Después de una restauración de casi dos años que provocó dos sonadas dimisiones, el Museo del Louvre abre mañana una exposición impresionante, que dura hasta el 25 de junio y arropa a la nueva Virgen con el niño y Santa Ana con 135 obras más.
Según el conservador del museo que ha organizado la muestra, Vincent Delieuvin,
toda gran obra de arte merece al menos una restauración por siglo y esta ha requerido un proceso largo y nada fácil. El Louvre empezó a pensar en limpiar la última e inacabada obra de Leonardo en los años noventa, dado su aspecto apagado y desvaído, y a la vista de los desconchones y las numerosas capas de barniz amarillento que la cubría.
Cerca de un año se tardó en buscar financiación y elegir al equipo de restauradores mediante concurso público. La directora de la restauración es la italiana Cinzia Pasquali, y el mecenas Barry Lam, consejero delegado de Quanta Computer, un grupo de Taiwán.
A pesar de que han sido dos años de auténtica guerra, con acusaciones de una restauración agresiva en exceso que podía dañar la naturaleza de la pintura, la pinacoteca francesa defiende la labor de Cinzia Pasquali como muy cuidadosa, y afirma que se ha seguido el principio de limpiar lo menos posible usando técnicas reversibles para que en el futuro se puedan revisar sin daños.
Lo peor fue limpiar las manchas y retirar las capas de barniz y los repintados inevitables de toda gran obra realizados con el paso del tiempo que ocultaban el trazo sutil y a la vez muy físico de Leonardo. Gracias a los rayos infrarrojos se pudieron ver las huellas dactilares de Da Vinci impregnadas por todas partes.
Ahora sabemos que metía los dedos en el óleo, que moldeaba las capas con la mano, las aplastaba y ponía nuevas capas hasta alcanzar el efecto relieve deseado,
cuenta Delieuvin, totalmente entusiasmado.
La Santa Ana fue la gran obsesión del maestro toscano, llevando su ya proverbial perfeccionismo,a niveles de locura, según los más de 50 estudios y dibujos preparatorios, venidos en su mayoría de la colección real de los Windsor y de la National Gallery, que presta también el único cartón original que se conserva de los tres que hizo Leonardo.
Concebida en Florencia,el maestro tuvo que dejarla de lado para pintar la Batalla de Anghiari en el Palazzo Vecchio: Se retomó sobre todo en Milán y terminada sin terminar en la corte de Francisco I de Francia, donde murió Leonardo, nadie sabe bien quién encargó la obra; los historiadores dudan entre Luis XII de Francia y un coleccionista florentino.
Según Vincent Delieuvin, la obra es
su testamento científico y artístico, todo su mundo está ahí, toda su sabiduría. La renovación de la iconografía, el dinamismo de la escena, la naturalidad, el paisaje, la vida y la tragedia de los personajes, la ligereza de los trazos le dan un efecto mágico, y entendemos por qué en 1517 ir a ver la Santa Ana al estudio de Leonardo era ya una gran atracción.
¿No os atrae la idea de ver juntas La Gioconda, Santa Ana y nuestra hermana pequeña, La Gioconda del Museo Prado? ¡Vámonos a Paris!
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