Aunque siempre he presumido de ser una persona “disfrutona”, como dicen mis amigas, con demasiada frecuencia me encuentro en una posición que no le deseo a nadie. Me cuesta disfrutar de los buenos momentos que vivo. Estoy viviendo algo que me gusta y que me hace feliz pero de repente me acuerdo de algo malo. Lo que sea. Y la energía me baja por completo.
Te pongo un ejemplo, estoy en un cumpleaños con mi familia y de golpe y porrazo mi cabeza me recuerda que mi cocina se cae pero que no tengo dinero para cambiarla porque vivo sola, la hipoteca me ha subido y en Madrid cada vez es más cara la cesta de la compra. Podría disfrutar de estar con mi familia, pero en vez de eso mi cabeza se va a una situación mala en un momento que debería ser bueno y feliz.
Tengo una ligera tendencia a la rumiación mental que estoy trabajando pero que no ayuda. Tiendo a pensar, cuando estoy viviendo algo bueno, que seguro que algo malo vendrá detrás. Y me cuesta dejarme llevar porque me gusta tener las cosas bajo control, algo en lo que estoy trabajando también. Con todo eso encima me he dado cuenta de que no siempre soy capaz de disfrutar de los buenos momentos.
Cómo he aprendido a disfrutar de lo bueno que me pasa
“Hablamos mucho de gestionar los malos momentos, los problemas y las emociones desagradables pero también hay que aprender a disfrutar de los buenos momentos, y eso también requiere una gestión emocional”, explica la psicóloga María Esclapez en su cuenta de Instagram. Cuando vi su vídeo me di cuenta de que soy esa persona. Una que tiene a boicotearse y a estar en alerta pensando que algo malo pasará y tendré que solucionarlo, como si mi vida fuera un mar en tormenta dispuesto a arrebatarme todo en cualquier momento. Cuando hay momentos en que está todo en calma, no consigo disfrutar del vaivén, porque recuerdo la tormenta que viví, o la que pienso que viviré.
Esclapez explica que el cerebro ha aprendido a estar en alerta y “nos cuesta mucho más dejarnos llevar. A mí cuando me pasa eso siento como si me secuestrara mi propia cabeza, como si de repente me arrastrara un torbellino de angustia, ansiedad y catastrofismo del que me es imposible salir”, explica. Y yo vuelvo a pensar en que soy yo. Lo peor de todo esto es que hay momentos en que te das cuenta y puedes intentar corregirlo, pero otros no eres capaz y cuando pasa ese momento feliz te arrepientes de no haberlo sabido disfrutar y terminas sintiéndote culpable.
Pero hay buenas noticias. Te hemos contado que, según diversos estudios neurocientíficos, el mindfulness tiene la capacidad de cambiar nuestros cerebros. Kabat-Zinn definía el mindfulness como “prestar atención de manera particular, como propósito, en el momento presente y sin juicios morales”. Es importante lo de proponernos estar presentes. Podemos poner en marcha alguna técnica de mindfulness con la que podamos aprender a estar presentes en lo que estamos viviendo, y lo podemos hacer solo con la respiración como explicaba este monje budista.
Pero lo que realmente me ha cambiado la perspectiva no es la meditación. Ha sido repetirme a diario el consejo que daba Esclapez. Su truco es que en nuestra autoconversación nos repitamos: “Mereces las cosas buenas que te pasan y mereces disfrutarlas. Ya tendrás tiempo de aprender de lo malo si es que pasa”. La clave para Esclapez es “que disfrutes de lo bueno porque tiempo para lo malo siempre hay”, y tiene toda la boca llena de razón.
Ahora consigo disfrutar más de lo bueno de mi vida, y cuando me atraviesa un pensamiento de algo malo pero estoy viviendo un buen momento, le digo "luego te haré caso, ahora estoy aquí para disfrutar y ser feliz y no tengo tiempo para ti".
Fotos | Fleabag
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