En este mundo loco en que vivimos, el divorcio es una experiencia más o menos traumática por la que, presiento, pasaremos la mayor parte de nosotros. Y el divorcio apesta, os lo digo yo. Pero, aunque por momentos parezca lo contrario, llega un día en el que todo lo romántico deja de doler y, si tienes un alma hippy como la mía, incorporas a tu ex a tu nómina de mejores amigos.
Y ahí empieza un nuevo drama. Porque nadie nos da un libro de protocolo sobre la relación con un ex y no sabemos muy bien cómo actuar en cuestiones prácticas. Además, aquí no hay lugar para el término medio: si realmente habéis decidido ser amigos, lo más probable es que seáis muy, muy amigos. Y ahí llegan los problemas.
El desnudo
Escenario: tu ex se pasa por tu casa para invitarte a unas cañas. Tú estás de mantita y sofá, con un look con el que no saldrías de casa ni muerta. Aceptas la invitación, te metes en tu cuarto a cambiarte, él te comenta algo que no escuchas bien y sales al pasillo con las vergüenzas al aire para seguir la conversación.
¿Bien o mal? ¿Qué marca el protocolo sobre el desnudo delante de un ex? Porque, te guste o no, ese hombre te ha visto desnuda millones de veces y desde todos los planos imaginables. Y, ahora, de repente, ves que le entra un tic y mira fijamente a la pared. Incomodidad patente. Titubeos. Miedo atroz a que él piense que es una (lamentable) táctica de seducción. El desnudo es el mal.
El dinero
Escenario: cena de amigos, momento de pagar. Te has pasado como diez años de tu vida con tu pareja y, como nunca llevas efectivo, siempre pagaba él estas cosas. Al final, todo iba a la cuenta común. Así que llega esa cena y notas que la gente te mira. ¿Qué les pasa? Que eres la única que no ha puesto los treinta euros. ¿Por qué? Porque, por inercia, se te ha olvidado que él ya no paga lo tuyo.
Cuando te has pasado media vida compartiendo gastos con otra persona, cuesta cambiar las inercias. No solo acabas pidiéndole que ponga lo tuyo en esa cena, sino que jamás te acuerdas de devolvérselo. Y añades esa deuda a la de una compra de emergencia que te hizo durante tu última gripe, una llamada de veintitrés minutos a tu amiga de Londres desde su móvil porque el tuyo no tenía batería y todos los JustEat que sigues pagando de su cuenta porque nunca recuerdas hacerte una propia. Y así hasta que él se ve en la necesidad de empezar a reclamarte esos pagos y la vergüenza que pasaste con el episodio del desnudo queda en nada en comparación.
La ex casa
Escenario: en casi todos los divorcios, uno de los dos se queda a vivir en la que un día fue la casa común. Y llega el día en que acabas invitada a esa casa a comer o, simplemente, a pasar el rato. Quédate con la palabra clave: invitada.
La primera en la frente es el momento timbre. Claro, ya no tienes llaves. Así que te sientes un poco extraña llamando al portero automático de una casa que compraste sobre plano. Una vez dentro, la cosa no mejora. Te sientas en el sofá y plantas los pies en la mesa (porque, además de fallarte el protocolo exmarital, te falla el general también). Tratas de ser comedida, pero se te da fatal y te levantas a coger lo que te da la gana del frigorífico sin preguntar antes; cotilleas los armarios en busca de unas Pringles de cebolla y acabas criticando su nueva costumbre de darse a la marca blanca. Que, por otra parte, a lo mejor no tendría que hacerlo si le pagaras todo el dinero que le debes del punto anterior. Y, lo peor de todo, te ves relegada al aseo del pasillo. Sí, sí, el del dormitorio, con su hidromasaje y demás, ya no es tu territorio. Tener que utilizar ese aseo minúsculo que en tus tiempos de gloria solo usabas para dejar secando el paraguas es un curioso baño –nunca mejor dicho– de realidad.
Lo que sabe sobre ti
Escenario: uno de los dos (o los dos) tenéis una nueva pareja. Sois todos súper modernos y europeos y salís a tomar algo. Tu nuevo novio es lo más encantador del mundo y estás bastante loca por él, pero… pero lo conoces desde hace cinco minutos. Y al otro personaje, desde hace veinte años.
Así que a la hora de pedir unos pinchos, y sin ninguna mala intención por su parte, te encuentras a tu ex diciendo cosas como «huy, no, este no, que tiene huevo cocido y le da gases». Y cuando, a la hora del café, tu ex te lo pide por inercia exactamente como a ti te gusta, ya no sabes a quién odias más: si a tu chico por no haberse aprendido tus manías en las tres citas y media que lleváis o a tu ex por no haberlas olvidado.
Su maldito nombre de pila
Escenario: reunión social con amigos comunes. Tratas de abrir una botella de vino, pero el sacacorchos está fuera de tu alcance y al ladito de tu ex. Y tu subconsciente, ese maldito enemigo, emite un «Cariño, ¿me pasas el sacacorchos?». Cariño. Silencio. De repente, los doscientos ochenta y cuatro temas de conversación que tenían tus amigos hace quince segundos ya se han agotado. Solo queda tu cariño haciendo eco en el salón.
Y es que la vida es muy complicada. Conocemos a un montón de gente a diario y tenemos que aprendernos nombres constantemente. Y a Pedro tú ya te habías acostumbrado a llamarle cariño y ahora resulta que no puedes. Pues mal, muy mal. Repite conmigo: Pe-dro, Pe-dro. Y así hasta que el cariño, el cielo y el mi vida queden exterminados.
Los regalos de Navidad
Escenario: llega la Navidad y a todos tus amigos chicos les regalas cosas cuquis. Un circuito de SPA, el consabido pack de perfume + after shave + body lotion, una caja regalo con una experiencia de paracaidismo. Pero a Pedro (anteriormente conocido como cariño), como que no te sale. Y, ¿qué haces? Comprarle básicos. A tope. Pijama, calzoncillos y calcetines. ¿No era lo que siempre pedía cuando estabais juntos? Pues lo que se aprende en quince navidades, no se desaprende tan fácilmente.
Lo bueno de esto último es que es totalmente recíproco. Gracias a Dios, lo conoces lo suficiente como para no esperar un regalo demasiado especial. Todos sabemos que te tiene comprada ya esa batería externa para el móvil. Un regalo útil, práctico y que impedirá que le vuelvas a robar el teléfono para llamadas internacionales.
La conclusión de todo esto, queridas amigas, es esa que tenéis en mente, sí: que la confianza da asco. Pero también tiene su punto reconfortante saber que las situaciones cambian, pero las personas no tienen por qué hacerlo. Yo no me he arrepentido ni una sola vez de la decisión que tomamos de perdernos como pareja pero no como personas. Eso sí, como medida de emergencia para estas nuevas situaciones sociales de los tiempos modernos, ¡urge un manual de protocolo!
Fotos | Zara, Craftberry Bush, Sarah Sherman Samuel.
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