el público piensa pero que adoro y me trae siempre más satisfacciones personales que disgustos.
Foto | Bowbrick, 3.bp.blogspot.com, Daquella Manera
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