Ayer, con motivo del día europeo de la prevención contra el cáncer de piel, os hablábamos de la manera correcta de protegernos de los rayos solares: qué tipo de protector debemos utilizar, cada cuánto hay que renovarla, dónde aplicarla... Y es que el sol, a pesar de que nos aporte cosas muy buenas como la vitamina D, puede ser dañino para nosotros si no somos responsables, tanto a nivel estético como a nivel de salud.
Las quemaduras solares suelen ser un clásico cada verano: a pesar de que sabemos que debemos proteger la piel y no permanecer demasiado tiempo al sol, ya sea por descuidos o por pura inconsciencia muchas de nosotras terminamos quemándonos año tras año. Y siempre solemos pensar "bah, ¿cómo me va a volver a pasar a mí?". Hoy os traemos tres historia reales en tres situaciones diferentes para concienciarnos aún más de la importancia de usar protección solar.
Cuidado con el sol en alta mar
Hay algunas situaciones en las que pensamos que no nos podemos quemar, y estamos equivocados: cuando hay nubes, cuando estamos debajo de la sombrilla o, un clásico, cuando hace aire y no notamos el calor del sol, que incluso se agradece. Esta última situación es típica si montamos en barco, pero debemos ser igual de cuidadosas que estando, por ejemplo, tumbadas en la toalla.
María Llanos, directora editorial del canal femenino de Weblogs, nos cuenta su experiencia en esta situación. "Yo me quemé una vez la tripa porque me pilló un cambio de viento en un barco y no podía echarme crema ni soltarme para taparme. Estuvimos tres horas en esa situación. De eso hace ya seis años y desde entonces no he vuelto a ponerme bikini porque me salen ronchitas. Eso quiere decir q la piel es sabia: mi tripa ya no aguanta más sol. Los hombros al menos ya tenían más color y no fue tan grave".
Nada de dormirse en la orilla de la playa
Otro clásico del verano, sobre todo del primer día de playa, es quedarnos dormidos sobre la toalla, posiblemente por estar muy cansados después del viaje hacia la costa. Llegas al hotel, coges la toalla, bajas a la playa... ¡y a dormir! Aunque nos hayamos echado un protector solar, es muy posible que no nos despertemos a tiempo para poder renovar la aplicación antes de quemarnos, ¡cuidado con las largas siestas!.
Charlie, veterana editora de este blog, nos cuenta su experiencia en las playas de USA: "cogí un vuelo de San Francisco a Miami a las doce de la noche y, como hubo muchas turbulencias, no fui capaz de dormir. Al llegar a Miami, con el cambio horario ya se había hecho de día, así que me estiré en la playa (no hacía sol, la temperatura era fantástica porque hacía viento y parecía que iba a llover) y me dormí al instante antes de ponerme crema. Al despertar mi cuerpo estaba rojo sangre (¡horrible!) y desde entonces en mi escote tengo miles de pecas cuando antes no tenía ni una".
Protégete del sol en la montaña
No solo el sol del verano es peligroso y susceptible de provocar quemaduras en nuestra piel: también el sol de invierno, sobre todo si nos encontramos en la montaña, puede darnos un disgusto. Y ese fue mi caso hace ya algunos años. Me había ido a esquiar a Baqueira con mi hermano y con mi padre, y el último día tuve que parar a media mañana porque me empezó a doler mucho una rodilla. En la estación encontré una bonita terraza con solarium, así que me puse los cascos y, sin darme cuenta, me quedé dormida en una de las hamacas durante una hora como poco, a pleno sol porque hacía un día buenísimo.
Cuando me desperté me picaba un poco la cara, pero no le dí mayor importancia. Esa tarde volvíamos en coche a Madrid y ya en el viaje me empecé a encontrar fatal: tenía tiritonas y en la cara un calor infernal. Vamos, que me había dado una insolación como una casa. Llegamos a casa a dormir, me metí en la cama y de madrugada me desperté porque me encontraba rarísima. Fui al baño y os garantizo que aluciné cuando me vi en el espejo: tenía la cara muy roja e hinchadísima, los labios estaban tan hinchados que me costaba respirar por la nariz con normalidad. Me eché agua, me puse hielo, pero la inflamación no bajaba de ninguna manera.
Al final me tiré una semana metida en casa (coincidió con la Semana Santa de aquel año), tumbada todo el día y poniéndome paños humedecidos con leche en la cara, sin salir ni siquiera al médico (me moría de vergüenza) y sin ver a nadie. El susto que me di yo y el que se llevaron mis padres fue morrocotudo, así que desde entonces llevo siempre un protector solar pequeño en el bolsillo del traje de esquí, porque no quiero volver a pasar por aquello nunca más.
Ya veis que las quemaduras solares son un problema real y que es necesario protegernos y ser responsables ante ellas. ¡Cuida tu piel durante todo el año!
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