No importa la cantidad de veces que hayas estado en Barcelona, la ciudad siempre tiene algo más que ofrecerte porque es muchísimo más que Gaudí, modernismo y playa. De hecho, no todo el mundo se toma la molestia de alejarse del centro si no es para visitar el Tibidabo. De este modo, se pierden no solo los curiosos Búnkers del Carmel (que en realidad es más una instalación antiaérea de la Guerra Civil), también el menos conocido aún puente de Mühlberg.
Con unos 70 metros de longitud y más de 260 metros de altura, el puente de Mühlberg se construyó para salvar el hueco que hay en la pared del Turó de la Rovira, en el barrio de Can Baró, consecuencia de años de explotación de sus canteras. Y es que, desde mediados del siglo XIX, el material calcáreo de este área se ha extraído para fabricar cal y piedra para la construcción.
Esta actividad ha ido dejando como consecuencia grandes e impresionantes boquetes en la montaña y, este, que está situado al final de la calle de Mühlberg, acabó cortando el paso entre los dos lados del barrio. Por lo menos hasta que, en el año 1991, se construyó el puente y, además de paso, ofrece desde entonces unas vistas espectaculares de la ciudad.
El Turó de la Rovira tiene 261 metros de altura y es una de las siete colinas que hay en la falda de Collserola por su vertiente marítima (o lo que es lo mismo: Barcelona). Con el Turó del Coll (249 metros) y el del Carmel (267 metros), integra el conjunto de los Tres Turons. Forman parte del sistema de la cordillera Litoral, que se generó en el paleozoico, hace más de 250 millones de años, antes de la aparición de los primeros dinosaurios.
Por su lado, el puente de Mühlberg es también conocido como puente de Bac de Roda y conecta la calle de Mühlberg con el parque del Guinardó, uno de los espacios naturales más infravalorados de Barcelona. En él conviven la rusticidad del bosque con la elegancia de un jardín de arbustos recortados, y con el agua como protagonista.
Tiene tres partes bien diferenciadas: una urbana, que se convierte en la antesala del gran espacio silvestre de esta zona verde, otra histórica y, en la parte más alta, la frondosidad de la vegetación forestal. Sus terrazas ajardinadas y los pinares convierten este lugar en uno de los espacios verdes más frescos y tranquilos de Barcelona, al ser mucho menos turístico que otros.
No obstante, también esconde arte y arquitectura. Entre la avenida de la Mare de Déu de Montserrat y la entrada del parque hay una plaza con la escultura más popular del barrio del Guinardó: la del Nen de la Rutlla, que da nombre a la plaza y es de bronce. Mientras que en la zona histórica encontraremos escondida la fuente del Cuento, de 1739, y que recibe su nombre de las charlas y los cuentos que se contaba allí la gente mientras esperaba que sus botellas se llenaran, debido al poco cauce poco que salía.
Foto de portada | Ajuntament de Barcelona
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