Soy de las que ponen cara de «aquí huele a pedo» cuando le hablan de San Valentín pero que si al final del día no hay premio, pone cara de «estoy llena de gases». El 14 de febrero me parece una excusa para hacer cosas ridículamente anecdóticas, como comerse una pizza con forma de corazón, pero cuando pasa de excusa tonta a “día especial”, ay amigo… a ver si va a ser cierto que aquí huele raro.
Independientemente de si es un día maravilloso en el que el sol brilla más de lo normal y los pájaros cantan canciones de Adele o si es otro día más, absolutamente igual al siguiente e idéntico al anterior, cualquier persona normal se enfrenta tarde o temprano a ese parque de atracciones llamado “San Port Valentín World”. O algo así.
Empiezas el día en una cafetería. Pides un café con leche y un donut. La camarera te ofrece un donut Special Edition de San Valentín. Dices que no, gracias. Que tú solo quieres uno normal. Ella te dice que "lo normal" hoy es ese donut con forma de corazón y relleno de fresa. Odio el relleno de fresa, le digo. «¡Eso es como odiar el amor!». Se ríe, me intento reír. Pido un croissant. «¿Caliente?». ¿Quién, yo?. Me río, se intenta reír. «Café con leche y croissant, todo normal, por favor» suplico. Un «te quiero» de Whatsapp me salpica en la cara. «Yo también te quiero, mamá». Como todos los días, pienso. Aparece la señorita con mi café y un «aquí tiene el croissant directo de París, la ciudad del amor». Lleva una horquilla en el pelo con forma de corazón, no puede ser cierto. Sonrío. Se va. Un corazón de chocolate en polvo adorna mi café, hinco hasta el fondo la cuchara y remuevo sin amor.
Llegas a la oficina. Corrillo de chicas en la cocina. Se enseñan los oros. Una muestra ilusionada un collar con la inicial de su novio. A mí solo se me ocurren animales e insultos con esa letra. El resto aclama, yo bebo agua intentando no atragantarme y me acuerdo de cuando mi padre le regaló a mi madre un collar que decía “Amarte... no sé qué”. A mí me impactó lo de “A Marte” y durante un tiempo pensé que era algún tipo de viaje secreto, que nos abandonarían a mí y a mi hermano pequeño y que seguramente me tocaría contárselo a todo el mundo y que saldría en las noticias… y que como (pensaba que) los anuncios eran en directo, quizás me proponían salir en alguno… y… Sí, todo eso pensé. A partir de ahí me empezó a caer mal el amor y Marte. Bueno, y justo en ese momento decidí estudiar eso de los anuncios para enterarme bien.
Exploto mi nube de pensamiento como si esto fuese un cómic de Scott Pilgrim y vuelvo a la mesa. Abro Facebook y sí, San Valentín ha llegado a la ciudad.
Por fin salgo del trabajo y me voy a casa dando un paseo. Entro a una tienda de lencería con la idea de reponer tres bragas que debían haber cerrado por defunción hace tiempo. «¿Te puedo ayudar?». No, gracias. «Quería tres bragas y aquí las tengo» (agito las bragas con una sonrisa más falsa que la Reina Madre). «Tengo un sujetador y un liguero a juego… que te mueres». Prefiero no. «Pero mira, ¡es súper sexy!». Ya, pero… «Pruébatelo, tonta». Y de repente, como por arte de magia de Jorge Blass estoy en el probador con un sujetador rojo – nochevieja con cuarta y media de relleno en cada copa y un liguero rococó. Me siento Mamá Noël. En un descuido, mientras me miro el culo, se asoma la dependienta por la cortina del probador y me pregunta «qué tal, chiqui». Bien. Pienso tan fuerte VETE POR FAVOR que creo que se me oye en Helsinki. Total, que yo iba a por tres bragas “de batalla” y me voy con un disfraz de ama de casa sexy.
Llego a casa, dejo la bolsa con la ropa interior de encaja color pura-pasión en la mesa, saco de la mochila una caja con dos donuts rosas con forma de corazón y él se abalanza sobre mí sin decirme nada. «Me gustas cuando callas», le susurro al perro.
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