Estoy convencida de que tu felicidad y la mía no son iguales. Puede que tu bienestar y el de tu pareja ni siquiera se parezcan, o que tu mejor amiga sea feliz con algo que tú ni imaginas. Hablar de qué nos hace felices es mucho más complejo de lo que parece porque se trata de una sensación única y completamente personal. Sin embargo sí podemos hablar de aquello que nos impide ser felices.
Existen algunos hábitos que hacemos a diario y que sin saberlo, están siendo un obstáculo para permitir que ese estado de felicidad aparezca de forma recurrente en nuestras vidas. Y te los contamos porque compartir, tiene también un poquito de felicidad.
Pensar que podemos ser siempre felices (y obsesionarnos con ello)
Hace años perseguía la felicidad como si estuviera en una búsqueda del tesoro. Me obsesionaba ser feliz y me dedicaba a mirar, observar y leer sobre eso que muchos describen y pocos parecen alcanzar. Rebuscaba, probaba consejos y hasta comía aquello que decían que me daría la felicidad. Pero entonces me di cuenta de que había muchas cosas en mi vida que me hacían feliz. Las croquetas. Pelar una mandarina y oler mis manos después. Un abrazo de mi madre. La risa de mi sobrino. Dormir desnuda.
Según explica la psicóloga clínica Lecina Fernández Moreno en su libro ‘Ilusión positiva. Una herramienta casi mágica para construir tu vida’, “la experiencia vital está ligada de forma inherente a otros aspectos menos agradables, como el dolor o el malestar. Vivir supone afrontar situaciones personales y las circunstancias del entorno”.
Es decir, la vida no siempre nos dará felicidad y eso no es algo negativo. Podemos encontrar momentos felices a diario. Descubrir que la felicidad era un estado o una emoción pasajera que podía estar en cualquier lado y dejar de obsesionarme con ella fue el primer hábito que rompí para sentirme realmente feliz.
Ver la felicidad como un destino final
Según un estudio de las universidades de Yale y Denver y la Universidad Hebrea de Jerusalén, "buscar la felicidad como objetivo" puede generar frustración. Wayne Dyer decía que “cuando bailas, tu propósito no es llegar a un lugar determinado de la pista, es disfrutar cada paso en el camino”. La felicidad nunca es una meta, aunque creamos lo contrario. No es un propósito a alcanzar.
Tener una baja tolerancia a la frustración
Una baja tolerancia a la frustración y al malestar tiene como consecuencia la evitación de la felicidad. Tal y como nos explican en Mentes Abiertas Psicología, “la baja tolerancia a la frustración se refiere a la dificultad para soportar situaciones desagradables o molestas. Las personas con baja tolerancia a la frustración a menudo experimentan ira, ansiedad o desánimo frente a contratiempos, y pueden renunciar rápidamente a sus objetivos frente a obstáculos”.
Aunque la frustración forme parte de la conducta emocional de todas las personas, hay que aprender a gestionarla como haríamos con cualquier otra emoción, sea del tipo que sea. Irene López propone en su libro usar “la técnica de las cinco alternativas” para aprender a manejar la frustración. Explica que hay que crear cinco vías alternativas para conseguir un objetivo marcado y debemos asociar a cada una ventajas e inconvenientes. De esta forma no hay una solución ideal, sino varias y cada una con sus pros y contras.
La procrastinación
Sí, amiga, procrastinar nos hace infelices. O mejor dicho, procrastinar nos impide ser felices. Tal y como explica la psicóloga María Martínez en su libro ‘Vivir en modo Kaizen’, “todos, en mayor o menor medida, hemos procrastinado cosas a lo largo de la vida, hemos dejado algo para un después que nunca llega, frustrándonos por no poder conseguirlo nunca.”
Puede que sea problema de que los objetivos son demasiado grandes como nos explica María, o que realmente no queramos hacer eso y sea una obligación y no un deseo. Pero al no hacerlos y frustrarnos llegamos a una sensación de malestar que no nos gusta nada de nada.
Creer que con más seremos más felices
Con el deseo no solo hablamos de deseos capitalistas, sino de cualquier deseo. Cuando tenga hijos seré feliz. Cuando encuentre pareja, seguro que seré feliz. Cuando consiga un ascenso, mi felicidad está asegurada. Cuando tenga una casa más grande, cuando viaje a Hawaii, cuando adopte un gato. Cuando. Cuando. Cuando. Cuando estamos más pendientes de lo que no tenemos que de lo que sí tenemos, nos sentimos frustradas, apáticas y tristes.
Una cosa es tener propósitos y deseos y que nuestro desarrollo personal trabaje en base a ellos, y otra diferente es vivir dominada por nuestros deseos. La felicidad entendida en el capitalismo actual, solo refuerza el individualismo y a largo plazo, la infelicidad. "La disposición a perseguir la vida feliz es un reflejo de la invocación neoliberal a llevar una vida regida por la satisfacción de los propios intereses y por la competitividad", afirman Edgar Cabanas y Eva Illouz en ‘Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas’.
Pensar que felicidad y bienestar son lo mismo
La felicidad es una emoción como lo es la tristeza, la ira o la alegría. El bienestar es un concepto algo más amplio, que según la OMS hasta se engloba dentro de la salud. De hecho, si hacemos caso a la psicóloga Irene López, la felicidad sería sólo una parte del bienestar aunque coloquialmente parezcan sinónimos. “La felicidad es un estado, el bienestar sería la meta” como explica en su libro ‘Los 10 obstáculos que te impiden ser feliz’. Si vemos la felicidad como una emoción más y nos centramos en el bienestar, en sentirnos bien, la percepción general de nuestro estado será mucho mejor.
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